Advertencia: Relato no apto para menores crédulos.
GABRIELA
Gabriela
era la única Gabriela del colegio, la única del pueblo, debía de ser la única
Gabriela del mundo. Gabriela sabía que los Reyes Magos no venían de Oriente,
que Papá Noel es un invento muy resalao, que el ratoncito Pérez no se queda con
los dientes, que Dios no existe y es la única de su clase que se ha quedado sin
tablet porque con el viejo portátil de mamá y el nuevo ordenador de papá dicen
que tiene más que suficiente. Pero lo había decidido la tarde anterior hablando
con Candela. Hoy comenzaría su plan.
Gabriela
se levantó esa mañana e informó a sus padres:
—Quiero un vestido blanco como el resto de
mis compañeras.
—Ya hemos hablado contigo sobre el tema y—
Gabriela interrumpió el discurso que ya conocía de memoria. En su casa no creen
en paparruchas.
—Sólo digo que quiero un vestido blanco y una
fiesta. Como todas—. Se levanta, y antes de abandonar la cocina levanta la mano
y añade— y regalos, muchos regalos.
Cogió su mochila que estaba en el vestíbulo,
la cargó a la espalda y salió de casa dejando a los suyos boquiabiertos.
Llevaba días soñando con un vestido blanco
corto, uno como de novia. Adoraba los que llevaban sobrepuesta una falda de tul
y la pechera con flores. También quería unos elegantes guantes blancos aunque
el calor la matara y la hiciera sudar como un pollo. Su larga y poco abundante
melena castaña quería que la recogieran en un bonito moño italiano, de esos que
por detrás se deslizan como una culebra, pero en la cresta hacen que parezca
que tienes mucho pelo. Mamá le dejaría alguna joya de esas que se pone muy de
tarde en tarde. Quería su fiesta, una fiesta sólo para ella y sus amigos.
Sus amigos le decían que como no era católica
y no había asistido a catequesis no podría hacer la comunión. A ella eso le
daba lo mismo, quería su fiesta y su tablet, y tenía un plan, un buen plan.
Había decidido no hablar en su casa hasta que
sus padres cedieran. Las palabras de esta mañana serían las últimas que oirían
salir de sus labios hasta que se rindieran.
Cuando llegó al colegio después de su
tradicional paseo de diez minutos, comunicó a sus allegados que había comenzado
el plan. Salvo Candela, nadie tenía confianza en su victoria. Ana decía que los
mayores mandan mucho en esas cosas, y Lucía decía que como fuera de casa no
pintan nada en casa sólo dan órdenes. Gabriela estaba convencida del triunfo,
su padre siempre decía que no se debe comenzar una guerra que no puedes ganar,
y ella estaba segura de ganar.
Después de cuatro días de completo silencio
por parte de Gabriela, sus padres comenzaron a tomar en serio la posibilidad de
una fiesta.
El oropel de la Iglesia estaba descartado, la
cría no estaba ni bautizada.
Cuando se enteró la abuela materna no cabía
en sí de gozo. La mamá de Gabriela estaba que se tiraba de los pelos. Miles de
veces le había dicho su madre que los niños a cierta edad quieren ser como
todos los demás y quieren hacer lo que toca. La señora ciertamente estaba
disfrutando del desafío de Gabriela y decidió apoyarla.
Los padres de Gabriela llevaban horas
organizando regalitos, no querían nada convencional y se decidieron por
obsequiar a los invitados con unos frasquitos de aceite para los adultos, y de
colonias los niños. Habían tenido tan poco tiempo para organizar todo antes de
que el colegio finalizase, que la madrugada del mismo día del evento estaban
haciendo etiquetas.
—¿Tú crees que estamos equivocados? —
pregunta mamá a papá.
—Seguramente no, pero es posible que nos
hayamos excedido.
—Por una parte la nena tiene razón.
—¿Sí?
—Sí, quitarle la magia al día de Reyes quizá
haya sido un error. A mí me gustaba mucho, aunque cuando supe la verdad me
enfadé bastante y prometí que no mentiría a mis hijos. ¡Y mira cómo agradece la
verdad!
Gabriela esa noche no podía dormir. Mañana se
pondría su vestido blanco, era precioso, lo iba a gastar de tanto mirarlo. También
llevaría unos guantes blancos muy finos y elegantes, una bombonera, y la abuela
le haría un moño italiano con unas horquillas que llevaban como una perla y que
quedarían preciosas. Aparte del vestido, era casi seguro que le regalarían una
tablet, soñaba con una desde que Candela tenía una para ella sola y chateaba
con los compañeros del curso superior, en realidad los amigos de su hermano
Alonso. ¡Era tan guapo Alonso! Por eso todas eran amigas de Candela, menos ella,
ella era amiga porque se conocían desde que entraron juntas en la guardería con
cuatro meses, aunque de tan extraordinario evento no se acuerda ninguna.
Siempre habían sido las únicas no repetidas de nombre en el cole, las únicas
que guardaban secretos de mayores, las dos únicas menos con el tema de la
Comunión, la Comunión ella era la única única que no la había hecho, y como
consecuencia era la uniquisima que se había quedado sin su tablet.
Atosigada por estos pensamientos bañados de
ilusión quedó dormida.
La fiesta de Gabriela fue la mejor de todas,
sin ceremonia, sin hacer fila, sin curas, y todos los compañeros de clase correteando
por el jardín.
A la hora de los regalos Gabriela tuvo su
tablet como todos y celebró con Candela que ya podían compartir chat cuando
quisieran sin esperar que sus progenitores se lo permitiesen. Gabriela
celebraba su victoria mientras sus padres contemplaban la algarabía de su
fracaso.
—¿Sabes?
—¿Qué? — preguntó mamá derrotada.
—Creo que nos hubiésemos ahorrado todo este
disparate si le hubiésemos comprado la tablet cuando la pidió.
—No creo, le gustaba mucho el vestido.
—Como a todas las niñas a esa edad.
Gabriela y Candela, en un aparte, están
instalando todo lo que necesitan para estar comunicadas las veinticuatro horas
del día. Su forma de celebrar la victoria.
® Mª Luisa López
Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.