Disculpas. Falló algo en la programación (se quedó en borrador o algo así).
II
No tardó mucho en presentarse en casa del anciano matrimonio, tras
aceptar una taza de té de entre todas las bebidas que le ofrecieron, leyó la
carta con cara de entender, y cuando fue a emitir su juicio no tenía dudas. La
Seguridad Social reclamaba un exceso de pago de dos mil euros, el motivo era
que desde hacía dos años y cuatro meses,
Aurelia cobraba una pensión de noventa euros por los años cotizados en Francia.
Según les explicó era incompatible esa paga con los ciento veinticinco que
cobraba su marido por ella. Por la experiencia que había acumulado en casos
anteriores, no podía renunciar a la paga francesa, con lo cual se les retiraba
la parte española. El importe que les reclamaban correspondía a lo pagado en
demasía hasta la fecha por el estado español, lo podían pagar todo junto o
negociar con ellos un pago a plazos, esto de los plazos, en la carta no lo
explicaban, lo sabía el alcalde también por experiencias anteriores. Se ofreció
a acompañar al matrimonio para la negociación.
Aurelia y Manuel se quedaron como si les hubieran dicho que se
quedaban sin nada, perdían sesenta y cinco euros de paga. ¿Cómo podrían hacer
nuevamente que las cuentas cuadrasen?
Cada día todo era más difícil. Se sentían mayores y en cualquier
momento alguno caería enfermo. Para eso siempre tuvieron guardados unos
pequeños ahorrillos, “por si acaso” pasaba algo. Su hija, aunque quisiera, no
sólo no estaba en condiciones económicas para poder ayudar, estaban los cuidados
de Óscar, que eran imprescindibles. No tenían ya las fuerzas y las ganas de
salir adelante que tuvieron en su juventud, y últimamente sentían como todo se
volvía en contra.
De no deber nada a nadie, de repente y sin previo aviso, tenían
una deuda de dos mil euros, ellos, que jamás habían dejado de declarar nada,
aunque nunca tuvieron muy claro si era por convicción o porque cuando se vive
de una nómina hay poca cosa que poder ocultar.
Las malas noticias se confirmaron como una pesadilla, llegaron a
un acuerdo y pagarían de a poco aquella deuda de la que no se sentían
responsables.
III
Un hombre naranja asoma por la verja como todos los meses, el
polaco Pawel sabía que usaban una bombona al mes, pero hoy le solicitaban dos,
decidió usar la carretilla para llevarlas al domicilio.
Treinta y cinco euros más el doble de propina que siempre le
dejaban, sabían que no tenía sueldo. Ellos no eran unos manirrotos, pero
tampoco unos tacaños ni unos desagradecidos que no valoraran el trabajo ajeno.
Al día siguiente, el olor a hierba y tierra se sentía enrarecido.
La curiosa nariz de la mujer del alcalde con más olfato que el mejor sabueso,
caminó sonámbula hacia la casa de los ancianos. A medida que sus pasos la
acercaban sintió un irremediable deseo de fumar.
La mañana se cubrió de fuego, la pedanía preparó el luto, y las
gentes comentaron como, en ocasiones, las sogas llevaban sello gubernamental.
Luisa L. Cortiñas
Enlace Parte 1
Este relato forma parte del conjunto de relatos "Semana de prodigios".
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.