Un álbum para CANDELA
Candela tiene cuerpo de
espiga, ojos hierba fresca y cabellos hojarasca. Candela huele a frutas
silvestres, y sabe a jugo de coco. Nunca
lleva el pelo recogido. Con sus manos, que son como anzuelos de pescar calamares,
lo que le gusta, es coger los más rebeldes mechones, y colocarlos detrás de las
orejas. Candela hoy cumple siete años, sieeeeete, y hoy es un gran día.
Es viernes y no hay
colegio.
A Candela no le gusta
que no haya colegio, pero hoy, no sólo hay huelga, hay mani.
A Candela le gusta ir de mani, sobre todo si es en la Puerta del
Sol. Le gusta jugar a perderse, sabe que tiene que buscar el reloj, de la
pastelería al reloj veinticinco pasos grandes o cuarenta de los pequeños, pero
ella siempre se queda con la nariz pegada en el escaparate de las tartas. Le
gustan las tartas y no le gustan los policías de la “escafandra”, pero le gusta
su abuelo, que también la lleva cuando cuida de sus abejas.
A Candela le gustan las
canciones de las manis, sobretodo una, que habla del pueblo unido, y que suele
cantar cuando la realidad no se ajusta a sus deseos. Le gustan las banderitas y
pancartas, los chicos que tocan los tambores, y los que van con chiflo. Y lo
que más, de lo más, sus tres uniformes. Tres camisetas grandes, tan grandes,
que le llegan a la rodilla, y según mamá, “caben cinco como ella”. Las manis del
barrio son divertidas, pero tiene que agarrarse muy fuerte a mamá, cuando el
sr.Gustavo le hace gestos para que se acerque.
A Candela le gusta el
Señor Gustavo, es simpático y gordo, muy gordo, y parece blando, más blando que
un almohadón de plumas. De los bolsillos
de su chaqueta asoman insolentes muuuuchas chocolatinas. Pero papá le ha
prohibido hablar con él si no hay mayores. Le ha oído decir a papá, que no le
gusta como la mira. Ella no encuentra nada raro en sus ojos, pero obedece a
papá, porque no quiere que se enfade, y muy en secreto, sabe que le tiene manía
porque tiene pelo.
A Candela le gusta
hacer listas, cualquieeeer tipo de lista, aunque su favorita, es la de los
misterios por resolver.
Papá, muchas veces
suspira y dice ¡Más vale robar iPhone que gallina! Pendiente.
Mamá abre la nevera ¡Si
entra un ratón se estrella! Casi, casi, lo tengo resuelto.
Candela no entiende,
cómo es posible, que mamá siendo tan lista piense que un ratón pueda entrar en
la nevera para estrellarse. Ella ha dibujado cientos y cientos de veces un
ratón en la nevera, pero no encuentra la forma en que éste pueda abrir la
puerta.
A Candela no le gusta
su nueva casa. Su casa vieja tenía una bañera grande, un balcón para esperar a
papá, y un patio con columpios, tobogán y un pequeño estanque lleno de
tortugas. No pudo despedirse de ellas, lloró y lloró, suplicó y suplicó, pero
no la dejaron volver. Estuvo cuatro días viviendo en casa de su amiga Rosa, que
en vez de papá y mamá, tiene dos mamás que huelen a primavera, y no encienden nuuunca
la televisión grande y bonita que tienen en el salón. A Rosa la ha visto un par
de veces desde entonces. La echa mucho de menos.
A Candela le gusta la
música, tooooda la música, y en especial un CD con canciones que llevan su
nombre, y unos poemas que grabó papá y que sólo dicen cosas bonitas.
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.1
En esta nueva casa,
puertas y ventanas no acaban de cerrar
bien. Un día se abrió una ventana, y entró el viento silbando como una
serpiente gigante, y ella corría, y corría, y corría, y no podía salir porque
había rejas. A Candela no le gustan las rejas.
