A
sus cuarenta años desconocía lo que era un sueldo mensual, ignoraba lo que era
una entrevista de trabajo, y los coqueteos de oficina eran leyenda urbana.
Desde que tiene memoria, siempre quiso ser notario, y desde su más tierna
infancia mostró aptitudes para documentar las más enconadas disputas entre
compañeros, dicho de otro modo, era el chivato “aguanta collejas”. Su madre
deslizaba un par de veces por semana un billete de 20 euros, esos eran sus
ingresos. Daba gracias por la suerte de haber nacido a finales de siglo XX, al
menos follar, aunque fuera poco, salía barato.
Esa
tarde tocaba reunión de vecinos, estaban todos revolucionados, había que
acometer unas pequeñas “reparaciones” en
los garajes, casi recién estrenados, en invierno, se inundaban como piscinas
infantiles.
Su
comunidad la formaban cuatro modestos edificios de cuatro plantas, y cuatro
viviendas por planta. Sesenta y cuatro vecinos cada día más cerca de la indigencia,
decía su madre ¡y ahora arreglar los garajes!
Roberto
no sólo era la esperanza blanca de su madre, esa tarde era la esperanza de
todos. Los edificios tenían apenas dos años, y habían decidido, nuevamente,
demandar a la promotora, él sólo sería asesor “de baratillo”, es decir, no iba
a cobrar nada por facilitar las instrucciones iniciales. Aunque después de los
informes que le habían
facilitado, la comunidad no tenían razón. Ninguna.
La
reunión decidió efectuarse en uno de los portales, como dictaban las costumbres
que habían establecido, cada
vecino llevaba su propia silla, y se dispusieron a iniciar la reunión.
Ese
mismo día había llegado el recibo de la luz, los más cautos hablaban de
escándalo, los más reivindicativos pedían nacionalizarla, y los más enfadados
bajaban a los santos del cielo al tiempo que planeaban cómo hacer un enganche
ilegal.
La
bajada de potencia se había extendido como una epidemia en el vecindario, y los
nuevos precios por tramos horarios ocasionaban largas disquisiciones.
Había
transcurrido una hora y no había noticias de las “obras” del garaje. Roberto,
acostumbrado a ser ignorado por todos, decidió desde el primer momento poner en
marcha el radar, palabras aquí y acullá, poco a poco una idea comenzó a
martillear su cabeza ¿y si era una oportunidad?
Roberto
se levantó, y con voz grave dijo:
—Vecinos,
creo que sé cómo podemos ahorrar todos con el recibo de la luz.
Los
vecinos cesaron la operación despelleje, y comenzaron a prestar atención a ese
discreto abogado al que apenas conocían. Roberto es metro ochenta de
tranquilidad, frente ancha y despejada tirando a calva, y unas cuantas
dioptrías corregidas con gafas de pasta, que le daban aspecto de empollón
interesante.
Roberto
continuó su locución:
Creo
que están ustedes más preocupados por el abuso eléctrico, que por el agua que
invade nuestros garajes cada vez que llueve.
Comenzaré
con las malas noticias, no quiero que nadie se llame a engaño.
Revisando
los informes, el motivo de las inundaciones, es por un uso inadecuado de la red
de saneamiento. Indican que al WC son arrojados sin conmiseración: pañales,
compresas higiénicas, tampax y otros objetos de diverso origen y composición.
Es posible que en esta cuarta ocasión, la constructora decida no asumir unos costes
que no le corresponden. Por parte de la presidencia de la comunidad se
solicitaran varios presupuestos, para acometer la higienización de las tuberías
a la mayor brevedad. Como letrado considero que llegar a los tribunales con la
promotora, por incidentes, de los que en último término somos responsables
nosotros, es una pérdida de dinero y tiempo.
El
segundo punto, no viene contemplado en la convocatoria de hoy, pero por unanimidad vamos a proceder a
tratar, a saber:
“el
nuevo recibo de la luz”.
Desde
que ha comenzado esta reunión están ustedes más preocupados por ese recibo que
por las incidencias, digamos, acuáticas.
