Un ventrílocuo llamado Felipe, dicen que sexto
Desde que nació todos seguíamos sus pasos y lo guapo que iba
saliendo el chico.
Gastamos una pasta gansa en su educación, y así conseguimos
que hablara un inglés perfecto, que se ha halagado inmerecidamente hasta el
ridículo, a los niños de “vallecas” jamás les hemos dado una sola de sus
oportunidades (obviemos que su progenitora no habla “español”).
Allá por los noventa, los helicópteros y unos tíos con traje,
anunciaban de su excelsa presencia en el campus universitario. Mientras supuestos
buitres amenazaban su vida, sus guardianes anunciaban sus andares a bombo y
platillo. Si no fuera por ello, nadie hubiera sabido de su insigne presencia en
las aulas (al menos los de las facultades aledañas a las que ocupaban sus
reales).
Cuando el azar emponzoña todo con su presencia, en ocasiones
es bueno saber lo que uno va a hacer en la vida. Conocer desde la cuna a qué va a dedicar uno
el resto de sus días sitúa al individuo en una atalaya por encima del bien y
del mal, aunque a decir verdad, también le priva del vértigo de la
incertidumbre que tanto amamos el resto, que nos gusta sí, nos gusta la
incertidumbre y el nudo que nos hace en el estómago. Tener la seguridad de que
cada una de las enseñanzas recibidas tiene una misión, una verdad, una certeza,
es una liga que pocos, muy pocos pueden jugar, y es muy fácil hablar de deber,
de sacrificio, de sosiego cuando uno tiene el trasero aposentado sobre las
miserias de cientos. Para evitar esos
males, bueno es buscar compañía en el mercado de segunda mano que tanto cotiza
en estos tiempos de reciclaje, miseria y cambio; tiempos en los que también es difícil
saber si uno tiene estafadores en la familia por necesidad, vicio o moda.
Cuando uno pertenece al lumpen del “nobleza obliga pero no
mucho”, es fácil hablar a los demás de sacrificios, méritos y comportamientos
ejemplares, son el tipo de cosas que siempre pedimos a los demás.
Es bello hablar de igualdad cuando uno se sabe por encima de
todos, pero no, el resto sabemos que la igualdad es cosa de comunistas
trasnochados que pretenden hacer creer que en la partida todos llevamos las
mismas cartas, el resto sabemos que tenemos los mismos derechos, no así las
mismas oportunidades, el desdentado poco puede hacer con el mejor filete de
ternera argentina.
En el mundo de ellos, de los iguales, están prohibidos el
pesimismo y el desánimo, es imprescindible ser absolutamente feliz, aunque para
ello, haya uno de seguir y comprar los “más leídos” y asimilar sus cuatro ideas
para alcanzar el éxito.
En el mundo de los iguales, el bienestar es aquello que
permite a los distintos, a los superiores, a los más guapos dormir tranquilos,
parece ser que últimamente les debe estar saliendo alguna ojera, el bienestar
no existe, y son abuelos todoterreno acogiendo a hijos y a nietos en cuatro
metros cuadrados para sobrevivir al frío, junto con los “cánceres habituales
que acompañan y enquistan la pobreza”.
En fin, tanto dinero gastado en educarle, para que más de
cuarenta años después sólo tengamos a un ventrílocuo de sí mismo, un histrión
que movía las manos constantemente, pretendiendo con ese gesto, repetitivo y
mecánico, hacer cercano lo que está lejos, muy lejos. Son manos rígidas que no
transmiten nada, ortopedias que halagan el vacío como ese futuro maravilloso del
que constantemente hablaba. Le escribieron un bonito discurso que repitió como
un loro, hasta que un regidor soltó el consabido “¡Corten! Está perfecto”.
Nadie le dijo que los que hablaban con las manos son los
mismos que hablaban con el cuerpo, cuerpos que no huelen a Calvin Klein ni a
Vulgari, no nos dejemos engañar por su osadía, las manos que hablan pertenecen
a Guayasamin, a cuerpos que desprenden calor y bienvenida, algo de lo que carecen los salones
sin alma que la raja británica nos vende todas las navidades.
Mientras los datos macroeconómicos anuncian tiempos felices
y podemos llenar el depósito con un poco de alegría, detrás no sólo se esconde
una caída al vacío del rublo y un ahogo a Rusia, también se anuncia, tímida y
silenciosa, una pronunciada bajada de la demanda que esconde nuevos tiempos de
recesión.
En una cosa estoy de acuerdo con él, con el ventrílocuo, no
podemos debemos, debemos©
echarles a todos, él incluido.
©Mª Luisa López
Cortiñas
PRÓXIMAMENTE
"Semana de prodigios"
En las salas de estación ocurren cosas extraordinarias, aunque a decir verdad en los taxis también encontramos buenos comienzos. A veces, las historias, principian con un contrato, una carta o un chico nuevo que llega al colegio.
En ocasiones tenemos que volver a casa, y en otras, somos “deshauciaditos” a los que hay que sacar diez minutos de paseo. Esporádicamente el camino nos encuentra a nosotros, y hace que no volvamos a tener la misma suerte.
Al final del periplo, un lunes amanece vestido de domingo y nos regala una semana de prodigios.
Luisa L. Cortiñas