Ausencia
Aquella tarde nada más abrir la
puerta echó en falta la fragancia a rosas silvestres que habitualmente la
saludaba. Depositó, como era su costumbre, el bolso en el perchero de la
entrada, abandonó los manolos a su suerte, y se dirigió a su habitación. La cama
estaba sin hacer, tal y como la había dejado esa mañana; y en el cuarto de
baño, aún estaba el peine con cabellos tristes y abandonados. ¡Algo había
ocurrido! En la vida había visto semejante fenómeno. Recorrió las estancias una
a una, todas continuaban con su proverbial orden, pero con las persianas
bajadas. Todo cambió al llegar a la cocina. En el fuego, una olla desprendía
vapor y tufo a productos de huerta. Contrariamente a lo habitual, una puerta
dentro de la estancia estaba abierta. Debía de ser la despensa. Se dirigió con
decisión a ella, pero sus pies tropezaron con un bulto negro, en el que sólo
destacaban unos ocasionales ribetes negros.
©Luisa L.
Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.