—Manueeel, ya ha llegado la carta —alza la voz una mujer bajita,
ojos chinos, unos kilos de más, cabellos nieve. Se mueve lenta y torpe, pero con
cierta coquetería.
—Bien, vamos a leerla —contesta su marido, calvo, flaco, gafas de
pasta con cristal culo de botella.
Ambos, con gran ceremonia, se sientan en el sofá. Ningún
telediario puede estropear ese momento. Ella cruza las manos sobre las rodillas
juntas, muy juntas, y él lucha con su pulso, intentando abrir el sobre con un
cuchillo sin causar daños. Odia los sobres con desperfectos.
Estimado señor López… nos
congratula informarle… 1,50 €uros… comenzarán a cobrar desde…
—¿No nos llega?
—No, no llega.
—¿Nos permitimos algún capricho?
—¿Chocolate relleno de avellanas? —sugiere Manuel.
—Llevo conmigo los turrones navideños —responde ella, señalando su
cadera con gesto provocativo—. Alegra esa cara, se nos ocurrirá algo.
Acabaron de recoger la casa, inspeccionaron con ojos expertos la
cocina, el caldo para la sopa preparado, y sin más tarea, bajaron a la calle y
a su acostumbrado paseo.
Principios de mes, día de cobro.
La sucursal bancaria de la esquina, hoy sin yayoflautas a la entrada,
bullía en su interior de ancianos. En cuanto el Estado hacia el ingreso,
acudían presurosos a retirar sus dineros.
—Buenos días señor López.
—Buen día don Pepe, ¿qué tal? Hoy sacamos trescientos un euros con
cincuenta céntimos. Nos han subido la
paga —informa con una sonrisa de oreja a
oreja.
—Bah —contesta el cajero —para un cafelito.
—Uh! nosotros tenemos dificultades para invertirlo —replica don
Manuel riendo y mirando a su mujer.
El cajero extiende hacia Manuel seis billetes de cincuenta y dos
monedas.
—No, don Pepe, por favor, las monedas las queremos nuevas, de esas
que brillan.
El cajero sonríe, mientras busca el paquete de monedas a estrenar,
piensa en las innumerables manías que el paso del tiempo deja en las personas, lleva
toda una vida al servicio de sus caprichos. Éstos no son de los peores. Recoge
las monedas usadas, y les facilita dos que brillan como el Sol. Obdulia las
acaricia y admira.
Una vez en la calle, se disponen a dar el acostumbrado paseo por
el barrio.
¡Más de cuarenta años en puente de Vallecas! Se hicieron adultos y viejos, al ritmo que se consolidaba el
barrio. Pasearon por calles sin asfaltar; defendieron con uñas y dientes pequeñas casas
de planta baja; asistieron a la
construcción de edificios altos, y más altos todavía; en los ochenta, vieron entregarse
al mundo de las drogas a una juventud rebelde y sin demasiado futuro; hoy contemplaban atónitos cómo volvían las
luchas vecinales, y el regreso al hogar paterno de adultos de ojos cansados.
Recientemente, habían abierto una administración de loterías, al
pasar delante de la puerta se miraron, y con la complicidad que dan cincuenta y
dos años de convivencia, decidieron que aquella sería su inversión.
—Para el sorteo de hoy, hasta euro y medio.
No daban crédito, cuando a la mañana siguiente, la maquina
indicaba que su boleto tenía premio. Boleto mecanizado, suerte de byte. Dos mil
quinientos uno con ochenta y ocho €uros.
La dueña de la administración, empieza a refunfuñar.¡ Menudo fario
lleva! Rellenar nuevamente un 230.
—Tengo que cumplimentar esto para Hacienda, ya ven, por uno con
ochenta y ocho €uros lo que me toca hacer. Se les va a quedar la cosa en… lo
redondeo en treinta y ocho… dos mil quinientos uno con cincuenta €uros.
Manuel le facilita, sonriente, el DNI.
—No tenemos prisa. Nunca nos ha tocado nada.
