VUELVE A POR OTRA con E de Estrella
Estrella posee los ojos más negros del
mundo, un pozo en los que la luz rebota y la alegría estalla. Su cabello es
azabache, largo y rebelde, me cuenta siempre que todas las mañanas lo trenza
con mucha paciencia. El colegio le gusta, pero sus notas no pueden ser peores,
oculta su fracaso escolar con su éxito deportivo. Tiene once años y toda una
vida por delante para hacer camino.
Todas las tardes viene a clase de
refuerzo de matemáticas, llega temprano, y antes de entrar al aula, le gusta
permanecer unos minutos en la recepción de la academia hablando conmigo.
—¿Qué tal van esas matemáticas? — pregunto. Más que una pregunta, es
una cortesía para comenzar nuestra charla diaria.
—Inamovibles— me responde. Me mira con
sus grandes ojos, como midiendo posibilidades.
Le sonrío, y esa es la señal para que ella se arme de valor y me pregunte.
—¿Tú sabes qué es el infinito? — mi cara es un poema entre el
crucigrama y las esfinges de Egipto.
—Sí— respondo con una seguridad.
—¿Me lo explicas?
—¿Para eso no está tu profesor?
—Sí, pero no me aclaro.
Mi cabeza empieza a dar vueltas, y
respondo lo primero que se me pasa por ella.
—Imagina que yo tengo todas las manzanas
del mundo, y te mando contarlas.
—Eres un poco mandona ¿no? — sonríe, esta bestia no para de
sonreír.
—Es un ejemplo, cuando las cuentas y
llegas al número n, aparecerá otra que será n+1, y otra y otra.
—Eso dice el profesor, pero yo no lo
veo— me dice moviendo la cabeza hacia los lados. Mis ojos se posan en el
pisapapeles que me traje de la playa hace dos años.
—Imagina que tengo todas las piedras del
mundo.
—¿Y para qué quieres tú todas las
piedras del mundo?
—Buena pregunta.
No será muy inteligente, pero pregunta
como si lo fuera. Los de CSI son menos incisivos y menos escépticos. Se me
ocurre una idea.
—¿Estrella, tú te imaginas todas las
estrellas del mundo?
—¿También todas tuyas?
—Por supuesto. Imagina, imagina que—
sonrío mientras busco las palabras adecuadas— tengo todas las estrellas del
mundo, y tú las cuentas una a una hasta llegar a “n” estrellas ¿me sigues?
—Sí.
—Cuando las tienes todas, todas
contadas, en un lugar del mundo nace una niña a la que llaman Estrella, y en
otro lugar del mundo otra, y otra, y otra.
Ella me mira con cara de suficiencia, y
yo sonrío con anticipada satisfacción.
—¿Y todas tuyas para que yo las cuente?
—Sí.
—¿Sabes? — me pregunta.
—¿Qué?
—Eres una egoísta, simpática pero
egoísta.
Intento decir unas palabras, pero éstas
se niegan a salir. Ella se va muy digna hacia el aula haciendo un gesto de
adiós con la mano, de repente se da la vuelta, y muy seria me dice:
—Gracias.
—¿Por?
—Ya sé lo que es el infinito.
Sonrío como si me hubiera poseído una
luna menguante y antes de irse me espeta:
—Pero sigues siendo una egoísta.
Ciertamente no sé si se ha enterado de
lo que es el infinito, pero el principio básico del capitalismo lo tiene claro.
®Mª Luisa López Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.