miércoles, 29 de abril de 2015

¡HAY QUÉ VER HASTA DÓNDE LLEGA LA ENVIDIA EN ESPAÑA!




¡HAY QUÉ VER HASTA DÓNDE LLEGA LA ENVIDIA EN ESPAÑA!


Siempre que a un español se le pregunta cuál es el mayor defecto de los españoles responderá de forma mayoritaria y sin dudar que la envidia. La envidia es algo así como el deporte nacional después del fútbol, el cigarro después de un polvo, el aroma después de un pedo.
La envidia alcanza tan altas cuotas, que hasta doña Esperanza Aguirre, grande de España entre las grandes, siente envidia del que obligado por las circunstancias duerme en la calle.
Dormir en la calle es una elección romántica y poética para cualquier niña bien. Desde la más tierna infancia su corazón aprende a guardar el secreto.
Cuando pequeña les contaba la bonita historia del mendigo millonario. Detrás de cada durmiente en un banco se esconde un saco lleno de billetes usados, de esos que sirven para huir (los recién salidos del banco planchados e impolutos parecen preparados para el delito), y conocer los mundos que se esconden tras los candados de casa. Desde la cuna han oído que son unos vagos y maleantes que fuman como carreteros, beben como cosacos y follarían como bestias si tuvieran algún sitio para hacerlo. Desde los primeros pasos les han enseñado que son malos, que si salen solas a la calle  ellos las  llevarán en su jamelgo blanco a lavar a la fuente, y si les miran a los ojos las convierten de inmediato en esclavas.
Después de los primeros amores de las princesas, los durmientes de bancos pasan a ser los dueños del tiempo. Levantarse sin hora, comer cuando pueden, pedir si deben, defecar sin horas y sin wáter, dormir cuando les pete, y lo que más jode a las niñas bien con horario para llegar a casa, ellos son invisibles siempre. Sí, son invisibles, cuando les vemos hacemos como que no les vemos, cuando nos miran hacemos como que no les miramos, cuando nos dicen hacemos como que no va con nosotros.  
Eso quisiera ser Espe, invisible, por eso dice que viven muy bien, son un envidiable ejército de invisibles en un mundo plagado de mediocres y turistas.
Señora Espe, con gusto, unos cuantos españoles la invitamos a que haga lo que algún ilustre empresario italiano hizo en su momento, vivir en la calle con cincuenta euros una semana. Siete días en los que nos ahorraría usted a todos oír tonterías.
Luisa L. Cortiñas


En los periódicos deberían de advertir: Leer la prensa perjudica la salud. 


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lunes, 27 de abril de 2015

ESCLAVO RICO, ESCLAVO POBRE





ESCLAVO RICO, ESCLAVO POBRE

Nos hemos vuelto tan medievales y primitivos que hasta entre los esclavos y esclavistas hay clases.

Los unos son blancos, los otros negros.

Unos se apellidan políticos, a otros les llaman mafias.

Los unos emigran en aviones low cost, con un dni bajo el brazo; los otros en patera con un mar por delante y un tiempo impreciso.

Los unos, en caso de tener, dejan a sus hijos en tierra, en manos familiares; los otros atan a su prole al pecho o los traen en las entrañas, al menos que alguno se salve.

Los unos huyen de los desahucios, del paro, de un futuro truncado; los otros de guerras ajenas, de hambre segura, y de una muerte cierta.

Los unos conocen las trampas de las deudas, los otros las traen en su mochila de pendientes.

Cuando llegan a destino, unos y otros, encuentran las mismas barreras.

Idioma.

Racismo.

Fronteras.

Papeles.

Unos pocos, se topan con eso que llaman futuro.

Todos ocultan cuando la suerte es incierta, cuando ésta acompaña, se viste de orgullo: “el que quiere puede”.

Todo es lo mismo…

Pero no es lo mismo.

No tenemos la misma basura.

Nos separan toneladas de desechos.



La esclavitud fracasa cuando no es rentable.

Ahora cotiza en el IBEX.

Al fin y al cabo lo importante no es ganar, sino participar de la cuenta de resultados.
©Luisa L. Cortiñas








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Espero que os guste, y si no os gusta me lo contáis, y si lo contrario también. 

