Hay sábados en los que todo se precipita, y contra los que no se puede hacer nada.
SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 10)
SÁBADO
Esa noche de viernes al sábado, la casa del antiguo profesor de
música se llenó con un par de habitantes silenciosos. Se colaron por uno de los
patios vecinos al de su casa, rebuscaron entre las piedras de la cuarta
fila del pozo, hasta dar con la falsa y encontrar en sus entrañas una bolsita
con hierba.
—¿”María”?
—¿El puto viejo tiene “maría”?
—Sí, aquí no hay nada más, el resto de piedras están bien
asentadas.
—¿Tú estás seguro de que oíste bien?
—Sí, tío, ya has visto, en la cuarta fila estaba la piedra.
—Pues eso es una mierda, habrá que entrar a ver qué encontramos.
Rápidamente llenaron el salón, y el recibidor de desorden. Había
una puerta cerrada de la que salía un ruido acompasado, un silbido cada treinta
segundos, mejor dejar que duerma. En la planta baja no había nada de interés.
Hacía años que no veían una tele tan culona.
Decidieron ir a la primera planta, subieron las escaleras con
sigilo, incluso sortearon con éxito e ignorancia un escalón destartalado que de
habitual crujía.
Las puertas de las estancias de la planta superior estaban todas
abiertas menos una. Se decidieron por esa, abrieron con cuidado. Cuando su
linterna paseó por la estancia, creyeron que la cosa había merecido la pena,
pero no iban preparados para objetos voluminosos. Empezaron por lo que les pareció que tendría
más valor, los atriles, los tuvieron que bajar tal cual, no parecía que fueran
plegables, y si lo eran, llevaban tanto tiempo sin plegar que esa funcionalidad
la habían perdido. Comprobaron que la puerta que daba a la calle tenía las
llaves puestas, decidieron que uno quedara dentro vigilando y el otro iría a la
furgoneta a depositar los objetos y traer un par de sacos para seguir
llevándose instrumental. Siguieron por lo que consideraron más caro, los
estuches grandes, esos seguramente valían una pasta, fue de esa forma como del
cuarto desapareció el arpa, el contrabajo, cuatro guitarras. Cuando estaban
desplazando éstas últimas Alfonso fue abandonado por Morfeo y escuchó un
ruidito en las escaleras. Primero pensó que serían ratas, mañana volvería a esparcir
raticida por el patio, pero cuando esos ruidos comenzaron a pasear por el
salón, decidió levantarse, encender luces, e investigar procedencia. Fue de
esta forma como acabó tendido en el suelo del recibidor de su casa, con la
cabeza sangrando y abortando el desmantelamiento total del cuarto de música.
Cuando horas después pudo levantarse, accedió tambaleante al
pequeño jardín de la entrada, avanzó
inseguro los cien metros que le separaban de la casa de la doctora. Una vez
allí, aporreó el timbre, hasta que ésta asomó por la puerta más fresca que una
lechuga y con pinta de salir para hacer footing.
—¿Qué es este escándalo? — En cuanto reparó en el estado de
Alfonso, le arrastró hasta el interior del domicilio, dejándolo a buen recaudo
en el sofá, mientras iba a buscar al baño su maletín de urgencias. Hizo una
primera cura, consistente en limpieza, el golpe era superficial, pero decidió
llevarlo a urgencias y que hiciesen un parte de la lesión. Alfonso, entre
medias, le había contado un poco lo que había sucedido.
Una vez terminaron cura e interpusieron denuncia, ambos volvieron
al domicilio de Alfonso. Él pobre no quería ni saber lo que se habían llevado,
pero la policía había insistido en hacer una lista con todo lo que faltase.
—Hemos encontrado una caja fuerte en el patio, ¿tenía ahí dinero,
joyas?
—Ni una cosa ni la otra. Un poco de “maría”—. Los policías rieron.
De la única estancia de la que parecía que faltaban cosas era de la de música.
Alfonso, después de tres años, tendría que entrar.
Allí enumeró los objetos obvios que faltaban y comprobó con
disgusto que los cacos no entendían nada de nada. ¡Una pena! Venderían el arpa
por dos perras.
—No tienen ni idea de lo que se han llevado. Los atriles eran de
plata, valen buen dinero, pero los instrumentos musicales más valiosos, la colección
de violines, está intacta.
—Vendrían en busca de joyas y dinero, y al no haber, cualquier
cosa que se pueda vender es buena.
Una vez finalizaron los policías las “pesquisas” se había echado
encima la hora de comer. Laura decidió que no era bueno que se quedara en casa
solo, y después del disgusto, mejor que se trasladase a la suya por un día,
tenía dormitorios más que suficientes y allí estaría atendido y vigilado por si
surgía cualquier inconveniente.
Alfonso se sentía tan débil que no le apeteció protestar. Le gustó
que alguien se ocupase de él sin pedir permiso y sin solicitar nada a cambio.
De esta forma acabó Alfonso un sábado a la una de la tarde en la
cocina de su médica de cabecera, disfrutando de un vaso de agua fresca.
En esos pensamientos estaba, cuando una mujer regordeta, de
cabellos canos y mirada franca y clara entró en la cocina ocupando todos los
resquicios de la estancia.
