Hoy toca publicación de cuento en dos partes. Si alguien quiere conocer antes el desenlace es el segundo cuento del conjunto de relatos "Semana de prodigios".
La carta
I
En aquel valle
asediado por la niebla, el sol siempre era recibido con alegría. Después de un
invierno anegado en agua y viento, esos primeros días de primavera invitaban a los lugareños a dejarse besar por
los primeros rayos, y allí estaban los dos, pertrechados de abrigo y bufanda, y
sosteniendo con las dos manos sendas tazas de café con leche humeante.
Cualquiera que les
viera, diría que están tomando el sol y perdiendo el tiempo, haciendo hora para
preparar comida y siesta. Si el observador fuese un habitual, diría que hoy
ríen más, se miran más, y hablan más de lo acostumbrado.
Si uno estuviera en
sus cabezas o pudiera escuchar sus voces, sabría que están desenredando como
nudos de cabello momentos de su vida juntos: los que se derriten como helados
de chocolate, los que se atragantan como huesos de pollo, y los que, como agua,
pasan sin pena ni gloria.
Para ellos hoy no es
un día cualquiera, celebran cincuenta años de casados, y si en muchas ocasiones
eran incapaces de recordar qué tenían en la nevera, hoy la memoria les regala
un tiempo en el que los achaques y las flaquezas no existen.
—Estabas muy guapa.
—¿Te acuerdas?
¡Quién podía olvidar
a la niña de las trenzas! Su hermano, el Juan, no hacía más que vigilarla,
huérfanos de padre desde muy chicos, él se había tomado en serio el papel de
cabeza de familia. ¡Pobre de aquel que mirara a su hermana!
Cuando empezó a
cortejarla, se convirtió en su sombra. Cuando se casaron, ella con dieciocho
años, él, veinticinco, para Juan fue la carta de libertad. Poco después fue él
quien se echó novia con otros hermanos al acecho.
Galicia, en aquellos
tiempos, como hoy, era tierra de señoritos y curas, sólo que ahora se perfuman
más y la carcoma huele a rosas. Cuando uno quería salir adelante, lo mejor era
atravesar los Pirineos. Ellos fue lo que hicieron. Les llevó más de tres días
dejar esa España cateta y sin futuro, viajaron en trenes ruidosos y lentos, y
en autobuses de recorridos cortos y evocadores.
Cuando llegaron a
París, decidieron quedarse allí, los franceses siempre les habían parecido más
agradables que los alemanes, además, Manuel ya les conocía por haber vendimiado
en unas cuantas ocasiones. No era un mal lugar.
Pronto encontraron
trabajo en una gran casa del distrito VII. Conocían el campo de Marte y el de
Trocadero como la palma de su mano.
La ciudad nunca la
disfrutaron demasiado, se reunían los domingos en torno al parque y junto a
otros españoles añoraban ese país de miseria que dejaron atrás. Aunque a
finales de la década de los sesenta, las cosas empezaban a pintar de otro color.
La mañana transcurre
envuelta en recuerdos de una boda pobre y festiva, y de ese viaje en busca de
un futuro que su país no les podía ofrecer.
Volvieron a España
cuando Aurelia se quedó embarazada, no habían ahorrado todo lo que querían,
pero sí tenían suficiente para comprar una casa con un pequeño huerto, y que
quedara “un poco para un apuro”, decían.
Ella pone el agua a
hervir, y él la ayuda pelando patatas y zanahorias, las cortará ella, que eso
se le da mejor.
—¿Te acuerdas cuando
compramos la casa?
—Sí, y sobre todo de
los billetes, uno detrás de otro —responde él, haciendo el gesto con la mano de
quien deposita algo.
En sus tiempos, aún
era posible pagar una casa así, en efectivo, sin la lacra de las deudas. No las
regalaban, no. Pero el cambio entre el franco y la peseta, favorecía esas
compras hechas con esfuerzo y no sin pocas privaciones.
—Los chicos de ahora
no pueden. ¡Hay que ver los años que están pagando!
—Fíjate la nena,
veinte años por delante, y que no les vaya mal —contestó él.
—Han tenido mala
suerte. Tendrían que hacer caso a los médicos y tener otro.
—¿Y si sale igual?
Los niños de hoy día no vienen con un pan bajo el brazo, son un sumidero. Comen
dinero.