Un Saludo.
Gracias.

viernes, 24 de abril de 2015

LA CITA DE LOS MARTES



La cita de los martes



Mi madre me lo decía constantemente “con esa rebeldía quedarás para vestir santos”, lo que yo no contaba es que los hechos se sucederían en el sentido más literal del término. Mi insurrección me ha traído hasta el siglo XXI, y la condena me hará vagar por toda la eternidad sin que me tengan demasiado en cuenta.

He de reconocer, que cuando me puse en la trayectoria de la escopeta del señor obispo, allá por 1894, cuando tenía doce años, no creía yo que los dioses me fueran a dar tan larga vida convirtiéndome en ánima.

Desde que tengo memoria he vivido aquí, en Ciutadella, en un edificio rodeado de calles estrechas con nombres de santos que conducen a la catedral, de la que tengo una vista privilegiada desde mi terraza.

Cuando consumía aire y me podía limpiar los mocos, me gustaba contemplar desde allí las puestas de sol, y la colada de los vecinos. Siempre me han interesado las vestimentas ajenas, incluso más que las propias. Con el tiempo me he convertido en una gran experta en modas.

Mi peor época fue cuando llegaron a casa unos tipos modernos con traje y corbata, y a los pocos días enviaron a otros con mono azul que comenzaron a poner todo patas arriba. Martillazos insoportables, y el humear de cascotes fue el ambiente habitual. El colmo fue cuando instalaron un gusano en la ventana que da a la calle San Cristóbal, desde casa le introducían piedras para llenar un enorme barreño que no tenía fin. Ahí decidí irme. Sabia decisión dirán ustedes, pero no saben el percal que ha quedado en algunos palacios. En el de los Olivar, casi a la puerta de la catedral, venden lencería unos de nombre muy inglés con alma de punta, y tienen al Crescencio en un sinvivir, mirando todo el día y sin catar, y otros han llenado los edificios de platos horteras y lagartijas de pega que dicen Recuerdo de Menorca, ¡cómo si no fuésemos inolvidables sin tanta parafernalia!

Aquellos meses fueron una tortura de la que no quiero ni acordarme. No hice más que penar de un lado al otro, y acompañar a los jubilados a la obra para ver cómo iba la cosa.

Nunca he sido más feliz como cuando regresé a casa, casa que por cierto, me costó reconocer de la cantidad de cambios que habían hecho. Durante años vagué feliz por las nuevas estancias, y me olvidé de aquello que también decía madre “Encarna, hija, no hay dos sin tres”. 

Un día volvieron unos tipos con traje, que mandaron nuevamente a unos con mono, aunque más pacíficos y menos molestos que los anteriores. Se limitaban sobre todo a colgar cosas, entre otras, en las puertas de las habitaciones pusieron un cartelito con la foto y el nombre de un santo debajo de una vela minúscula, que cuando la encienden huele a gloria.

De esta forma mi habitación pasó de ser mi habitación, a ser la habitación San Josep, y de vivir sola, a compartir piso gran parte del día. Como lo oyen. Me dejaron fijos a una tal Sita y a Juan, que metían las narices en todo, pero sólo en horario diurno. En realidad no molestaban demasiado mis peregrinajes.

La debacle llegó cuando aterrizaron los primeros huéspedes. No saben ustedes lo terrible que resulta estar sola y tranquila en una bañera imaginaria de espuma, la espuma no la bañera, y que entre en la habitación una pareja a la que no entendía el idioma qué hablaba. ¡Menudo susto! La cuestión es que cuando consulté con Crescencio, éste ya me dijo que venían para quedarse.

Ese quedarse se apropió de mi cabeza, y así fue como idée un plan para echarles a todos. Conseguí que no funcionasen las tarjetas a las que llamaban llaves, excepto una a la que denominaban con total pomposidad: maestra. Esa, no sé porqué, no conseguí que fallara. Los equívocos que ocasionaba mi pequeña maldad en un principio me causaron cierto regocijo, hasta que comprendí que con esos jueguitos de niña malcriada no conseguiría nunca echarles.
Y ahí recordé otro dicho de madre “si no puedes con ellos, únete”.

Me acostumbré a vivir rodeada de desconocidos y nuevas palabras:” hello, cenquiu, bona será, y quilombo”.