Para que esté contenta,
le han contado que Colonia Marconi es el centro geográfico de España, pero ella no está de acuerdo, el centro, no de
España, del mundo, es el reloj de la Puerta del Sol, ¡todo el mundo lo sabe! A
Candela sí le gusta Marconi cuando llueve.
Los parterres de tierra, se llenan de agua y forman unos charcos marrones, muy
marrones. Es entonces, cuando Candela coge las botas de goma de mamá y el
chubasquero, y salta en ellos, le da mucha risa que el agua salga disparada en
todas direcciones. A papá, aunque a ella no se lo diga, tampoco le gusta el
barrio. Le ha oído decir que está lleno de putas, es por eso, que Candela todavía
no le ha dicho que quiere ser puta. Antes quería ser médico, pero ahora,
prefiere lo de puta, por lo de no pasar frío ¡van siempre tan frescas y elegantes!
A Candela le gusta ver
la tele con sus padres. A los pocos días de estar en la casa nueva, unos
duendes le quitaron el sonido, según mamá, era de lo poco que les podían quitar,
a cambio, ellos comenzaron a poner voces a los personajes, y a inventarse historias.
Lo mismo hicieron con telediarios y tertulias, y todo eran buenas noticias. La
diversión terminó el día, que un amigo de papá vino a casa con un maletín muy
chulo, destripó la tele, y cuando la recompuso, cantaba como un jilguero. Pero
cuando llega la hora de los dibujos de Candela, ella se levanta, quita la voz y
comienza la aventura.
A Candela le gusta
leer, su papá, le enseñó cuando era pequeña, muy pequeña. Cuando comenzó el
cole, leía “de corrido”. Casi más que leer, le gusta ir a la biblioteca. Ahora
no tiene ninguna cerca, y cuando la llevan, van a otro barrio en autobús y es una
fiesta. En cuanto sea un poco más mayor, hará una mani para que construyan una
al lado de casa. Lo que más le gusta de la biblioteca, es que es la guardiana
de todos los libros del mundo, y además, te los deja unos días para que los puedas leer tranquilo,
aunque no tengas dinero. Le gusta la sección infantil y otra de mayores, de la
que papá y ella sacan libros grandes, muy grandes, llenos de fotos de muchos
lugares del mundo, y hacen planes para cuando los visiten.
A Candela le gusta su
profesora, es redonda, tiene unas tetas grandes y cuando la luz del Sol besa su
pelo, éste se vuelve lila. Siempre huele a magdalenas “recién horneadas”, y
lleva un bolso gigante lleno de paquetes de galletas. En secreto, les ha
enseñado las tablas de multiplicar y los sagrados misterios de la división.
Dice papá, que es muy importante saber dividir bien, que al final, todo es un
problema de división. También dice, que los que vivimos en España, tenemos una
hucha grande, muy grande, pero que los que mandan, reparten mal. Por eso ella
quiere aprender a hacer unas divisiones perfectas.
A Candela le gusta dibujar el mar y el Sol, el
mar muy azul y el Sol muy amarillo. Hace mucho que no ve el mar. Recuerda que
le molestaba la arena que se colaba entre los dedos de los pies, y la que se colocaba en la braga
del bikini, pero la volvía loca sortear las olas con su colchoneta rosa.
A Candela le gusta darse
largos baños de espuma, pero desde que están en la nueva casa, sólo se ducha un
día sí y un día no; ahora, lo que le divierte, es aguantar la respiración y esconder
la tripa, mientras lo hace, cuenta sus costillas una a una, mamá dice que parece una extraterrestre. Y
ríen.
A Candela le gustan los
regalos, hace tiempo que no recibe ni hace regalos que no sean dibujos con
corazones y lunas, pero hoy es diferente. Shissss. Esta noche tenía frío, y muy
en silencio, ha ido a la cama de sus padres, al levantarse esta mañana, ha
tropezado, y ha visto escondida debajo de la cama, una caja grande, muy grande,
y sospecha que su abuela Aurelia le ha enviado algo.
