viernes, 28 de marzo de 2014

DAVID (o el pequeño "Dexter")

VUELVE A POR OTRA con la D de David




No es que me gusten los toros, no, pero a una la invitan a una corrida de la Feria de San Isidro y ¿qué dice? Uh no, mira, es que esa tarde la tengo ocupada. Pues no. ¡Con lo que me gusta el petardeo! San Isidro, dice mi marido, es para ver y ser visto; o sea, que acepté las entradas como si me hubieran pasado un gramo de perico.


Tres entradas, tres, una para mi, otra para el churri, y otra para Paqui, que le pasa algo parecido a lo mío, los toros no, a ella el petardeo comme si comme ça, pero los toreros la vuelven loca, los toreros no, más bien el trasero de ciertos toreros ¡qué porte! ¡qué porte! ¡cómo caminan! Ahora llamaban así a lo de ponerse perraca, a Paqui a moderna no la gana nadie.

Por motivos que no vienen al caso, el churri no pudo venir, mis suegros no podían quedarse con el niño, y yo, antes muerta que suspender la salida, después de consultar y reconsultar con entendidos, me dijeron que no había problema para que los niños entrasen. Decidí llevármelo puesto. Si es legal, no es malo.

Mi niño tiene tres años, piel blanca como la leche, ojos azules, cabellos rizos y rubios, es un querubín con lengua de trapo que no se calla nada. Esta en esa edad, en la que lo pregunta todo. Le bañé en protector solar, me pertreché un par de sandwich, dos botes de zumo, pinturas de colores, un cuaderno,y un anorak por si refrescaba.

Cuando llegamos, los exteriores de la plaza eran un hervidero. Nos regalaron “La razón” a la entrada ¡qué detalle! Una vez dentro, Paqui hizo cola para conseguir un programa; en una esquina, un anciano los repartía a cambio de propina. Hay que reconocer que hoy en día se hace negocio con todo. Cogí un par de euros y me hice con uno sin esperas. Aquello era un servicio premium en toda regla.

Cuando Paqui salió de la cola triunfante, yo le enseñé mi programa para fastidiarla. ¡Esas cosas qué hacemos las buenas amigas! Una vez localizado tendido, en la puerta estaba el señor que alquilaba almohadillas. En la vida había visto yo nada  tan, nada tan ¿desastrado? Deduzco que las desinfectan entre sesión y sesión, en cualquier caso siempre serán más cómodas que la piedra. En eso nos distinguimos los ocasionales de los aficionados, éstos últimos se llevan sus propias almohadillas, que son como un maletín de ejecutivo pero lleno de espuma y colores. Como en los cines a la antigua usanza, tienen acomodadores que muy amablemente te acompañan a tu sitio. Desde el momento que subes dos escalones y oteas dónde está ubicado el asiento, el  “no me gusta que en los toros te pongas la minifalda” comienza a adquirir sentido, entre lo estrecho y empinado, los de barrera se deben de poner ciegos a mirar chicha.

Ahí vas tú tan contenta, te señalan los huecos adjudicados, y te sientas, el niño en el medio, y Paqui y yo de escoltas escoltadas por señores orondos y entendidos, a nuestros pies, dos turistas italianas que a saber lo que habían pagado por sus entradas. Famosos, ni uno en el horizonte. El niño de momento estaba tranquilo y no daba guerra, había encontrado entretenimiento en los señores que van de un lado al otro por el pasillo ese que separa al público de la plaza.

Al tiempo que comienzan a sonar los clarines, un rumor se extiende en los tendidos, ha venido la infanta Elena con sus niños, la alcaldesa de Madrid, y la expresidenta de la comunidad, preparamos la cámara, y como locas disparamos al palco blanco que sobresale sobretodos los tendidos. ¡Al menos podré decir que estuve allí!

Hay señores que se quejan del jaleo que se va a liar a la salida, siempre que ella viene, parece ser que la hora punta se alarga.

Mi niño está fascinado con los “al-gua-ci-li-llos”, los caballos, los trajes negros  y los plumachos que llevan en la cabeza le tienen loco.

—Mira mamá, mira.

—Ya veo, ya.

—¿Qué hasen? —Ciertamente no tengo ni idea de qué hacen, muy amablemente el orondo de al lado nos saca de nuestra ignorancia.

—Piden permiso al presidente para comenzar.          

—Gracias. Muy amable.

—No se preocupe, para eso estamos.