Cada noche, ellos acompañaban mi sueño y por el día, la cafetería, esa estancia blanca y tranquila, se ha convertido en mi lugar preferido. Siempre llena de dulces tentaciones para una golosa como yo. Ya me he resignado a mirar, pero a veces se hace difícil, porque Sita es de esas mujeres que pone lazos a las galletas y cintas a los pasteles, vamos, de ésas de las que decía madre “que invitaban a pescar y vestía el anzuelo con flores y un cartelito de advertencia”.

Un martes tarde llegaron unas señoras, y un señor alto y serio, ocuparon una mesa grande y redonda al lado de la puerta de entrada. Contaban cuentos e historias, todo mentiras y chismes, pero yo me instalaba en un resquicio de la chimenea y me reía con sus cosas. Una tarde, sin aviso previo, se fueron junto a mi angelote, y entonces me instalé en su cadena de estrellas. Según me guste o no la historia, la muevo imperceptiblemente, a veces aguanto la respiración rogando no reparen en mi presencia, y en ocasiones, por el mero placer de divertirme, y seguir siendo la rebelde de la casa, muy en silencio voy a los mandos que tiene Sita en su rincón desde el que todo lo ve, y aumento el volumen de la música que pone de fondo. Unos se muestran indiferentes, y otras miran al altavoz como si éste fuese el culpable de todos sus males.
Hoy dicen que se despiden, que por una temporada no vuelven, y han subido a la terraza. Yo también les digo adiós, y pensando ya en que el próximo martes, estaremos mi angelote y yo, a la espera de que algún comensal cuente alguna historia que me obligue a subir el volumen de la música, y a mover la cadena.
® Luisa L. Cortiñas


PD: Encarna, Juan, Sita, la cita de los martes, la terraza (la foto de entrada es una visual de la catedral desde la terraza), la Cafetería ánima y el hotel Tres Sants existen. Si alguien quiere conocer la habitación de Encarna no tiene nada más que pinchar en este enlace:
Gracias a todos los que han hecho posible que este año nos lo pasásemos tan bien durante el curso, y bienvenida la unificación. 

Por cierto, la próxima semana vengan elegantes que nos vamos de bodorrío. 



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miércoles, 22 de abril de 2015

DIA DEL LIBRO "Cuando fuimos ricos"



Como en el fondo una es una capitalista de m.... hay días que apetece celebrar.

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Espero que os guste, y si no os gusta me lo contáis, y si lo contrario también. 

PD:  Raúl es un tipo resalao.

Un Saludo.
Gracias.
... Y Feliz día del libro. 

Luisa. L. Cortiñas

martes, 21 de abril de 2015

EL EFECTO LLAMADA



El efecto llamada



El efecto llamada es una anguila que se escurre entre los labios
para arrancarnos el corazón,
una mentira necesaria
para vender muerte a golpe de frontera.
Un eco se pierde en el mar,
ocasionalmente en tierra.
Les he oído.


Les oigo.
Claman con la boca llena barreras y armas
para combatir la esperanza.
Hasta ahí
llega la ceguera.


Luisa L. Cortiñas



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viernes, 17 de abril de 2015

MI GATA ES NORMAL





Mi gata es normal.
Negra como la noche.
Como el carbón de Asturias.
Azabache elegante de ojos verdes.
Vulgar, común.
Una ordinaria que vive como una princesa,
sin príncipe y sin cuento, pero con reino.
Tan  singular como el colgante dorado que perdí hace tiempo.
Esta tarde ella estaba en el patio
atenta a mis pasos de baile con la escoba.
De repente dejé de llamar su atención,
una pequeña lagartija ocupó mi lugar.
Apenas cinco por dos centímetros de vida.
También era vulgar, común.
Pero cayó en el reino de mi gata normal,
a todas luces un lugar equivocado.  
Abandoné mi tarea para contemplar su guerra,
y sus respectivas garras,
una tratando de imponerlas,
la otra tratando de esquivarlas.
La superioridad de mi gata normal era insultante.
Y en menos de treinta segundos
la intrusa estaba a su merced.
No tardó en morir.
Mi gata normal no me hizo ofrenda de su cadáver,
la dejó allí muerta y con la cola rota,
con total indiferencia.
Volví a ser su centro de atención.
Retomé mi tarea pensando que era una suerte que mi gata normal no tuviera derecho a voto. 
Luisa L. Cortiñas





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viernes, 10 de abril de 2015