Con el dinero caliente y la cabeza fría, se dirigen a la agencia
de viajes del barrio, quinientos metros les separan de elegir su destino. Antes
de entrar, revisan las ofertas de los expositores, en realidad, todos los días,
se paran en ese escaparate como dos niños ante una tienda de golosinas, les
gusta el color de los folletos y el desde de las ofertas, más que el dónde…
Túnez 8 días… desde 325€, Italia 7 días, Lanzarote y un largo etc.
Una vez entran en la agencia, les recibe una rubia de catálogo,
metro ochenta con sonrisa profident…
—Queremos contratar un viaje.
—Ya no nos queda nada del IMSERSO.
—De esos viajes no, queremos ir a París y ver la torre esa—Manuel
mira a su mujer, y piensa, que al fin y al cabo, podrán hacer el viaje de sus
sueños.
Mil ciento noventa y nueve euros, seis días en la ciudad de la
luz, según la rubia, en un coqueto hotel de cuatro estrellas, en el que les ha
asegurado, serán atendidos en castellano.
Cuando salen, se miran, y sin nada decir, saben que ambos piensan que
con tanto español en el extranjero, no van a tener problemas con el idioma.
—En ese hotel no tendremos que pelear con nadie por los cruasanes —comenta
Obdulia
Ríen al unísono, recordando las peleas gastronómicas en los viajes
del IMSERSO, y las extrañas competiciones entre abuelos de vacaciones
indefinidas, y adolescentes de viaje de fin de curso.
—Mucho colesterol, tensión alta, artritis, y hay que ver la
agilidad que se gastan algunos —añade él.
Entre carcajadas y miradas cómplices se dirigen a la biblioteca,
como todas las mañanas. Tanto en verano como en invierno, la Biblioteca Pública
de Retiro, un armatoste de ladrillo rojo visto, ofrece buena temperatura y
mejor conversación. Al entrar, saludan a
sus conocidos, con la felicidad desbordando arrugas y achaques, e instalando,
en los ojos de ambos, una ilusión. A todos hacen partícipes de su buena suerte,
y como todos los días, repasan los periódicos y la sección de DVD. Hoy se
llevan “La fiera de mi niña” ¡la disfrutan tanto! En sus principios tampoco se
llevaban bien.
Al salir, ya en la acera, se paran a departir con un par de
jóvenes.
Una moto entra por el centro de la acera, al pasar al lado del
matrimonio, uno que va de paquete tira del bolso de Obdulia, ésta no lo suelta
y cuando la moto acelera, es arrastrada hasta que su cabeza golpea contra una
jardinera. Cuando llegan para socorrerla,
la sangre sale a borbotones de su cabeza. Mientras varios testigos
llaman al 012, Manuel sólo puede contemplar cómo se le va escapando la vida, gota
a gota.
Dios no les dio hijos, y el diablo no quiso darles sobrinos, a
cambio, se habían tenido siempre el uno al otro. No deja de preguntarse ¿qué
será de él ahora?
Al entierro acudió medio barrio, como diría la difunta, “ha sido
precioso”.
Hoy como ayer, le ha
llevado comida su vecina Remedios, puré de verduras y un filete de pescado.
Hace el esfuerzo, pero no hay apetito.
Han pasado tres días y aun no se hace a la idea de que ella no
está. Los ojos están secos y el cuerpo lo siente vacío.
Lleva horas y horas haciendo zapping, si él fuera Kate Becket,
estaría buscando hasta debajo de las piedras a ese hijo de la gran puta, y sin
esperar ni azules ni jueces, vengaría su muerte. Mira sus manos, llenas de
arrugas y manchas, que en ocasiones se mueven con vida propia, y le recuerdan,
que ya no tiene edad ni tiempo para hacer justicia.
Mientras en pantalla se produce un tiroteo, Manuel se levanta, en
el mueble del recibidor hay un cajón con cerrojo, se quita la cadena que lleva
al cuello, de la que cuelgan un pequeño Cristo y una llave diminuta.
Abre el cajón, saca la pistola, la acaricia, recuerda la primera
vez que tuvo una en las manos, la primera vez que dio pleno en la diana, la
primera vez que utilizó una para disparar a un hombre. Comprueba las balas, y
ruega a Dios que nada falle.
© Mª Luisa López Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.