RECURSO DE QUEJA DE DON CELESTINO LÓPEZ PÉREZ, alcalde de Miniburguillos de Abajo al señor don CRISTÓBAL RICARDO MONTORO ROMERO, Ministro de Hacienda.
Advertencia:
- Aunque lo parezca, el título no es de un microcuento.
- Cualquier parecido con la realidad es puro delirio.
Esa mañana don Celestino, nuestro alcalde, entró en tromba en el bar con la carta en la mano.
—Aún no ha llegado el licenciado— le dije, y él me contestó que estaba harto del pueblo, qué había que ver, aún acababa de recibir la misiva y ya le habían parado cuatro parroquianos para darle las condolencias, ¡cuándo ni él sabía de qué iba aquello!
Una carta de Hacienda, en un pueblo de apenas mil habitantes en el que sólo trajinaban en la economía legal cuarenta y ocho favoritos del cielo, era un secreto difícil de ocultar.
Lo que más parecía indignarle es que él era uno de ellos, uno de los elegidos para gobernar el mundo, o al menos aquel pueblo perdido entre prados y secarrales.
Hay que reconocer, que era un hombre honrado que se vestía por los pies.
El licenciado llegó a los pocos minutos, encendido como un árbol en el incendio de un bosque. Lo primero fue informar de que había venido en cuanto se había enterado. Sabía que para estos casos su ayuda podía ser de utilidad, no porque fuera licenciado en nada, pero veinte años de estancia en la capital, en el pueblo era todo un currículum. Cuando hubo estudiado el tema concluyó:
—Usted, don Celestino, no se preocupe. Vamos a presentar un recurso.
—¡Lo qué vale este chico! — exclamaba repetidamente el alcalde, llevando las manos a la bombilla que tenía por cabeza, demasiado pequeña para aquel cuerpo achaparrado que se extendía a lo ancho del espacio.
Después de muchas sugerencias, ideas, y amenazas la cosa quedó como sigue:
Estimado don Cristóbal, compañero de partido e ideales:
Efectivamente, en el ejercicio fiscal del dos mil catorce, no fueron declarados todos los ingresos por mí obtenidos. Tal como ustedes señalan, mis ingresos exactos fueron de setecientos cuarenta y siete euros más de los declarados.
ALEGACIONES
Desde las primeras elecciones de esta democracia soy afiliado al partido, primero AP, después PP, y desde entonces, soy una máquina de ganar comicios, el noventa por ciento del pueblo me vota cada cuatro años. Como bien sabe, esta noble labor, me reporta trabajo pero ningún tipo de emolumento. Aquí, en el pueblo, tenemos tierra de sobra para construir, pero nadie que quiera hacerlo. Por tanto, a lo largo de estos años, no me he llevado ni una triste comisión, ni siquiera un sobrecito con cinco euros por parte de nuestros tesoreros ¡ninguno se acordó de los alcaldes de pueblo!
Los pluses que he obtenido el año anterior, se debieron a la venta extraordinaria de unos sacos de castañas. El año pasado tuvimos una cosecha buenísima, hemos sido la envidia de toda la comarca. Como le decía, las castañas eran tan hermosas, que un francés que pasaba por el pueblo se ofreció a comprarme la sobreproducción, a lo que accedí gustoso y halagado.
Pero don Cristóbal, no tenía yo afán de defraudarle a usted, ni al resto de españoles, sino de utilizarlo para pagar parte de la ortodoncia de mi nieta Cristina. ¡Si usted la viera! Tiene doce años, y es una de las mozas más guapas del pueblo, pero le han salido dientes como de tiburón, juntos y afilados como cristales rotos, y con unos pasadizos como no he visto a día de hoy en ninguna montaña. Ya sabe usted que estas cosas son caras, y mi hija y yerno van muy ajustaditos de dinero, y quise hacerles este regalo. Pero no sólo mi nieta se benefició de mi buena obra.
Fíjese, gracias a la ortodoncia, la dentista de la zona pudo llegar a fin de mes, siempre me lo dice:
—¡Ah don Celestino, si no fuera por los incisivos de su nieta no hubiera podido pagar el alquiler!
Yo siempre le contesto, que se puede quedar una de las casas abandonadas del centro del pueblo. Pero ella es obstinada e insiste en que no tiene dinero para hacer las reparaciones necesarias. Sin que ella sepa, estamos haciendo una colecta de materiales, para arreglarla nosotros mismos, sin que ella tenga que pagar nada.
Como ve, el motor de este pequeño y humilde ayuntamiento, es el espíritu oenegé de sus habitantes, comenzando por mí, el Alcalde.
Sé, don Cristóbal, que es usted un ejemplo de honestidad y de buenas costumbres, y sobre todo un hombre bueno, le ruego disculpe el desliz.
A cambio, le puedo ofrecer un par de sacos de castañas de la próxima cosecha. Un detallito.
Firmado.
Cuando el licenciado acabó de leer la misiva, la centena de parroquianos que habían llenado el local y alrededores, prorrumpieron en aplausos.
Todos los allí presentes comenzaron a sumarse a la petición del alcalde, y a firmar la carta.
Yo, como camarero oficial del bar más popular de la zona no podía negarme, aunque no estaba muy de acuerdo con que lo de oenegé se hubiera escrito de forma correcta, en cuyo caso, es muy posible, que no aceptasen la petición por no entenderla.
Luisa L. Cortiñas
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