VUELVE A POR OTRA con la D de David
No
es que me gusten los toros, no, pero a una la invitan a una corrida de la Feria
de San Isidro y ¿qué dice? Uh no, mira, es que esa tarde la tengo ocupada. Pues
no. ¡Con lo que me gusta el petardeo! San Isidro, dice mi marido, es para ver y
ser visto; o sea, que acepté las entradas como si me hubieran pasado un gramo
de perico.
Tres
entradas, tres, una para mi, otra para el churri, y otra para Paqui, que le
pasa algo parecido a lo mío, los toros no, a ella el petardeo comme si comme
ça, pero los toreros la vuelven loca, los toreros no, más bien el trasero de
ciertos toreros ¡qué porte! ¡qué porte! ¡cómo caminan! Ahora llamaban así a lo
de ponerse perraca, a Paqui a moderna no la gana nadie.
Por
motivos que no vienen al caso, el churri no pudo venir, mis suegros no podían
quedarse con el niño, y yo, antes muerta que suspender la salida, después de
consultar y reconsultar con entendidos, me dijeron que no había problema para
que los niños entrasen. Decidí llevármelo puesto. Si es legal, no es malo.
Mi
niño tiene tres años, piel blanca como la leche, ojos azules, cabellos rizos y
rubios, es un querubín con lengua de trapo que no se calla nada. Esta en esa
edad, en la que lo pregunta todo. Le bañé en protector solar, me pertreché un
par de sandwich, dos botes de zumo, pinturas de colores, un cuaderno,y un
anorak por si refrescaba.
Cuando
llegamos, los exteriores de la plaza eran un hervidero. Nos regalaron “La
razón” a la entrada ¡qué detalle! Una vez dentro, Paqui hizo cola para
conseguir un programa; en una esquina, un anciano los repartía a cambio de
propina. Hay que reconocer que hoy en día se hace negocio con todo. Cogí un par
de euros y me hice con uno sin esperas. Aquello era un servicio premium en toda
regla.
Cuando
Paqui salió de la cola triunfante, yo le enseñé mi programa para fastidiarla.
¡Esas cosas qué hacemos las buenas amigas! Una vez localizado tendido, en la
puerta estaba el señor que alquilaba almohadillas. En la vida había visto yo
nada tan, nada tan ¿desastrado? Deduzco que las desinfectan entre
sesión y sesión, en cualquier caso siempre serán más cómodas que la piedra. En
eso nos distinguimos los ocasionales de los aficionados, éstos últimos se
llevan sus propias almohadillas, que son como un maletín de ejecutivo pero
lleno de espuma y colores. Como en los cines a la antigua usanza, tienen
acomodadores que muy amablemente te acompañan a tu sitio. Desde el momento que
subes dos escalones y oteas dónde está ubicado el asiento, el “no me
gusta que en los toros te pongas la minifalda” comienza a adquirir sentido,
entre lo estrecho y empinado, los de barrera se deben de poner ciegos a mirar
chicha.
Ahí
vas tú tan contenta, te señalan los huecos adjudicados, y te sientas, el niño
en el medio, y Paqui y yo de escoltas escoltadas por señores orondos y
entendidos, a nuestros pies, dos turistas italianas que a saber lo que habían
pagado por sus entradas. Famosos, ni uno en el horizonte. El niño de momento
estaba tranquilo y no daba guerra, había encontrado entretenimiento en los
señores que van de un lado al otro por el pasillo ese que separa al público de
la plaza.
Al
tiempo que comienzan a sonar los clarines, un rumor se extiende en los
tendidos, ha venido la infanta Elena con sus niños, la alcaldesa de Madrid, y
la expresidenta de la comunidad, preparamos la cámara, y como locas disparamos
al palco blanco que sobresale sobretodos los tendidos. ¡Al menos podré decir
que estuve allí!
Hay
señores que se quejan del jaleo que se va a liar a la salida, siempre que ella
viene, parece ser que la hora punta se alarga.
Mi
niño está fascinado con los “al-gua-ci-li-llos”, los caballos, los trajes
negros y los plumachos que llevan en la cabeza le tienen loco.
—Mira
mamá, mira.
—Ya
veo, ya.
—¿Qué
hasen? —Ciertamente no tengo ni idea de qué hacen, muy amablemente el
orondo de al lado nos saca de nuestra ignorancia.
—Piden
permiso al presidente para
comenzar.
—Gracias.
Muy amable.
—No
se preocupe, para eso estamos.