—Buenos días o tardes —espetó la mujer, observando que el hombre
llevaba un discreto vendaje en la parte posterior de la cabeza. Le sonaba su
cara pero no conseguía localizar de qué.
—Buenas tardes, ya.
—¿Qué hace usted aquí?
—Lo mismo podría preguntarle yo —esa mujer no le sonaba de nada,
pero encajaba perfectamente entre esas cuatro paredes.
—Yo vivo aquí. Soy Isolda —respondió ella con cara de estar
perdiendo la paciencia.
Alfonso se levantó como por un resorte, se dirigió a la mujer,
cogió su mano derecha, se la llevó a los labios y muy ceremoniosamente dijo:
—En momentos como este me gustaría llamarme Tristán, pero quiso el
destino que me bautizaran con el nombre de Alfonso, como mi padre.
—Es mía —retiro despacio Isolda su mano.
—Disculpe. No sabía que la doctora vivía con alguien más que no
fueran sus hijos.
—Pues ya lo sabe usted.
Alfonso recuperó su lugar en la silla, las emociones nocturnas le
estaban pasando factura.
Cuando Isolda le vio moverse cayó en la cuenta.
—Usted vive unas cuatro casas más abajo, ¿no?
—El mismo.
—¿Es el maestro de música?
—Efectivamente. Sabe usted mucho de mí para que yo no la conozca.
—No me gusta demasiado zascandilear por el pueblo, pero aquí una
se entera de todo, aunque no quiera.
—Sepa que una belleza como usted tendría mucho éxito.
Isolda se dio la vuelta enfurecida.
—Un poco de respeto. No nos conocemos.
—Disculpe usted, es que como he visto que no lleva ningún anillo. No
era mi intención ofenderla.
—¿Se va a quedar a comer?
—Sí, me ha dicho la doctora que hoy me quede con ustedes, por el
golpe, ya sabe —dice señalando el vendaje que lleva en la cabeza.
—¿Qué ha sucedido?
Mientras Isolda y Alfonso entablaban pacíficamente una nueva
conversación entre cazuelas, Laura ponía orden en la habitación de invitados, e
informaba a sus hijos, quienes bajaron corteses a presentarse a la nueva buena
obra de mamá. Todos se conocían de vista, eran unos chicos muy agradables.
A media tarde estaban todos en la terraza jugando a las cartas,
fueron interrumpidos por un timbrazo inesperado. Cuando Laura llegó a la verja
de entrada, un joven estaba inundado de rosas, rosas y amarillas. Laura conocía
al joven, iba frecuentemente al ambulatorio, estaba en un más que discreto
programa de deshabituación por metadona, y se atrevió a preguntar.
—¿Quién te ha mandado venir?
—Eso no lo puedo decir, señora.
—Tú vienes al ambulatorio al programa de rehabilitación, ¿verdad?
—Verdad.
—Tú quieres dejar de una vez toda esa porquería, ¿verdad?
—Lo intento señora.
—Sabes que si no me dices quién te manda te puedo quitar del
programa. ¿Verdad?
—Verdad. Me manda Ramón. Pero, por favor, no le diga que yo se lo
dije.
—No te preocupes. Soy una tumba —el chico no tenía la culpa de que
su exmarido fuera un redomado imbécil—. Espérate un minuto, por favor.
—Toma, por las molestias —extendió al joven un billete de veinte
euros. Seguro que la rata le había pagado menos por darse el paseo. Cogió el
ramo y se dispuso a llenar otro jarrón, las flores tampoco tenían la culpa.
La tarde transcurrió entre partidas y refrescos, y peleíllas
chicas. Isolda y Alfonso parecían entenderse la mar de bien después del
encontronazo en la cocina.
Luisa L.Cortiñas
Es muy ameno, alegre e instructivo., "cuando fuimos ricos". Me iba riendo y me quedaba sorprendido cuando me he topado con el personaje de Erica, y cuando monta en la moto para ir a ver al atleti.. Auténtico lo de los 12 euros que no para de ofrecerte el banco, tantas cartas nos han llegado a todos. Y lo del call center, qeu bueno, cuánta basura en contratos de mierda. Te felicito, has logrado poner sorna y diversión a los problemas cotidianos de una sociedad apretada".
Es bastante facil de leer esta historia peculiar ,y son bastante entrañables sus personajes ,tanto como su narrador .
CONTINUARÁ.
Siguiente (Este enlace no funcionará hasta la próxima semana).
Me han dicho que tengo que ser más agresiva con la venta del libro. Allá voy... si alguien se muere de la intriga puede comprar el libro "Semana de prodigios". Incluye trece relatos estupendos, aparte de éste. A mí los que más me gustan son "Sucedió en una sala de estación", "Se busca mujer", "Diez minutos de paseo" y "Volver". ¿Y a ti? ¿Qué cuesta escribir un comentario?
Y si prefieres leer una novelita corta, también está a la venta "Cuando fuimos ricos" para todos aquellos que nunca han vivido por encima de sus posibilidades...
Los lectores dicen...
¿Esto es lo suficientemente agresivo? EH EH EH
"PAYOOOO COMPRÁME ARGO, QUE TE LEO LAS CARTAS PARA EL VERANO..."
En el blog tendremos un "blanquito" lo del tinto está muy visto.
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.