Mientras ustedes se dedicaban a exponer sus diversos puntos de vista, yo me he
dedicado a pensar en alguna posible solución, que paliara en parte el disparate
de las hinchadas facturas. Como todos sabemos el garaje de este edificio, por
ejemplo, está infrautilizado, puesto que entre todos los coches ocupan la mitad
de las plazas disponibles. Es previsible que el suministro eléctrico sea más
barato a horas intempestivas, y yo, como ustedes saben, estudio por las noches,
por tanto, cabe la
posibilidad de poder habilitar la mitad del garaje como lavandería interna. Yo
por un módico precio me ofrezco a llevar el servicio. Se trataría de unificar
todas las lavadoras en el mismo cubículo, poniéndolas a funcionar en la hora
más barata. ¿Qué la hora más barata es a las cuatro de la mañana? lavadoras a
las cuatro, ¿qué es a las cinco de la tarde? a las cinco. Esto podría suponer
un buen ahorro. De hecho, en muchos países europeos, es muy común el disfrutar
de lavadoras comunitarias autoservicio.
Los
vecinos comenzaron a mirarse unos a otros y asentían, era interesante la
propuesta del “chaval”, y comenzaron todos a aplaudir.
Roberto
estaba asombrado del buen recibimiento de su propuesta.
Irrumpió
las salvas el presidente de la comunidad.
—Me
parece una gran idea, creo que a ustedes también.
—Una
excelente idea, de todas formas, todos los garajes están infrautilizados,
podríamos dejar uno completo para esa instalación— dijo uno de los vecinos.
—
Bien pensado, salvo pintar no tendríamos que hacer obras, sólo ampliar la
instalación eléctrica y desagües ¿personal voluntario experto en dichas tareas?
—Yo,
yo se levantaron cuatro manos.
—Yo
podría pintar, ¿voluntarios para ayudar? — varias manos volaron para ofrecerse.
—¿Limpiar?
—Lo
que también convendría es insonorizar el garaje, aunque fuera con algún método
barato y casero.
—Hay
que recoger las hueveras de cartón, todos tenemos y amortiguan. Pondremos un
contenedor para depositarlas.
Roberto
y el presidente tomaron nota de los voluntarios para esas primeras labores. Se
les había echado la hora encima, y algunos niños comenzaban a asomar por las
escaleras solicitando cena, quedaron emplazados para el día siguiente. La
principal tarea consistiría en sortear
las plazas de garaje que iban a ocupar los coches que dejarían espacio para la
lavandería.
En
el tiempo record de una semana, habían contratado una empresa para sanear las
tuberías, colocado en todos los cuartos de baño carteles en cinco idiomas, para
que todos conocieran los usos adecuados de los distintos equipos de
saneamiento, y evitar que en caso de nuevas incidencias se alegara ignorancia.
En
menos de quince días, el garaje seleccionado para la tarea ahorro, estaba
irreconocible, cualquier rastro de hollín había sido aniquilado por unas
paredes dignas del más blanco pueblo andaluz, la instalación eléctrica se había
ampliado en el lateral derecho para dar paso a sesenta lavadoras, y habían
habilitado una esquina para ubicar diez de repuesto, y poder solventar
cualquier incidencia en un breve lapsus de tiempo. La red de saneamiento se
había ampliado para que la carga y descarga de agua funcionara adecuadamente.
Se instalaron dos potentes focos de luz blanca para que Roberto pudiera
aprovechar bien las noches, y las
paredes se llenaron con grandes estanterías para colocar las sacas de ropa.
Mientras
los vecinos solicitaban la bajada de potencia contratada, subían la
contratación de potencia para las instalaciones comunes.
Como
el precio de la luz se sabía con unas horas de antelación, a las dos de la
mañana, Roberto comenzaba
la tarea de preparar la ropa en los bombos, el detergente, quitamanchas, y
suavizante. Cuando llegaba la hora “del casi gratis”, en un loco sprint, iba
apretando botones ON.
Cuando
las lavadoras iban terminando, las prendas eran depositadas en bolsas de
plástico. El sistema logístico era sencillo, se dejaban las sacas de cada
domicilio al lado de la lavadora en la que se depositaban, y cuando se quitaba la colada, a la bolsa de
plástico y ésta a la saca. El sistema funcionaba perfectamente, después de un
mes en marcha, ni una colada se había equivocado. Si había desaparecido algún
calcetín rebelde, pero eso entraba en la contabilidad de pérdidas esperadas y
encuentros sorprendentes.