A Candela le gusta la
fiesta de cumpleaños que le han hecho sus papás. Está Rosa y sus mamás, y nuevos
amigos del barrio, Carlos, Laura, María, Juan y Carmen. Rosa le ha regalado una
camiseta de mani lila, con el dibujo de un tren, y sus mamás, han dado un sobre
a mamá con dinero, para que le compre lo que necesite, pero es mentira, las
cuatro saben que se lo gastará en comida para que los ratones no se estrellen. Sus amigos del barrio, le han regalado unos pompones, unos dibujos chulísimos y unas
pulseras de lana. Candela ya sabe en que pared va a pegar los dibujos, y se
pone las pulseras a la velocidad del rayo. Finalmente, mamá aparece en la sala,
con la caja muy grande que tenía escondida. Candela aplaude, intenta abrir la
caja, pero no hay forma, la tiene que abrir papá, dentro hay un paquete
envuelto en papel de regalo. Candela lo deshace en dos segundos, un abrigo, un abrigo rojo, abre tanto su boca
y ojos que parece un pez globo, cuando recupera la respiración y el habla, un
grito: lleva etiquetaaaaa. Menos Rosa, seis pares de ojos miran la etiqueta
admirados, al suelo cae una bolsa con unos botones, mamá dice “mira Candela, la abuela ha quitado
los botones de pasta, por estos tan bonitos de latón que llevan un ancla”,
Candela mira, pero no aprecia el esfuerzo. ¡Un abrigo con etiqueta! Ésta no la
voy a cortar.
Los adultos se miran y sonríen.
A Candela le gusta mucho su abrigo con etiqueta, pide permiso para estrenarlo.
Rosa le ayuda a ponerse
el abrigo, le recoge el pelo en un gurruño imposible, sacan fuera la etiqueta
para que se vea. Candela entusiasmada, reclama la atención de todos, y con gesto
adusto comienza su discurso:
—Papá ya he entendido lo de “más vale
robar iPhone que gallina”.
Si uno roba gallina, lo
primero que hay que hacer es agarrarla del cuello así —cuenta Candela apretando mucho la mano
derecha en torno a la nada—. Cuando ya la tienes ahogada, le quitas
las plumas —
y
mueve su mano izquierda de arriba abajo a velocidad considerable—,
después la tienes que cortar a trozos, así — hace como si tuviera un
cuchillo y estuviera en plena tarea de ensañamiento—,
y tienes para zampar dos o tres días.
Si robas iPhone, te van
a dar, unos sesenta billetes azules de los pequeños — abre mucho los brazos y
comienza a moverlos mientras dice—, y con los billetes compras gallina,
pescado, sopa, filetes, puedes comer muuuuuchas cosas un montóooooon de días.
Los mayores, han
asistido atónitos a la explicación y así siguen, a Candela no le gusta la cara
que han puesto. El tenso silencio lo rompe papá que aplaude y dice —¡qué
hija más lista tengo!
Candela apaga su vela con
el número siete, cruzando los dedos para que se cumplan sus deseos. Aplausos y
canción.
Cortan la tarta en
porciones. Candela sitúa el plato a la altura de sus ojos —¡qué
rica tiene que estar! piensa—, decide olvidar normas y modales, y pegar
un mordisco a pelo. Mira la tele, están chillando, defendiendo nadie sabe lo
qué, abre la boca como un tigre y la hunde en su porción, levanta la cabeza, estalla
en risa, y mientras relame la tarta esparcida en los morros y sus dedos la ayudan
en la tarea, sus ojos se llenan de rocío. ¡Hasta ahí ha llegado la nata! Papá inmortaliza
ese momento y en el álbum familiar, titula, Candela, siete años, comiéndose el mundo de un
“bocao”.
©Mª Luisa López Cortiñas
1. Andrés Neuman
“Palabras a una hija que no tengo” de “El tobogán”. Hiperión. 2002.
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.