Siempre a la derecha
Decía
Naomi Kleim algo así como que el capitalismo se ha desmelenado tanto que no
necesita clientes (el único inconveniente de los libros biblioteca es que uno
se queda sin citas), yo añadiría que no necesita clientes porque ha conseguido
tener súbditos kamikazes, vasallos que lo aúpan aunque en el fondo saben que
tendrán que hacerse un harakiri al más puro estilo Mishima.
En
aquel reino capitalista, en el que lo de todos lo hicieron sólo de unos pocos,
consiguieron cosas tan increíbles que en ninguna galaxia en la que imperase el
sentido común se podrían creer.
Si
la filosofía es la madre muerta de todos los saberes, la publicidad actual es
su otro yo, del no sirve para nada al sirve absolutamente para todo. Así es
como la desgracia vende lotería, un cantante perfume, una historia calcetines,
los bajos precios comida, el polvo soñado desodorantes, la emigración fiambres,
los políticos humo y así hasta el infinito y más allá.
Lo
que hasta hace unos meses no me había pasado por la imaginación es que un
ideario político simple y salomónico pudiera vender coches, o vendiendo coches
nos vendieran todo un imaginario, un todo en uno, una versión ultramoderna del
clásico “ya te lo dije” de mamá por el “siempre a la derecha” de papá.
Sí,
me refiero a ese anuncio Guadiana de coches, que no soy capaz de localizar por
internet, que comienza por un niño aprendiendo a nadar. ¿Alguien se acuerda de
lo difícil que es ir recto con esa tabla diabólica cuando uno se inicia en el
dulce juego del agua? ¿o esa primera bici judaica que a pesar de los ruedines
iba siempre por donde no debía? ¿o esa carrera de sacos en la que no hacías nada más que torcerte? Pues sí, ese anuncio que recuerda a los
infantes que siempre deben ir por la derecha, porque ir a la diestra del señor
es el caminito que tenemos que seguir para no ser pastoreados por los
antidisturbios cuando uno visita la capital para pedir “pan, trabajo y techo”,
porque a la diestra es donde está el camino correcto, y cuando papi se desvía
del hilillo hay que recordarle eso de que “siempre a la derecha papá” para que diga que "somos su chico".
El
sueño de un bomber de dieciocho años era el carnet y un coche, aunque fuera de
vigésima mano, los niños de hoy sueñan con artilugios tecnológicos que les
alejen de eso tan peligroso para el hombre moderno llamado aburrimiento, ese hermano
bastardo del “siempre tengo que estar haciendo algo”. ¡Hay que ver la manía que
nos ha entrado a todos por no estarnos quietos!
La
publicidad actual ya no necesita guardar sus secretos bajo siete llaves, no
esconde sus intenciones, que como las del poeta, nunca son buenas. Y no, no
quieren vender un coche a papá, quieren vender un coche al embrión de hombre,
al niño que comienza a dar sus primeros mordiscos por la vida, al niño que
aprenderá inglés para que después le digan que cómo no sabe chino, al niño al
que enseñaran a emprender para ocultarle que las cartas, que se reparten
siempre comenzando por la derecha, estaban marcadas.
Realmente,
no sé si el anuncio me quiere vender un coche o una papeleta, pero si hoy fuera
un niño, sin dudarlo, diría que me quiero comprar ese coche porque papá se
sentiría con ello muy orgulloso de mí, lo dicen en su web los de seat. Sí, los hombres modernos siempre estamos
orgullosos de las cosas más raras y peregrinas. Sin complejos.
He
de confesar que la publicidad me gusta, la buena, la mala y la regular que
diría una Gilmore, con el tiempo he aprendido que dice más de nosotros como tribu que cualquier tratado
de sociología.
Por
cierto, los niños venden muchos coches, todos saben que para una familia
moderna, sin tiempo para respirar, es fácil replegarse a los deseos de un
mocoso aunque éste no levante tres palmos del suelo.
® Mª Luisa López Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.