AL FONDO A LA DERECHA





Al fondo a la derecha

Hay hombres que desayunan tostadas sin mantequilla.
Los hay que se visten por los pies.
A otros les gusta amueblar la cabeza de pájaros.
Otros prefieren el oropel de la palabra.
Los hay que aman las escopetas.
Otros no aman.
Los hay que quieren como animales.
Hay animales  que no ambicionan nada.
Unos se prendan de lo sencillo, otros de lo complicado.
Y unos pocos veneran lo sublime.
Los hay que visten traje los lunes y vaqueros el domingo.
Otros siquiera saben que existen corbatas.
Unos adoran a los niños.
Otros que el mejor debería de estar muerto.
Unos piensan en grande y hacen en pequeño.
Otros viceversa.
Los hay rubios, morenos, pelirrojos… e incluso sin pelo.
Unos se afeitan por las noches.
Otros prefieren rasurar la mañana.
Los hay que apuran el café.
Otros lo disfrutan.

Y al fondo, siempre al fondo a la derecha.
Hay uno visionando las fotos del Marca.
Olvidando por completo que la realidad no es un partido de 
fútbol.
Luisa L. Cortiñas

viernes, 3 de abril de 2015

LA CARTA (Parte 2)



Disculpas. Falló algo en la programación (se quedó en borrador o algo así).
II
No tardó mucho en presentarse en casa del anciano matrimonio, tras aceptar una taza de té de entre todas las bebidas que le ofrecieron, leyó la carta con cara de entender, y cuando fue a emitir su juicio no tenía dudas. La Seguridad Social reclamaba un exceso de pago de dos mil euros, el motivo era que desde hacía dos años  y cuatro meses, Aurelia cobraba una pensión de noventa euros por los años cotizados en Francia. Según les explicó era incompatible esa paga con los ciento veinticinco que cobraba su marido por ella. Por la experiencia que había acumulado en casos anteriores, no podía renunciar a la paga francesa, con lo cual se les retiraba la parte española. El importe que les reclamaban correspondía a lo pagado en demasía hasta la fecha por el estado español, lo podían pagar todo junto o negociar con ellos un pago a plazos, esto de los plazos, en la carta no lo explicaban, lo sabía el alcalde también por experiencias anteriores. Se ofreció a acompañar al matrimonio para la negociación.

Aurelia y Manuel se quedaron como si les hubieran dicho que se quedaban sin nada, perdían sesenta y cinco euros de paga. ¿Cómo podrían hacer nuevamente que las cuentas cuadrasen?

Cada día todo era más difícil. Se sentían mayores y en cualquier momento alguno caería enfermo. Para eso siempre tuvieron guardados unos pequeños ahorrillos, “por si acaso” pasaba algo. Su hija, aunque quisiera, no sólo no estaba en condiciones económicas para poder ayudar, estaban los cuidados de Óscar, que eran imprescindibles. No tenían ya las fuerzas y las ganas de salir adelante que tuvieron en su juventud, y últimamente sentían como todo se volvía en contra.

De no deber nada a nadie, de repente y sin previo aviso, tenían una deuda de dos mil euros, ellos, que jamás habían dejado de declarar nada, aunque nunca tuvieron muy claro si era por convicción o porque cuando se vive de una nómina hay poca cosa que poder ocultar.

Las malas noticias se confirmaron como una pesadilla, llegaron a un acuerdo y pagarían de a poco aquella deuda de la que no se sentían responsables.

III
Un hombre naranja asoma por la verja como todos los meses, el polaco Pawel sabía que usaban una bombona al mes, pero hoy le solicitaban dos, decidió usar la carretilla para llevarlas al domicilio.

Treinta y cinco euros más el doble de propina que siempre le dejaban, sabían que no tenía sueldo. Ellos no eran unos manirrotos, pero tampoco unos tacaños ni unos desagradecidos que no valoraran el trabajo ajeno.

Al día siguiente, el olor a hierba y tierra se sentía enrarecido. La curiosa nariz de la mujer del alcalde con más olfato que el mejor sabueso, caminó sonámbula hacia la casa de los ancianos. A medida que sus pasos la acercaban sintió un irremediable deseo de fumar.

La mañana se cubrió de fuego, la pedanía preparó el luto, y las gentes comentaron como, en ocasiones, las sogas llevaban sello gubernamental. 
Luisa L. Cortiñas


Enlace Parte 1


Este relato forma parte del conjunto de relatos "Semana de prodigios".


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