Alcancé la puerta del último vagón in
extremis
Era uno de esos trenes de dos pisos.
Subí a la planta uno. Me senté en el primer hueco libre. Al lado del pasillo. Ella
estaba enfrente con mi libro entreabierto en sus manos. Era la primera vez que
veía a alguien leyendo mi libro. Sabía
de memoria el paso de las páginas.
El movimiento de sus ojos en la página
cuarenta y tres lo acompañé con el de mis labios:
―Solo
quería verte reír ―dije.
―¿Conoces
el poema?
―Era mío,
ahoya es solo tuyo.
Comprobó
la contraportada.
Sonrió un
mundo.
Luisa L. Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.