viernes, 26 de diciembre de 2014

UN VENTRÍLOCUO LLAMADO FELIPE, DICEN QUE SEXTO







Un ventrílocuo llamado Felipe, dicen que sexto

Desde que nació todos seguíamos sus pasos y lo guapo que iba saliendo el chico.
Gastamos una pasta gansa en su educación, y así conseguimos que hablara un inglés perfecto, que se ha halagado inmerecidamente hasta el ridículo, a los niños de “vallecas” jamás les hemos dado una sola de sus oportunidades (obviemos que su progenitora no habla “español”).
Allá por los noventa, los helicópteros y unos tíos con traje, anunciaban de su excelsa presencia en el campus universitario. Mientras supuestos buitres amenazaban su vida, sus guardianes anunciaban sus andares a bombo y platillo. Si no fuera por ello, nadie hubiera sabido de su insigne presencia en las aulas (al menos los de las facultades aledañas a las que ocupaban sus reales).
Cuando el azar emponzoña todo con su presencia, en ocasiones es bueno saber lo que uno va a hacer en la vida.  Conocer desde la cuna a qué va a dedicar uno el resto de sus días sitúa al individuo en una atalaya por encima del bien y del mal, aunque a decir verdad, también le priva del vértigo de la incertidumbre que tanto amamos el resto, que nos gusta sí, nos gusta la incertidumbre y el nudo que nos hace en el estómago. Tener la seguridad de que cada una de las enseñanzas recibidas tiene una misión, una verdad, una certeza, es una liga que pocos, muy pocos pueden jugar, y es muy fácil hablar de deber, de sacrificio, de sosiego cuando uno tiene el trasero aposentado sobre las miserias de cientos.  Para evitar esos males, bueno es buscar compañía en el mercado de segunda mano que tanto cotiza en estos tiempos de reciclaje, miseria y cambio; tiempos en los que también es difícil saber si uno tiene estafadores en la familia por necesidad, vicio o moda.
Cuando uno pertenece al lumpen del “nobleza obliga pero no mucho”, es fácil hablar a los demás de sacrificios, méritos y comportamientos ejemplares, son el tipo de cosas que siempre pedimos a los demás.
Es bello hablar de igualdad cuando uno se sabe por encima de todos, pero no, el resto sabemos que la igualdad es cosa de comunistas trasnochados que pretenden hacer creer que en la partida todos llevamos las mismas cartas, el resto sabemos que tenemos los mismos derechos, no así las mismas oportunidades, el desdentado poco puede hacer con el mejor filete de ternera argentina.
En el mundo de ellos, de los iguales, están prohibidos el pesimismo y el desánimo, es imprescindible ser absolutamente feliz, aunque para ello, haya uno de seguir y comprar los “más leídos” y asimilar sus cuatro ideas para alcanzar el éxito.
En el mundo de los iguales, el bienestar es aquello que permite a los distintos, a los superiores, a los más guapos dormir tranquilos, parece ser que últimamente les debe estar saliendo alguna ojera, el bienestar no existe, y son abuelos todoterreno acogiendo a hijos y a nietos en cuatro metros cuadrados para sobrevivir al frío, junto con los “cánceres habituales que acompañan y enquistan la pobreza”.
En fin, tanto dinero gastado en educarle, para que más de cuarenta años después sólo tengamos a un ventrílocuo de sí mismo, un histrión que movía las manos constantemente, pretendiendo con ese gesto, repetitivo y mecánico, hacer cercano lo que está lejos, muy lejos. Son manos rígidas que no transmiten nada, ortopedias que halagan el vacío como ese futuro maravilloso del que constantemente hablaba. Le escribieron un bonito discurso que repitió como un loro, hasta que un regidor soltó el consabido “¡Corten! Está perfecto”.
Nadie le dijo que los que hablaban con las manos son los mismos que hablaban con el cuerpo, cuerpos que no huelen a Calvin Klein ni a Vulgari, no nos dejemos engañar por su osadía, las manos que hablan pertenecen a Guayasamin, a cuerpos que desprenden calor y  bienvenida, algo de lo que carecen los salones sin alma que la raja británica nos vende todas las navidades.
Mientras los datos macroeconómicos anuncian tiempos felices y podemos llenar el depósito con un poco de alegría, detrás no sólo se esconde una caída al vacío del rublo y un ahogo a Rusia, también se anuncia, tímida y silenciosa, una pronunciada bajada de la demanda que esconde nuevos tiempos de recesión.
En una cosa estoy de acuerdo con él, con el ventrílocuo, no podemos debemos, debemos© echarles a todos, él incluido.

©Mª Luisa López Cortiñas



PRÓXIMAMENTE
"Semana de prodigios"

En las salas de estación ocurren cosas extraordinarias, aunque a decir verdad en los taxis también encontramos buenos comienzos. A veces, las historias, principian con un contrato, una carta o un chico nuevo que llega al colegio.
En ocasiones tenemos que volver a casa, y en otras, somos “deshauciaditos” a los que hay que sacar diez minutos de paseo. Esporádicamente el camino nos encuentra a nosotros, y hace que no volvamos a tener la misma suerte.
Al final del periplo, un lunes amanece vestido de domingo y nos regala una semana de prodigios.
Luisa L. Cortiñas

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.