CAFÉ (Recetas simples para románticos empedernidos)
La
despertó un ruido extraño, después de doscientas noches sin compartir lecho la
habían desvelado los ruiditos de su acompañante. Si queridos amigos, Noelia
había conseguido la noche anterior llevarse a casa un acompañante.
Cogió
el móvil que había dejado como todas las noches en la mesilla, las ocho y cuarto. No disfrutaba de los placeres
de la cocina pero tenía tiempo suficiente para preparar un café al desconocido,
se lo merecía después de las acrobacias de anoche. Se levantó, se dio una ducha
y se dispuso a preparar un aromático café. Debajo del agua le dio por pensar
que no tenía ningún sentido preparar un café a alguien con el que sólo había
compartido un par de horas de conversación y un par de polvos. Ella misma lo
odiaba, desayunaba una cola con donuts ¿y si a él tampoco le gustaba? Casi al
mismo tiempo que la idea había rondado su cabeza ésta desapareció. A todo el
mundo le gustaba un buen café casi tanto como el buen sexo.
No
tenía ropa a mano, decidió quedarse con el albornoz que colgaba triste en el
perchero, que no dijera nadie que andaba provocando, no era cuestión de darle
de comer al vecindario de amargadas que le había tocado en suerte. Cuando
atravesó el salón vio la ropa de la noche anterior esparcida en el mismo orden con
el que se sucedieron las cosas, sonrió y entro en la diminuta cocina, casi todo
ventanal, dispuesta a preparar el mejor café del mundo. En la despensa, al
fondo, siempre guardaba un paquete para por si acaso. Allí estaba, detrás de
las galletas y el azúcar, sonrió triunfante. Automáticamente comprobó la fecha
de caducidad. ¡Manías de vivir sola! Su rostro quedó mudo, agosto del 98
¿tantos años lleva sin preparar un desayuno? De repente recuerda que en los
últimos años les despacha como si fuera un médico de la seguridad social.
Tendrá que bajar a comprar un paquete al chino, los de la esquina tienen de
todo, incluso te alquilan niño para casos excepcionales de pretendientes
pesados. Se puso el vestido largo de la noche anterior. Bajó las escaleras, no
fuera a ser que vestida de esa guisa se topase en el ascensor con algún vecino
indiscreto, sorteó las miradas de los curiosos y regresó a casa. La cafetera
italiana, recuerdo de su último amante estable, la había guardado en un hueco
encima de los muebles de la cocina, se subió a un taburete, casi de forma
inmediata algo viscoso quedó prendido de su mano derecha y la rescató envuelta
en grasa y polvo. Debería de limpiar más a menudo. Nada más abrirla un extraño olor
salió como sintiendo alivio, cogió una bolsa, tiró el artilugio, la cerró con
un par de enérgicos nudos y la arrojó a la basura. Nada salía como había
planeado. Cogió un vaso, abrió la nevera y cuando se disponía a servirse una
cola unos fuertes brazos la asieron por la cintura:
—Me he
despertado y no estabas.
—Ya
ves, llevo un rato levantada e iba a preparar café.
—Te lo
agradezco, pero odio el café, desayuno siempre un refresco de cola.
Noelia
le vio todavía más guapo que el día anterior, de metro noventa había pasado a
metro noventa y ocho, de moreno a morenísimo, de ojos castaños a color avellana
promesa, de labios sensuales a dionisiacos, de un posible affaire a un hombre
perfecto que nunca le recriminaría no tener nunca a punto los ingredientes y
enseres para preparar un buen café mañanero.
Ingredientes:
Cafetera
limpia o al menos en buen uso.
Un
paquete de café en fecha.
Leer atentamente
las instrucciones de uso.
Consejo:
Difícilmente
tiene uno la suerte de Noelia, se me olvido comentarles que es una mujer con
una flor por trasero.
®Mª
Luisa López Cortiñas
Por la curiosidad de saber quién me ha leído, visito tu página. Lo que encuentro me ha gustado. Buen relato.
ResponderEliminarGracias por la visita. Me alegro.
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