viernes, 29 de mayo de 2015

SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 4)






Vamos por la "parte 4". Continuamos con el Martes.
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Laura regresó del trabajo más contenta de lo habitual, los ojos le brillaban y sonreía sola.

—Hola señorita, buena mañana ¿no?

—Se me ha pasado volando, ha sido un visto no visto. Ummmmm… ¿Asado con patatas doradas? ¡Gracias! —dice abrazando a la vieja Isolda.

—Sí, les queda un minuto para ir directas al plato. Hoy comeré contigo.

—Justo el tiempo para ponerme cómoda.

Isolda sonríe, hoy a la señorita se la ve feliz, demasiado feliz. Caerá, más pronto que tarde, caerá y perdonará, esa niña no sabe guardar rencor.

—Buenísimas. ¡Cada día te salen mejor!

—Desde niña te gustan.

—Sí, y a Adolfo también, éramos nosotros quienes las robábamos —confiesa con media sonrisa.

—¿Qué ha pasado esta mañana?

—Nada.

—Esa cara la conozco y no es de nada. ¿Algún pretendiente a la vista?

—¡Qué cosas tienes! A mi edad, ¿dónde voy a ir yo?

—Hay mucho médico apuesto y disponible.

—Y mucho ocupado que puedo robar como otras, ¿no?

Ambas reían. Pero algo le sucedía e Isolda no era de soltar huesos.

—No digo eso, mujer, bien lo sabes. Pero se te ve contenta.

—Me has pillado.

—Cuenta.

—Esta mañana he recibido una carta de un admirador.

—¿Un admirador? Suena interesante.

—Seguro es uno de esos pacientes chiflados que tengo, pero que a una le digan cosas bonitas, aunque sea anónimamente, sienta bien.

—Cierto.

Laura dudaba, siempre ha tenido ganas de preguntar, pero Isolda era como su madre y una roca impenetrable cuando quería, pero por preguntar, no perdía nada. Bueno, no, seguro que ha hecho flan de postre y la podía castigar. Soltó una carcajada sin venir a cuento, a su edad tenía miedo a que la castigasen sin postre, ridículo.

—¿A qué viene esa risa? Podías compartir el chiste.

Laura comenzó a llorar con un carcajeo incontenible, cuando se tranquilizó se envalentona, ¿qué podía pasar?

—Quería preguntarte algo.

—¿Y eso tiene tanta gracia como para que te comportes así?

—¿Así?

—Sí, como una niña consentida y malcriada.

—Te conozco desde hace muchos años.

—¡Tantos como tienes!

—En tu vida, ¿has tenido algún romance? No sé, ¿alguna aventura inconfesable? ¿Un amor imposible?

—Me temo que a la señorita le está afectando la lectura o lo que sea. Mi vida no es demasiado interesante, aparte de ustedes seis no he tenido muchas cosas de las que ocuparme.

—No sé, ¿ni un medio novio de esos de hacer manitas?

—¿Sabes?

—Dime.

—Alguien se está ganando quedarse sin postre. Mejor dicho, ya se lo ha ganado.

Laura retomó el ataque, y sí, se quedaría sin postre, pero con un humor excelente.

Isolda no estaba castigada, se sirvió una buena ración de ese flan que pacientemente ha preparado a primera hora de la mañana, y se preguntaba, por enésima vez, qué tendrían los hombres que hacen a las mujeres tan tontas. Por más telenovelas que veía no les encontraba nada extraordinario.

Mientras la mujer estaba de espaldas en el fregadero, unas manos le taparon los ojos y en su cara alguien plantó un beso.

—Ramón, ¿cuándo has llegado? —y abraza como loca al joven que ha ido a darle la sorpresa.

—Ahorita mismo. Voy a saludar a mamá, y ahora vengo a robar un poco de ese flan que estoy oliendo.

—¿No está avisada?

—No, es una sorpresa.

