El día que me convertí en Ninja
Como ya os había contado, a la vuelta de vacaciones me
regalaron un arnés color lila. ¿A qué me sentaba muy bien?
Dice la mema que todo lo que comienza algún día acaba, y así
se acabaron mis paseos nocturnos, al día siguiente de convertirme en una
luchadora ninja.
Os cuento. Estábamos la mema y yo con nuestro paseo
nocturno, yo me detuve a escalar por uno de mis árboles favoritos y a un par de
metros aparcó un coche. Yo me mantuve en mi sitio tranquila, ya estaba
acostumbrada al ruido de los trastos esos.
Del coche bajó una señora que se cargó de bolsas, dio un par
de viajes a su casa cargada hasta la raíz del pelo, en el tercer viaje no sólo
se llevo más y más bolsas, sino que del maletero salió un perro que si se pone
a dos patas le come un par de cabezas a la mema.
Yo estaba tan pancha, la mema me decía "tranquila", a pesar de
que el bicho grande estaba muy cerquita mía mirándome con cara golosa. La cosa
no iba mal, hasta que la mema decidió llevarme en brazos a casa y la perra se
volvió loca a ladrar y a echársenos encima. En resumen, me dio por ponerme en
modo ninja y deje a la mema hecha un cristo de arañazos, sangraba y todo.
Parece ser, que los gatos como yo somos enemigos de los perros, y la señora no
se dio cuenta de que yo era una dama gatuna de ley. ¡Con lo divina que yo soy!
En resumen, al día siguiente, a mi hora, como un reloj suizo me subí en la mesa para que la mema me colocara el arnés y me sacara a mi paseo diario. Nunca había estado tan quieta ni tan expectante. Salimos a la calle unos diez minutos, ese fue mi último paseo, la mema temblaba cada vez que oía un ruido, y decidió entrar en casa para evitar cualquier incidente.
Desde ese día me pasa como a la mema, los dueños de los
perros no me caen bien. (Siempre que los lleven sueltos)
®Mª Luisa López Cortiñas
PRÓXIMAMENTE
"Semana de prodigios"
En
las salas de estación ocurren cosas extraordinarias, aunque a decir verdad en
los taxis también encontramos buenos comienzos. A veces, las historias,
principian con un contrato, una carta o un chico nuevo que llega al colegio.
En
ocasiones tenemos que volver a casa, y en otras, somos “deshauciaditos” a los
que hay que sacar diez minutos de paseo. Esporádicamente el camino nos
encuentra a nosotros, y hace que no volvamos a tener la misma suerte.
Al
final del periplo, un lunes amanece vestido de domingo y nos regala una semana
de prodigios.
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.