EL PATRÓN DEL MAL Y OTROS SICARIOS
Si
la serie de televisión “El patrón del mal” la hubieran rodado
los USA, no me cabe duda que a lo largo de la misma a Escobar le
habrían salido rabo y cuernos, y a los chicos de la DEA un aro de
ángel.
Si
se hubiese rodado en España, acabaría en una cárcel a más agua
que pan. Pero esta historia la han rodado los colombianos para sí
mismos, para conjurar sus demonios y que nadie les marque el paso,
ellos han contado “su historia”, es más, la firman un par de
descendientes directos de víctimas más que directas de Pablo Emilio
Escobar Gaviria.
Mis
conocimientos respecto a Escobar previo al visionado eran un par de
apuntes impresionistas: narcotraficante de los grandes, jefe del
cartel de Medellín, ciudad que le lloró como si no hubiera mañana.
Cuando
todo acabó tuve que consultar, con verdadera angustia, qué había
sido de aquellos dos niños que teniendo a su disposición, todo el
amor y todo lo que el dinero puede comprar, no podían lo más
simple, estar escolarizados y relacionarse de forma normal con sus
semejantes. Sobrevivieron.
Cuando
llega el final, Escobar es un espejo burlón y lleno de fantasmas. El
patrón, de puertas adentro, era un padre ejemplar, de puertas afuera
un hombre de negocios sin ningún escrúpulo. Sospecho en él un plus
de generosidad que no se acabó de mostrar y un extra de crueldad que
sólo se intuye, en realidad, no se necesitaba mostrar demasiado de
la hipérbole que fue Pablo de sí mismo, el segundo hombre más
importante del mundo después del Papa (según él mismo). Nunca
modesto.
La
versión que se ha estrenado en España es la de 74 capítulos que se
preparó para Chile, en su país de origen se emitió en 113
capítulos.
La
producción es excelente, cuidada, por momentos vertiginosa,
exteriores y extras desfilan ante los ojos del espectador, mezclados
en momentos “cumbre” con imágenes reales de los crímenes y
atentados. Esos pedazos de verdad, mantienen al espectador a ras de
tierra, con el olor fresco de la sangre, los aromas de motores
quemados, y la chamuscada piel de los destrozos.
He
de confesar, que con horror y sorpresa, Escobar me conquistó desde
el momento en que confiesa sus deseos de conseguir con la coca lo que
los americanos habían logrado con el alcohol y el tabaco: legalidad.
De
momento, él, no se conforma con ser un distribuidor, se hace con
todas las partes de la cadena, desde que la hoja se siembra y crece,
hasta que llega a las narices del consumidor final. Para ello, se
sirve de todo su ingenio y de su “o plomo o plata”.
Sus
crímenes no sirven para satisfacer ningún trauma personal, ninguna
necesidad primitiva, incluso sospecho que todos están exentos de
venganza. Sus crímenes son negocios para callar a los disconformes,
a los valientes que no tienen precio, y sobre todo, para arrodillar
al gobierno y no acepte extraditarle a los Estados Unidos. Él se considera a sí mismo un
revolucionario, un de izquierdas que aspira a dirigir una gran
empresa, y lo consigue. (En su momento llega a dominar un 80% del
mercado mundial). Mientras las multinacionales convencionales, cuando
alguna empresa les puede hacer sombra o comienza a copar un mercado
que considera suyo, directamente la compra o la hunde, Escobar compra o mata.
Pablo
se desdobla constantemente de padre amoroso e incluso ejemplar, pasa
a ser un criminal despiadado cuando se trata de chantajear al
gobierno; de un hombre generoso cuando las cosas salen como él
quiere, pasa al colérico e irracional cuando los planes se
trastocan. Pablo es el que ordena plomo mientras piensa en cepillarse
a una jugadora de boley porque “nunca se ha tirado a una
deportista”. Sin transiciones.
Por
lo que he leído con posterioridad, uno de los peligros de la serie
era convertir a Escobar en un ejemplo, de ahí, que en cada capítulo
se nos recuerde que si “no se quiere repetir la historia, primero
hay que conocerla”.
En
realidad, “el patrón”, es un empresario ejemplar de sustancias
ilegales, pero bien podría haber montado un emporio textil o
farmacéutico. Un tipo de talento mal encauzado.
La mercancía ilegal le permitia, por un lado, disfrutar de su hacienda Napolés y esas quinceañeras que tanto le gustaban, y a la vez le impide moverse con libertad, algo que en mas de una ocasión, aparte de un problema, se conviertió en hambre.
La mercancía ilegal le permitia, por un lado, disfrutar de su hacienda Napolés y esas quinceañeras que tanto le gustaban, y a la vez le impide moverse con libertad, algo que en mas de una ocasión, aparte de un problema, se conviertió en hambre.
¿Te
imaginas estar encerrado siete días en una habitación llena dinero
y para alimentarte sólo un sobre de sopa caducada? Les pasó. Aunque en la serie sólo se entreve.
Sus
sicarios, bien alimentados y muy bien pagados, poco pueden gastar de
lo que van amontonando, no por falta de sueños, por falta de tiempo.
Los horarios impuestos a sus lacayos provocarían el orgasmo a los
directivos de cualquier multinacional entregada a la eficiencia, de
lunes a domingo, sin horario y sin fecha en el calendario. En el
fondo, es normal que actualmente los salarios bajen tanto, cuando no
hay tiempo para gastar, lo mejor es que se gane poco, menos de lo
justo para comer es algo que incentiva y evita vicios. Los vicios son
malos.
No
se ocultan sus ataques de megalomanía y éste no repara en regalar
casas, polideportivos, incluso una iglesia a los que nada tienen que
perder, porque una cosa tiene muy clara este hombre “no tiene
sentido hacer más ricos a los ricos”, pensamiento maravilloso
cuando uno vive inmerso en un mundo empeñado, en casi cualquier sentido de la acepción, en hacer algo tan
absurdo. Una vez que tuvo poder, descubrió otro tipo de poder que
también quiso, ese poder que permitía hacer una llamada a un
ministro, a un presidente y encontrar solución a lo tuyo en un instante. Se
metió en política, consiguió llegar donde quiso y lo "botaron". No
era un tipo decente y no estaba a la altura moral y ética de los
hombres de cuello blanco, él era un bandido, aunque su dinero era
apreciado entre esas aguas.
A
la largo de la serie uno asiste a más crímenes de los que se puede contabilizar, pero muchos menos de los que acaecieron. Se sienten las
muertes de un bando y de otro, la multitudinaria de Rodrigo Lara, la emocionante del valiente periodista Guillermo Cano, la triste y perra del “chili”, semejante en mucho a la que después tuvo su
patrón.
Una
serie más que recomendable, sin concesiones.
P.D.
Cuenta la leyenda, que una vez le propusieron a Escobar un negocio
legal con rentabilidad a diez años, lo rechazó porque eso era lo
que él ganaba en quince minutos. Si hoy estuviera vivo, le imagino
organizando un laboratorio en medio de la selva para fabricar “sovaldi” como si no
hubiera mañana. Rentabilidad alta y la posibilidad de sentirse
“superman”.¿Alguien le hubiera dado más?
©
Mª Luisa López Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.