Cuando la puerta se abre y comienza el desfile, David se pone de pie y mira asombrado “el paseíllo”. Cuando van saliendo los picadores aplaude y no deja de aplaudir hasta que los caballos se van por el pasillo, y los toreros comienzan a colocar sus capotes. Se sienta y me mira con los ojos llenos de ilusión, como si estuvieran en el circo.

—¿Tienes hambre?

Dice no con la cabeza, está muy interesado por lo que sucede en la plaza.

Cuando sale el primer toro, abre los ojos como platos.

—Toro, toro—dice de cuando en cuando, para regocijo de los presentes.

Se pone de pie, pero como no molesta a nadie, no incomoda, es la atracción del tendido. Cuando comienza la faena de capote, David intenta imitarles, el orondo le dice “olé chaval” y el enano está en su salsa.

Cuando el torero se dispone a estoquear al animal, decido que mejor no lo vea, además están frente nuestra. Cuando me dispongo a taparle los ojos, David se revuelve y dice:

—Quiero ver le pixan
—Mira qué pinturas te he traido— le digo sonriendo como una idiota. Ni caso.

—Deje al chaval señora, los niños en los toros disfrutan—dice el orondo de al lado.

—Ya me doy cuenta ya— contesto.

Como el niño va a pillar un berrinche, dejo que lo vea, contrariamente a lo yo esperaba el niño está tranquilo y muy interesado. Cuando todo acaba pregunta:


—¿Ahora va al sielo de los toros?

—Sí, ahora lo llevan.

Cuando retiran al animal, el niño aplaude entusiasmado. Este niño está saliendo un poco terrorista. Las italianas se han ido llorando, y han sido sustituidas por dos señores que celebran la buena nueva con un gran puro. Éste debe de ser uno de los pocos sitios en los que dejan fumar, comer, beber y matar con total libertad.

No sé muy bien de dónde, nos hacen llegar un plato de plástico repleto de lonchitas de jamón y rebanadas de pan.

—A la afición del chaval, señora, así se hacen aficionados—. El chaval se aficionará pero ella primera y última.

La corrida seguía sin incidencias, David jamaba jamón a la velocidad del rayo, aplaudía cuando lo hacían todos, y cuando no también. Con el cuarto toro llegó la primera oreja, y David cogió el pañuelo que le dejó mi vecino para sumarse al sarao.

Allí estaba, moviendo el pañuelo blanco como un loco, y la Paqui venga con la cámara a sacar fotos.

Con el quinto salieron los cabestros y David aplaudía, saltaba, y les gritaba “gapos, gapos”.  Llegados a este punto me estaba muriendo de vergüenza, mi hijo parecía un sádico.

Cuando aquello acabó, mi hijo reía y aplaudía mientras nuestros vecinos le preguntaban y afirmaban ¿a qué te han gustado los toros? Y él contestaba bonitos y sielo ¡Qué gracioso el chaval! decían. Nunca he muerto de vergüenza tantas veces en una tarde, lo peor de todo, es que el niño se había portado fenomenal, pero había demostrado una crueldad salvaje.

Cuando dos días después le pillé mirando de forma extraña los cuchillos que estaba manejando en la cocina, me comencé a poner nerviosa, y leí en sus ojos el sadismo con el que me estaba mirando.

Esa misma noche, conseguí que mi marido llamase a una empresa, para poner cerradura con llave al cajón de los cuchillos, a ese niño, le iba a picar yo los filetes hasta que fuera responsable penalmente, cuando menos.

Lo peor ha ocurrido esta mañana, voy asar un pollo al horno, y comienza a señalar el espiedo, y a reírse cuando atravieso el pollo con el mismo, cuando lo he puesto en el horno, ha comenzado a mirar como éste daba vueltas y a reír de forma extraña, con un jajaja que no es propio de un niño de su edad, después me miraba a mí, ora al pollo, ora a mí, y de repente lo he comprendido, está pendiente de que me duerma o me despiste para atravesarme con el espiedo y asarme a la brasa.

Y ya ve, he dejado al niño con la vecina, alegando una urgencia, y he venido al primer despacho de abogados que he visto, para solicitar el divorcio, no quiero vivir bajo el mismo techo que ese monstruo.

—¿Está usted segura?

—Sí, le dejo el piso, el niño, y en cuanto tenga trabajo le pasaré pensión, pero del diablo ese no quiero saber nada, renuncio a la maternidad.

El abogado nunca había oído ninguna historia igual. Era su primer divorcio por exceso de imaginación mal encauzada.


©Mª Luisa López Cortiñas

Gracias por la visita.


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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.