Ramón era el hijo mayor de Laura, el ojo derecho de Isolda y el héroe de sus hermanos. Estudiaba en la capital y venía muy de cuando en cuando. Hoy martes la casa se vestirá de celebración.
Luisa L. Cortiñas





CONTINUARÁ.
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Si a alguien le mata la intriga (no creo, los políticos me hacen competencia desleal) y no puede esperar, está a la venta, se puede enlazar en la foto de portada.
Del resto, ya saben, que como buena gallega, aparte de los viernes publico cuando me peta.

viernes, 22 de mayo de 2015

PONGAMOS QUE HABLO DE VENEZUELA



Los habituales del relato del viernes está en este enlace. Gracias. Disculpen las molestias.


PONGAMOS QUE HABLO DE VENEZUELA

Pues sí, les han pillado con las manos en la masa.

Toda España sabía que en la Galicia venezolana (que sí, que tienen una Galicia) los PePe eran expertos en buscar monjas y ancianos las mañanas de elecciones, tanto es así, que nadie creía que aquello fuera cierto, y a final se convirtió en una leyenda urbana como esa de la chica de la curva, salvo que la chica aparece cuando quiere y los otros cada cuatro años.

Y mire usted por donde, en la Melilla y en la Sevilla venezolanas han descubierto algunas anomalías en los votos que se emiten por correo, o en las miserables ofertas de supermercado en rebajas para aquellos a los que han dejado sin nada. Nada muy diferente del conocido “en este pueblo votan hasta los muertos” “como dios manda” “amén”, como si los muertos no tuvieran nada mejor que hacer en la eternidad que les resta.

Pues sí, como les decía, en Venezuela ocurren en estas cosas.
España, sin embargo, es diferente, no en vano el expresidente americano de apellido Carter, poco sospechoso de comunista peligroso, consideró que “El sistema electoral español es el mejor del mundo”. ¡En algo que no sea corrupción también teníamos que ser campeones!

Mientras todo esto ocurre, Rajoy, nuestro Rajoy, canta lo orgulloso que está de que España esté plagada de españoles, mientras éstos basculan entre los que le aplauden y los que no dejan de preguntarse no cómo este hombre aprobó la oposición a Registrador de la Propiedad (la sabiduría popular sabe estas cosas), sino cómo pudo superar parvulitos dos con éxito.

Como estamos a un nada y menos de la llamada “jornada de reflexión” les invito a leer un apropiado poema de Fermín Herrero (al que debo un Reseñados que más pronto que tarde caerá):

-DE INTELECTUAL A FOROFO-
Inquebrantable la adhesión, jamás
sectaria, y firme la defensa, en columna
o tertulia, de aquel que nos cubre, león
de las fusiones. La verdad es un monstruo
que aniquila y fluctúa y al cabo la carne
es de cristal y los bolsillos pesan. Las medias
palabras se parecen a las íntegras y al cabo
puedo cambiar de chaletito y de criterios siempre
que un sindicato de la pasta, cualquiera, premie
los servicios prestados en linchamientos morales
según consigna del de arriba, porque al cabo qué importa
quemarse en lo veraz o al sol que más calienta. 1
(1)    Fermín Herrero. Poemario “El tiempo de los usureros” poesía Hiperión
© Luisa L. Cortiñas

SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 3)





Vamos por la "parte 3". Continuamos con el Martes.
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MARTES


El martes amaneció martes, no era trece y el mes de abril continuaba regalando sol y calorina.

Como todos los martes recorrió el mercado puesto por puesto, compraba poco, siempre compraba poco, pero le gustaba hacer compañía a los tenderos que ociosos esperaban la llegada de clientes. Alfonso era un hombre dicharachero y siempre amable, los comerciantes gustaban de su compañía, además, solía hacer tan buena publicidad de los establecimientos, que a todos ellos les había conseguido más de uno, de dos y de tres clientes fijos.
Su puesto favorito era el de Consolación, viuda de buen ver que con sus gritos promocionales inundaba la plaza. Su voz en sí misma era un delito medioambiental. Alfonso estaba seguro de que si se lo proponía sus cuerdas vocales podían romper vajillas, vasos, tímpanos, incluso corazones.

“Tomates, hermosos tomates”, gritaba, y con sus manos gordezuelas alzaba un tomate como Casillas copas. En una ocasión inolvidable,  Alfonso había puesto una de las cajas de plástico vacías para que ella lo usase de tarima, la cosa no acabó en accidente por la preocupación de caerse de ella y el usarle a él de bastón.

