Le encanta despertarse en
mitad de la noche y verla así, tan bella, con su melena rubia bañando la
almohada. En momentos cómo ese le gusta rozar su nariz chata con el índice de
su mano derecha. Ella siempre comienza a mover los morros como hacen los
conejos, a él le gusta insistir hasta que ella se despierta haciendo
espavientos con los brazos. Ya está.
—¿Por qué
me despiertas? — pregunta ella
bostezando, mientras él sonríe.
—Hoy
es el día, el gran día— responde él, mientras se atusa con primor sus
abundantes cabellos canos.
—¿Hoy?
Hoy—repite ella con los ojos brincando de emoción. A partir de hoy nadie podrá
decir nada malo de ella, piensa.
—Hoy
cerraré twitter sólo por ti. Para que no tengas que leer más injurias y
calumnias acompañando tu nombre.
—Yoooo,
yo, yo— empieza a decir ella insegura.
—Dime
qué quieres— y la mira con dulzura, le vuelve loco su juventud.
—He
hecho una lista con las cosas que quiero que prohíbas.
—¿No
basta con twitter?
Ella
comienza a reír y le mira con ternura, este hombre tan mayor ignora tantas
cosas.
—¡Ah
papito! También está el tuenti, el menéame, el face, el google.
—¿Google? — pregunta él con cara de sorpresa.
—Ahí
dicen las peores cosas de nosotros. Es poner nuestros nombres y no hace más que
escupir mentiras, no entienden nada de lo nuestro.
—No
sigas. Nena, ¿tú sabes que nuestro amor no puede ser comprendido por simples
mortales?
—Lo
sé, pero molesta tanto que no entiendan que te amo.
—No
te pongas triste—le dice con cariño mientras le acaricia la barbilla—saca esa
lista de deseos que estoy para servirte — invita con un gesto teatral.
—No
sólo hay que prohibir twitter, tienes que prohibir todo internet— dice ella
entusiasmada—. Nunca echan nada interesante. Las noticias tristes de los
telediarios también tienes que prohibirlas, sólo quiero oír cosas bonitas. La
lluvia, me gustaría que nunca lloviese ¿puedes prohibir la lluvia?
—Hasta
ahí no llegan mis poderes— ríe él.
—¿Puedo
seguir? — pregunta ella, y él asiente complacido.
—Prohibir
el frío, no me gusta el invierno. Se me
pone la nariz roja y tengo que tapar mi cuerpo con capas y capas de ropa.
Estaría bien prohibir los pobres, siempre están pidiendo cosas. Aunque…
—Arranca.
—Si
prohíbes twitter se acaban los pobres ¿no?
—¿Ein?
—Sí,
los pobres o esos que insultan tanto, si no pueden insultar dejaran de ser
pobres.
—Sí
amor, sí— contesta, mientras piensa que está completamente loca.
—Prohibido
que los árboles pierdan las hojas, me gustan los árboles con hojas, y no me
gusta que caigan sobre la acera. Los gordos tampoco me gustan, ni los muy
delgados, ni las mujeres que son más guapas que yo… — mientras ella sigue con
su lista interminable, él piensa que lo mejor sería prohibir los pensamientos.
Los pensamientos son los culpables de todo, la gente debería limitarse a
obedecer, si él dice negro es negro, nadie tiene porqué llevarle la contraria.
Mientras los pensamientos de él vagan por un mundo utópico, ella continua con
su prosaica lista de prohibiciones.
—…
la ley de la gravedad tampoco me gusta, ¿podrás prohibirla? — pregunta ella mientras él parece absorto por profundos
pensamientos. Ella le da un codazo —despierta ¿podrás prohibir la ley de la
gravedad?
—Lo
que tú digas amor, lo que tú quieras— responde mientras besa su tersa frente.
Ahora recuerda la factura. La infame factura.
—Cariño,
hoy he visto el saldo de la tarjeta ¿en qué gastaste ayer trescientos cincuenta
y tres euros?
—¿No
te has dado cuenta? — pregunta
sorprendida mientras va señalando sus piernas y lo que está entre ellas — Está
todo como a ti te gusta, ni uno solo han dejado. Pagar por estas cosas merece
la pena. Siempre lo dices.
Él
sonríe, la mira como sin verla, no acaba de entender que cobren tanto las
esteticienes, eso sí, la dejan divina. Aunque ella en sí ya es divina.
—¿Sabes
también lo que no me gusta nada de nada? — pregunta ella, mientras él alza una ceja—. Las
máquinas esas que hacen agujeros en las aceras. ¿No hay gente que pueda hacer
lo mismo pero en silencio?
Él
asiente mientras se levanta del lecho, y anuncia que va a buscar agua.
Ella
se ha quedado dormida, cuando se despierta no están ni él, ni el hueco que deja
su cuerpo cada noche en el colchón nuevo, toca la sábana y está fría, muy fría,
hace horas que se debe de haber ido. Cuando se incorpora se da cuenta que ha
dormido abrazada a su lista de deseos.
Risas,
se oyen risas infantiles, cada vez se oyen más cercanas, y sí, parece que se
cuelan por el hueco de la escalera. Se levanta, abre las cortinas de par en
par, levanta la persiana, abre la ventana y se asoma, la calle está llena de
niños que juegan a la pelota, y el grupo
que está justo debajo presume de tener el mejor balón del mundo, ella grita
cuando se percata que es la cabeza de su viejo amante la que hacen rodar entre
sus piernas.
Está
bañado de sudor, intenta levantarse pero tiene como un pie incrustado en la boca,
huele a goma y a caucho quemado, cada vez es más difícil respirar. Cuando
consigue abrir los ojos, ve a su mujer chillando y zarandeándole como una loca.
—¿Qué
pasa? ¿A qué viene tanto grito? — pregunta él malhumorado. Cuando ella escucha su voz sonríe
aliviada.
—Creí
que te estaba pasando algo, tenías dificultades para respirar.
—Ya—
contesta, mientras piensa en el sueño tan raro que ha tenido. Mira a la mujer
con ojos cansados. Su vieja señora gasta más y los resultados ni se acercan a
los de la joven del sueño. Se dirige al baño a afeitarse, como todas las
mañanas desde hace más de cincuenta años. Seguro es cosa de la Virgen que me
manda una señal para que prohíba los pensamientos.
Hoy
sin falta mandará buscar expertos en imponer el vacío. No hay nada que llene
más los espacios.
¡Qué bonito será cerrar twitter!
®Mª
Luisa López Cortiñas
Vi el titulo y dije... noooooooooooo
ResponderEliminarJajajaja eso va a ser como lo de la ley de la gravedad. Gracias por tu comentario y tiempo. Un saludo.
Eliminar