Roberto
cada día hablaba más con sus vecinos, mejor dicho, con ellas, mucha igualdad,
pero a la hora de la verdad, esto era cosa de ellas. Las señoras muy mayores
querían buscarle novia, le mostraban fotos de hijas,
sobrinas, amigas; algunas maduras adoptaban la misma actitud, entre maternal y
molesta, pero otras, actuaban como perras en celo buscando un polvo fácil a
deshoras, y él aun no había aprendido a decir que no a una dama; las jóvenes
eran coquetas y escurridizas; y la gitanilla del tercero, una morenaza
exquisita por la que suspiraba desde hacía dos años, por allí no aparecía.
Con
el primer recibo, el ahorro no fue tal, lo que no se pagaba en el domicilio se
pagaba en comunidad, pero teniendo en cuenta la inversión realizada en
materiales y el sueldo del lavandero, la cosa no iba mal.
En
la primera reunión postlavandería, varios vecinos indicaron que la instalación
estaba siendo infrautilizada, y que podían ampliar, con otra pequeña inversión,
las prestaciones.
De
este modo, en pocos días, aquello se llenó de neveras, cocinas, batidoras, Termomix, y electrodomésticos de
lo más variado fueron encontrando acomodo. A los niños no es que les gustara el
zumo, les gustaba bajar al garaje a buscarlo. No se ahorraba porque se invertía
en la ampliación. El día más glorioso fue cuando decidieron hacer siete
minisalones, cada uno con su televisor y su canal, en ocasiones, aquello era la
Gran Vía en hora punta, el zapping consistía en ir de sala en sala, era
divertido ver a los vecinos salir de la sala tres corriendo, para ver cómo iba
la cinco, y viceversa. En realidad, más que ver lo que se dice ver la
programación, la comentaban.
Gracias
al éxito que iban obteniendo los diversos servicios, y que ahorraban unos cinco
euros mensuales entre una cosa y otra, habían propuesto hacer una unificación
real de cocinas, hasta ese momento, el vecino bajaba, cocinaba y se llevaba lo
cocinado. Algunos pensaron que se podía funcionar como un restaurante de menús
únicos, sólo bajarían a cocinar un par de personas en el horario barato, y se
haría comida para todo el mundo. En esas estaban cuando de repente se vieron
interrumpidos por decenas de antidisturbios que les encañonaban.
—Manos
detrás de la cabeza, manos detrás de la cabeza.
Todos
obedecían, los hombres alucinaban, algunas mujeres reían, y otras
solidarizándose con los niños lloraban, en cualquier caso, nadie daba crédito a
lo que estaba pasando.
Mientras
los pitufos les miraban, sin entender muy bien para que les habían mandado
allí, un grupo vestido de
paisano abría neveras, vaciaba lavadoras, tiraba
sacas, en un par de minutos habían generado un auténtico caos.
Roberto
les observaba, y ante la certeza de que estaban buscando algo que no iban a
encontrar, levantó la mano pidiendo la palabra.
—¿Les
puedo preguntar que hacen? No encontrarán nada ilegal, ni drogas, ni nada de
ese tipo. Simplemente, un día decidimos que los servicios eléctricos básicos
nos saldrían más baratos si lo unificábamos en una estancia, y los utilizábamos
en las franjas horarias más baratas. ¿Qué hacen aquí?
Los
hombres acompañaron a los polis a comisaría y les contaron, cada uno por su lado,
la misma historia.
En
unas horas tenían todo solucionado.
Parece
ser que la factura comunitaria llamó la atención de la empresa eléctrica,
denunciaron por posible cultivo de marihuana, y la policía, después de una hora
de vigilancia, decidió que tanto ir y venir al garaje de uno de los edificios
era sospechoso.
En
la reunión de vecinos que realizaron al día siguiente de estos desgraciados
hechos, decidieron efectuar un enganche ilegal para toda la comunidad. Más
barato y más seguro.
© Mª
Luisa López Cortiñas
Gracias por la visita y la paciencia.
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