—Estas carnes necesitan mejor aposento —reía Consu para los amigos.

Alfonso hacía tiempo le había tirado los trastos, pero ella no recogía el señuelo. Poco después se enteró que andaba en entendimientos con un sudamericano famoso en el pueblo por  gustar de bellezas rubensianas a libre disposición y sin afanes posesivos.

—Toda mujer se me “hase” poco —decían que decía aquellos que le conocían.

Durante un tiempo, el sudamericano legendario fue el héroe de los viudos del pueblo, que eran más bien pocos, ya lo decían las estadísticas, las mujeres vivían más, y con aquellas alegrías seguro que recibían algunos años de propina.

Aquel martes el mercado dormitaba, lo cual propiciaba las charlas tranquilas y las confidencias.

—¿Te has enterado de lo del ambulatorio?

—Estaba allí, Consu, estaba allí.

—¿Algo grave?

—No, lo de siempre. Tonterías de viejo.

—No lamentes que no eres viejo —respondió ella riendo y balanceando las caderas.

—¡Ah! ¡Si yo te contara!

—Es maja la doctora, muy atenta.

—Y guapa, muy guapa.

—Ja, ja, ja. Andáis todos tontos con la Laura esa.

—Ya estará servida, ya.

—Es divorciada, lo sé de buena tinta.

—Es la nueva epidemia, estos jóvenes ya no aguantan “ná”.

—No creas, las arpías robamaridos también ayudan lo suyo.

—¿Robamaridos? —preguntó Alfonso con cara de ingenuo.

—¿No te has enterado? ¡Cómo sois los hombres!

—Buenos días, Consu. Alfonso, ¡usted por aquí! —los aludidos contestan el saludo con un gesto.

—Ya ve, matando la mañana —responde Alfonso.

—Un kilo de patatas rojas, y dos kilos de esos tomates de ahí.

—Ahora mismo, doña Paca. Pues le estaba comentando aquí al caballero lo de las robamaridos.

—¡Ah!, ¡ah!, ¡ah! ¡Qué disgustos dan! ¿Se ha enterado de la última?

—Lo de Manolo, ¿no?

—Ya han pillado a otro —dice Paca con cara de estar a la vuelta de la calle—. El Agus.

—¿Agus? ¿Agus?

—Sí, el marido de la Remedios, la del puente.

—¿Ese matrimonio que tiene cuatro niños? —preguntó muy interesado Alfonso.

—El mismo, el mismo.

A partir de ahí la conversación de las dos mujeres se convirtió a oídos de Alfonso en una retahíla de lamentos típico de lavanderas, lo que sufría la pobre Remedios, que qué iba a hacer con cuatro hijos, en la peor edad, insistían, en la peor edad, mientras Alfonso pensaba que no tenían nunca una edad buena. La entrometida era la hija de la Lola, la de las drogas, la Lolita, una joven que siempre había andado muy suelta, ¡anda que no tendría chicos jóvenes en fila! Pero no, había clavado los ojos en el Agus de bolsillos llenos, aunque no tanto como esa descarada pensaba. En esas estaban las mujeres cuando repararon en un Alfonso ensimismado.

—Si es que los hombres sois tontos —espetó Consu.

—Señoras, ¡a mí nadie me pretende! —contestó adornando con un grácil movimiento de brazos su figura.

—Es que no tienes muchos posibles —rieron las mujeres al unísono.

—¡Hay secretos que no se pueden desvelar!

—¡Uh! ¡Qué tiene los dineros debajo del colchón!

—Señoras, muy grata su compañía —dijo mientras cogía las manos de las señoras para besarlas como si fuera el Papa—, pero me despido.

Luisa L. Cortiñas




Si a alguien le mata la intriga (no creo, los políticos me hacen competencia desleal) y no puede esperar está a la venta, se puede enlazar en la foto de portada.
Del resto, ya saben, que como buena gallega, aparte de los jueves publico cuando me peta.

miércoles, 20 de mayo de 2015

LA CARTA NO ERA PARA MÍ


Hoy he recibido una carta.

“No viene firmada no sé quién será” 1

Mi buzón, al igual que tu buzón, lleva días echando humo. Las elecciones son días de promesas, alegría y correspondencia no solicitada.