Adoran a su nieto,
pero es una negra sombra sobre sus hombros. Se llama Óscar, tiene ocho años, es
un cielo, autista, y un futuro genio de la música. Está bien atendido, pero es
una fuente de gastos y tiempo inagotable. Todos los meses, de su exigua paga,
destinan doscientos euros a su educación. Si hubiera sido como todos, se
divertirían consintiéndole caprichos como ven hacer a todos sus amigos. Pero en
su caso, esas extravagancias no serían bien recibidas ni por el niño ni por sus
progenitores, y todos temen sus “retrocesos”. En realidad, con el niño siempre
es igual, un paso hacia adelante, cinco pasitos hacia atrás.
Mientras Aurelia
acaba con el puchero, Manuel acaba de poner la mesa.
—Voy al buzón, hoy
han dejado alguna cosa.
Manuel vuelve con
cuatro sobres, nada interesante seguramente. Hay una de la Seguridad Social
pero ya la leerán cuando sea.
Comer, siesta y a las
siete tienen una reunión de vecinos. Les ha insistido mucho la mujer del
alcalde en que vayan. Ríen. La mujer es una auténtica petarda, pero recados,
sabe dar recados. Es la correveidile oficial de la pedanía. Doscientas almas
juntas, separadas del pueblo principal por poco más de un kilómetro por la
carretera nueva que hicieron cuando la burbuja esa.
Siguen conservando la
independencia, y por muchos años. Les gusta reunirse y tomar las decisiones importantes de
las cosas que les afectan, y con el descalabro general de la economía, han
comenzado a recibir a bastante gente joven. Las reuniones son en una nave
avícola sin uso que pertenece al alcalde. Da igual cual sea el orden del día,
las reuniones siempre son divertidas.
Recorren el camino
que lleva a la calle principal, cuando llegan a la nave se respira ambiente
festivo y cuando entran en ella comienza a sonar a toda pastilla una canción
del viejo Tom Jones.
—¿Tú sabes qué se
celebra hoy?
Ella le mira con cara
de no tener ni idea, ya les informarán.
Cuando llevan cinco
metros a la espalda, comienzan a ser conscientes de que ellos son los
agasajados. En la aldea les aprecian, saben de sus sacrificios, y simplemente
quieren darles un par de horas de fiesta por sus bodas de oro.
Lloran emocionados y
reciben algunos presentes, no son ricos, pero les agasajan con algunos
detalles, aparte ofrecen una cena de picoteo informal en la que el colesterol y
la sal son protagonistas obligados.
Han hablado con
todos, bailado con todos, y regresan a casa con un bolso nuevo y dos batas
ella, y él, con un nuevo monedero. Un elegante monedero de piel. Es piel de
verdad, de la buena, se nota en el tacto y en la suavidad con la que abre el
portamonedas.
Llegaron a casa
abrumados y agotados, han hecho un despliegue de energía de la que no andan
sobrados.
Al día siguiente, se
levantan un poco más tarde de lo habitual, y deciden desayunar atendiendo la
correspondencia que han recibido el día anterior. No entienden nada de la carta
de la Seguridad Social, tiene algo que ver con el tiempo que Aurelia estuvo
trabajando en Francia, pero a poco más llegan. El lenguaje de esas
comunicaciones siempre es un críptico casi imposible sin la ayuda de un
entendido.
Llaman al alcalde,
para que pase por su domicilio cuando sea posible y les explique de qué va
aquello. No les gusta, no les gusta nada esa carta.
El alcalde es un
hombre de mediana edad, con piel morena curtida por el aire. De joven estudió
para abogado, hasta que su padre descubrió que en seis años de estancia en
Santiago no sólo no había acabado, sino que todavía estaba en segundo curso. El
hombre se informó y no, no era lo habitual estar seis años para hacer apenas
seis asignaturas. Regresó al pueblo con el hijo de las orejas, y haciéndole
trabajar de sol a sol para recuperar el dinero invertido. Nadie dudaba de que
el chico se lo había pasado en grande, pero lo cierto es que para estas cosas
de las cartas del banco, los panfletos de la luz, los líos de hacienda, algo
sabía, y todos los ancianos lo consideraban su hombre de confianza para estos
menesteres. La que no les gustaba era su mujer, una tía cotilla que miraba a
todos por encima del hombro pero que cagaba en cuclillas como los demás.
Luisa L.Cortiñas
Si este fin de semana te apetece leer relatos cortos sin tener que navegar sin remos por el archivo del blog, puedes descargar la temporada 1 desde este ENLACE. Sólo te pedirán e-mail con un enlace muy largo, pinchar y en menos de un minuto Boom ¡en pdf!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Muchas gracias por comentar.
Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.