Cuando
la puerta se abre y comienza el desfile, David se pone de pie y mira asombrado
“el paseíllo”. Cuando van saliendo los picadores aplaude y no deja de aplaudir
hasta que los caballos se van por el pasillo, y los toreros comienzan a colocar
sus capotes. Se sienta y me mira con los ojos llenos de ilusión, como si
estuvieran en el circo.
—¿Tienes
hambre?
Dice
no con la cabeza, está muy interesado por lo que sucede en la plaza.
Cuando
sale el primer toro, abre los ojos como platos.
—Toro,
toro—dice de cuando en cuando, para regocijo de los presentes.
Se
pone de pie, pero como no molesta a nadie, no incomoda, es la atracción del
tendido. Cuando comienza la faena de capote, David intenta imitarles, el orondo
le dice “olé chaval” y el enano está en su salsa.
Cuando
el torero se dispone a estoquear al animal, decido que mejor no lo vea, además
están frente nuestra. Cuando me dispongo a taparle los ojos, David se revuelve
y dice:
—Quiero
ver le pixan
—Deje
al chaval señora, los niños en los toros disfrutan—dice el orondo de al lado.
—Ya
me doy cuenta ya— contesto.
Como
el niño va a pillar un berrinche, dejo que lo vea, contrariamente a lo yo
esperaba el niño está tranquilo y muy interesado. Cuando todo acaba pregunta:
—¿Ahora
va al sielo de los toros?
—Sí,
ahora lo llevan.
Cuando
retiran al animal, el niño aplaude entusiasmado. Este niño está saliendo un
poco terrorista. Las italianas se han ido llorando, y han sido sustituidas por
dos señores que celebran la buena nueva con un gran puro. Éste debe de ser uno
de los pocos sitios en los que dejan fumar, comer, beber y matar con total
libertad.
No
sé muy bien de dónde, nos hacen llegar un plato de plástico repleto de
lonchitas de jamón y rebanadas de pan.
—A
la afición del chaval, señora, así se hacen aficionados—. El chaval se
aficionará pero ella primera y última.
La
corrida seguía sin incidencias, David jamaba jamón a la velocidad del rayo,
aplaudía cuando lo hacían todos, y cuando no también. Con el cuarto toro llegó
la primera oreja, y David cogió el pañuelo que le dejó mi vecino para sumarse
al sarao.
Allí
estaba, moviendo el pañuelo blanco como un loco, y la Paqui venga con la cámara
a sacar fotos.
Con
el quinto salieron los cabestros y David aplaudía, saltaba, y les gritaba
“gapos, gapos”. Llegados a este punto me estaba muriendo de
vergüenza, mi hijo parecía un sádico.
Cuando
aquello acabó, mi hijo reía y aplaudía mientras nuestros vecinos le preguntaban
y afirmaban ¿a qué te han gustado los toros? Y él contestaba bonitos y sielo
¡Qué gracioso el chaval! decían. Nunca he muerto de vergüenza tantas veces en
una tarde, lo peor de todo, es que el niño se había portado fenomenal, pero
había demostrado una crueldad salvaje.
Cuando
dos días después le pillé mirando de forma extraña los cuchillos que estaba
manejando en la cocina, me comencé a poner nerviosa, y leí en sus ojos el
sadismo con el que me estaba mirando.
Esa
misma noche, conseguí que mi marido llamase a una empresa, para poner cerradura
con llave al cajón de los cuchillos, a ese niño, le iba a picar yo los filetes
hasta que fuera responsable penalmente, cuando menos.
Lo
peor ha ocurrido esta mañana, voy asar un pollo al horno, y comienza a señalar
el espiedo, y a reírse cuando atravieso el pollo con el mismo, cuando lo he
puesto en el horno, ha comenzado a mirar como éste daba vueltas y a reír de
forma extraña, con un jajaja que no es propio de un niño de su edad, después me
miraba a mí, ora al pollo, ora a mí, y de repente lo he comprendido, está
pendiente de que me duerma o me despiste para atravesarme con el espiedo y
asarme a la brasa.
Y
ya ve, he dejado al niño con la vecina, alegando una urgencia, y he venido al
primer despacho de abogados que he visto, para solicitar el divorcio, no quiero
vivir bajo el mismo techo que ese monstruo.
—¿Está
usted segura?
—Sí,
le dejo el piso, el niño, y en cuanto tenga trabajo le pasaré pensión, pero del
diablo ese no quiero saber nada, renuncio a la maternidad.
El
abogado nunca había oído ninguna historia igual. Era su primer divorcio por
exceso de imaginación mal encauzada.
©Mª
Luisa López Cortiñas
Gracias
por la visita.
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.