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Cuando
vuelven, las llamas comienzan a lamer el techo, los niños corren
hacia la puerta, chillan y piden ayuda cuando bajan las escaleras,
siguen gritando cuando llegan a la calle. Las llamas son aparatosas
pero controlables, las apaga el primer vecino que llega. Pero hay
días en los que no hay suerte, y la policía está justo en el lugar
en el que no se la necesita. Cuatro menores despavoridos y solos, no
son buena carta de presentación. Acaban en comisaría envueltos en
miedo.
Cuando
localizan a Estela, ésta quiere volar. El jefe considera no adecuado
que vaya a comisaria con su uniforme, no quiere que su hotel se
relacione con asuntos turbios, y le dejan una aséptica camisa
blanca, y unos pantalones azules en los que caben dos como ella. Hace
el viaje de vuelta con Elena envuelta en silencio y rabia.
Cuando
llega, lo primero es asegurarse que los niños están bien, da
gracias que lo ocurrido no haya ocasionado mayores desgracias, y
ruega salir de allí con sus hijos.
Suena
el teléfono de Estela, mira la pantalla, número desconocido.
Contesta.
—La
señora Estela —siente un eco cercano, se da la vuelta, y sí, la
está llamando el policía que tiene a sus espaldas, él la mira, y
se percata de que la persona con la que habla está allí. Es ella.
El
policía carraspea, no lleva en comisaría ni un par de semanas, y le
toca esto.
—Señora,
es posible que hayamos encontrado a su marido, venga conmigo. Estela
señala a los niños.
—No
se preocupe yo me hago cargo. Siga por el pasillo todo recto hasta
llegar a unas escaleras, una vez allí la puerta del fondo.
Estela
sigue el camino que le indica el agente. Baja las escaleras. Cada vez
que desciende un peldaño, el aire se vuelve más frío. Le han
encontrado. Tiritando llega a la puerta del fondo del pasillo. Le han
encontrado. La puerta está entreabierta no obstante da un par de
golpes en la misma y solicita permiso, una voz masculina le pide que
entre. Es el lugar más frío en el que nunca ha estado, el vello de
gallina, los dientes castañean,
levanta
la sábana blanca, sí es mi marido. Ni una duda, labios violetas,
piel envejecida, pero no hay duda, son sus rasgos, y el lunar con
forma de Y griega que tiene al lado derecho del cuello le hacen
inconfundible. Es él.
Como
una autómata abandona la gélida estancia, prefiere recordar al
Washington sonriente que la conquistaba con sus piropos, y optimismo.
A medida que sube escalones, la respiración se entrecorta y el
futuro se ensancha. Él no les había abandonado, le había dado un
infarto dicen, le sorprendió por el atajo que conduce al predio de
los Benejam, le encontró un senderista esta mañana, una suerte que
cayera bajo la protección de unos matojos, le harían llegar sus
objetos personales, incluido el dinero que portaba en los bolsillos.
Entonces
se acordó de aquella furgoneta de segunda mano que quería comprar,
y de aquella sorpresa que le iba dar el domingo. ¿Cómo pudo
desconfiar así?
El
paso de abandonada a viuda comenzó a deshacer el nudo que tenía en
el estómago desde que él desapareció,
y lágrimas tímidas comienzan a salir del alma.
Cuando
llega al lado de sus hijos sólo es capaz de decir:
—Papá,
está en el cielo.
Y
todos se permiten el lujo de los pobres, cariño, abrazos y consuelo.
Cuando
llegan los de asuntos sociales, el policía señala el cuadro y no
hay quien tenga cojones de decirle nada a esa mujer. Falsa alarma, y
ya se inventarán algo para los papeles. ¡Maldita burocracia!
La
familia intenta recuperar aliento y abandonar el inhóspito lugar,
pero hay días que deciden enredarse entre los dedos, y ese hijo
bastardo de la libertad que llaman teléfono móvil vuelve a sonar
inmisericorde.
—¿Diga?
—Buenas
noches, podía
hablar, por favor, con Estela Claramunt…
Al
tiempo que ella está respondiendo la llamada, entra en comisaría un
detenido borracho, por la confianza con la que se mueve, deber ser un
habitual. Decide amenizar la espera para su declaración, envolviendo
todo con su canto.
Volver 1
con la frente marchita
con la frente marchita
—Sí,
soy yo. Dígame.
Las
nieves del tiempo
platearon
mi sien.
—Lamento
comunicarle…
Sentir
que es un soplo la vida…
que es un soplo la vida…
—Su
madre ha muerto…
Cuando
la llamada finaliza, Estela comienza a mover la cabeza hacia los
lados, se acerca al borracho, posa su mano en el antebrazo del sujeto
y dice:
—No
sé si la vida es un soplo, pero sin duda, tiene un sentido del humor
macabro.
El
borracho continúa con su cantinela sin mirarla, volver,
con la frente,
Estela toma del hombro a Wilson, platearon
mi sien,
arropa a sus hijas, que
veinte años no es nada,
se disponen juntos, que
febril la mirada,
a abandonar la comisaría, errante
en las sombras,
da la vuelta, te
busca y te nombra,
alza la voz y le desea suerte al borracho, éste se levanta y
continúa cantando dirigiéndose a ella.
Vivir
con
el alma aferrada,
a
un dulce recuerdo
que
lloro otra vez.
- Volver. Carlos Gardel
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.