Todos sonríen en sus mesas publicitarias, aunque para todo hay clases, mientras unos sólo pueden ofrecer conversación y un par de papeles, otros regalan globos rojos, y los más pudientes sombreros de paja adornados con cinta azul, ideales para el campo o la playa.
Pero hoy ha llegado otra carta a mi buzón, y no, no era una carta de amor, pero destacado en rojo aparecía el aviso de IMPORTANTE. 

No se diferenciaba nada de esos envíos masivos de empresas cutres, ofreciendo productos nunca solicitados o cursos jamás lo suficientemente rimbombantes como para que nos molestemos en pedir información. Sobre mi nombre y dirección, especificaban que el contenido era importante para el 24M. Propaganda electoral de baja gama para votantes de altos vuelos.

“Dice que si quiero soñar, dice de una isla”1

La sorpresa vino cuando abrí el tríptico, y a pesar de ser la destinataria, la carta no era para mí, era para aquellos que en alguna ocasión habían votado al partido popular, textualmente decía:

SI ALGUNA VEZ HAS VOTADO AL PARTIDO POPULAR DEBERÍAS LEER ESTO.

No sé que esperaba cuando abrí el panfleto, pero sentí cierta desilusión cuando vi que no era para mí.

No recuerdo cuando me lo enseñaron, en cualquier caso, en algún momento lo aprendí, el partido que gobierna lo hace para todos, no sólo para los suyos.

La misiva continuaba con los grandes triunfos que yo ignoro o que me ignoran. Según cuentan, crean una media de 116 empleos fijos diarios en las Islas Baleares, yo sólo conozco temporeros, falsos autónomos y supervivientes, parece ser, que nunca me rodeo de buenas compañías.

“Demasiado bueno para ser verdad”1

Me gustaría devolver la carta, ya que no era para mí, pero no lleva remitente, está muy feo abrir correspondencia que no te corresponde, valga la redundancia, y al fin y al cabo, no estarán muy interesado en que les devuelva la misiva, de lo contrario, digo yo, seguro me hubieran dejado alguna dirección. ¿No crees?

 “YA VA SIENDO HORA DE ARRIESGAR
YA VA SIENDO HORA DE ARRIESGARLO TODO” 1
© Luisa L. Cortiñas
(1)    “Tiempo destinado a la locura” 21 Japonesas


Recuerden que tengo un par de libros a la venta y uno "de gratis", que más que vendibles, regalables parecen  congelados tricolor del Mercadona.
(Me temo que mi publicidad es más mala y menos efectiva que la del PP. ¡Qué triste es todo!)

viernes, 15 de mayo de 2015

SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 2)




Vamos por la "parte 2". Continuamos con el lunes. Sí, un lunes largo.
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Laura llegó a su casa agotada. La mañana había sido como una película de Buñuel, recargada y con sabor a menta. No le gustaban los lunes, y menos los lunes después de una semana llena de festivos, en vez de doctora, parecía una administrativa. Ciertamente hacía ya mucho tiempo que se sentía una administrativa. Firmar altas y bajas, intentando no pasar el tope que ante la consejería de sanidad la marcaría con un farolillo rojo. Saludó a sus hijos que estaban a lo suyo en sus respectivas habitaciones. Una suerte que ya fueran mayores e intentarán hacer su vida. En el contestador, un mensaje del cabronazo de su exmarido. ¡Menudo idiota! Después de humillarla delante de todos huyendo con la jamona esa de veintitrés, que por no tener, ni las tetas tenía bien puestas cuando quedo embarazada de esos gemelos que a saber si eran de él. Ahora suplicaba como un perro una oportunidad, una oportunidad, una “oportumierda”. En el fondo, muy en el fondo, a Laura le daba pena que le hubieran engañado así. Se lo advirtieron pero no escuchaba a nadie, todo lo achacaba a envidias, hasta que la joven lagarta le trincó la paga por los dos niños y lo echó a la calle. Ella tenía la suerte de que no necesitaba nada de él, sus hijos tampoco querían  saber de esos medio hermanos “renegríos” que nadie sabía a ciencia cierta de quién eran. Después del disgusto, llegó el día en que comprendió que le había hecho un favor.


Cuando llegó a la cocina, Isolda, la vieja y fiel Isolda, ya había calentado la comida y servía la mesa. La besó y le dio las gracias. Por enésima vez le recordó que a esas horas debería estar en su habitación descansando y haciendo la siesta, o viendo algún culebrón de esos que tanto le gustan. 

—¿Qué ha pasado niña, qué ha pasado?

—¿Te has enterado?

—Esto no es Madrid, cuando uno sale a la calle, aunque sólo sea para comprar el pan, una se entera de cosas.

—Nada grave, un histérico de esos que acaba de firmar contrato y dice que tiene una depresión.

—Mujer, ¿no has pensado que con la necesidad que hay de trabajo el hombre está mal?

—Sí, pero he revisado el historial y todos los años por estas fechas se indispone.

—¿Y a ti qué más te da? Aquí todos hacen trampa, empezando por los de arriba. ¡Menudo ejemplo dan!

—Ya, pero estoy rozando el tope, ya sabes que después se dedican a perseguir a una.

—¡Qué mundo éste! —dice Isolda levantándose con andar cansado, sus pasos van hacia la nevera de la que saca un buen trozo de tarta de manzana—. Hoy me ha salido buenísima.

—Muchas gracias, ¡qué haría yo sin ti! Ve a descansar —dice mirando con ternura a esa mujer con la que lleva toda la vida.

La contrataron sus padres de interna cuando era casi una niña, con catorce años llevaba la casa y ayudó a sacar adelante a seis niños. Laura era la pequeña y enfermiza, y la única chica. Y volvió a su mente el drama de Isolda. Trabajar toda la vida para construir una casa en su pueblo, que jamás pudo, ni podrá disfrutar. Su amado sobrino, mucho arreglar papeles y la dejó en la calle sin casa y sin ahorros. Aún recuerda cuando apareció en su puerta con la misma maleta con la que había partido dos días antes, y unos ojos que rompían el corazón. Comparado con lo de ella, lo suyo no era nada.

Ella había estudiado medicina por tradición y vocación, volvería una y mil veces a hacer lo mismo, pero se habría especializado en cirugía o en pediatría, la medicina general era un saco en el que cabía todo, y poco a poco se había convertido en una suerte de auxiliar administrativo de alta cualificación. Tenían que tener en cuenta no sólo la enfermedad o posibles enfermedades, había que saber el precio de los medicamentos, no sucumbir a los encantos de los visitadores médicos, rellenar campos y campos, imprimir lo menos posible para no ocasionar gastos innecesarios. Unas cuestiones le parecían de sentido común, otras eran un crimen silencioso del que cada día se sentía más cómplice, como ahorrar en pruebas que eran la única manera de confirmar o descartar casi cualquier sospecha de enfermedad grave.

Sabía que estaban los enfermos y los otros, los solos, los que gustaban de ir de cuando en cuando a su consulta para preguntar cosas que ya sabían, como el señor Alfonso, todos los meses encontraba una excusa para preguntar lo mismo. Sólo pedían unos minutos de atención y ella se los daba gustosa.

Cuando comenzó a ejercer, su consultorio era el más solicitado y el más lento. Le gustaba escuchar a las personas, actuaba como una suerte de psicólogo pedestre, pero siempre consideró que hacía más bien los veinte minutos que de media dedicaba a cada paciente que toda la medicación que podía recetar. Cada día le exigían más rapidez, eficacia, lo llamaban eficacia, pero había dolores que pedían oídos a gritos.

Decidió ir a la terraza a tomar el sol, pillaría alguna novela para matar la tarde. Tenía colada pendiente de plancha, pero no le gustaba que nadie planchara su ropa, ni siquiera Isolda. Siempre consideró los trapos como algo muy  personal, algo fuera del terreno de las órdenes y las servidumbres. En realidad, era la única tarea doméstica para
la que se consideraba apta. Pero ahora no era el momento. 


© Luisa L.Cortiñas



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Si a alguien le mata la intriga (no creo, los políticos me hacen competencia desleal) y no puede esperar está a la venta, se puede enlazar en la foto de portada.
Del resto, ya saben, que como buena gallega, aparte de los jueves publico cuando me peta.