La hache de Hugo. Vuelve por otra.
Aquella mañana Hugo se levantó con los ojos llorosos y
una mueca de miedo grabada en el rostro. Sus rizos rubios estaban más
enmarañados que nunca, e hizo falta el doble de paciencia de la habitual, el
triple de pases de cepillo, y una sordera increíble para sortear sin inmutarse los
gritos agudos que emitía su boca a cada tirón de pelo.
Había pasado una noche horrible, muy horrible, había
dicho entre pucheros.
—¿Qué ha pasado esta noche? —preguntan por enésima
vez.
—Nada.
—Nada
no, cariño. Tienes los ojos rojos. ¿Has llorado?
—No
mientas —dice su padre
—Yo
no digo mentiras.
—Di
que has soñado ¿o no te acuerdas? Yo a veces no me acuerdo —dice mamá.
—Sí,
sí me acuerdo —contesta Hugo abrazando su hucha con forma de cerdo.
—Cuenta.
—A
nosotros nos lo puedes contar.
—Pero,
al señor de las gafas no le diréis nada ¿verdad?
—¿Quién
es el señor de las gafas? —pregunta papá.
—Deja
hablar al niño. Dinos Hugo.
—Ayer
en mi cumpleaños me regalaron dinero. Mucho dinero.
—Sí,
para la tablet esa que quieres.
—Pues
he soñado que el señor de las gafas que sale en la tele me perseguía para
quitarme el dinero.
—Eso
es una tontería, nadie te lo va a quitar —dice papá.
Hugo
hace un puchero y niega con la cabeza.
—Es
del Gobierno, y dicen que quita el dinero de todos para dárselo a sus amigos.
Yo no quiero que me quite mi dinero.
—Y
no te lo quitara cariño, no te lo quitara. Papá se ocupa. ¿Verdad? —pregunta
mamá con un tono que haría temblar al más valiente.
—Sí,
de eso me encargo yo.
Hugo
dio la hucha a su papá satisfecho ¡él siempre lo arregla todo!
Cuando
Hugo salió de casa para ir al colegio, sus padres abrieron la hucha para
contabilizar la recaudación.
—Setecientos
cincuenta euros, ¡no está mal para cumplir ocho años!
—La
verdad que no.
—¿Cuánto
vale la tablet?
—Unos
doscientos cincuenta.
—Compro
la tablet y el resto lo ingreso en su cuenta ¿no?
—Sí.
El
papá de Hugo se encamina a la tienda, aparte de lo encargado, adquiere una
preciosa funda con un Spiderman en acción, la de los Simpson le gusta más, pero
no quiere que su hijo vuelva a tener pesadillas. Satisfecho de su adquisición
se dirige al banco:
—Quiero
ingresar cuatrocientos cincuenta euros en la cuenta de mi hijo.
La
señorita coge el dinero, lo pasa por la máquina de la verdad y solicita el DNI.
—¿Para
qué quiere mi DNI?
—Son
órdenes.
—El
dinero no es mío, se lo han regalado a mi hijo. Menor de edad como puede
comprobar en la cartilla. Por eso estoy yo con él.
—Desde
hace un par de meses no podemos hacer ingresos en cuenta sin DNI.
—Sí
no son ni quinientos euros —dice sorprendido.
—Son
las nuevas normas. Si sólo fueran veinte euros lo tendría que pedir igual.
—A
la mierda las normas.
—Yo
sólo cumplo con mi obligación.
—Lo
sé, pero no voy hacer el ingreso.
Con
un gesto de fastidio, la señorita deshace lo hecho, mientras el padre de Hugo,
piensa en qué establecimiento puede comprar una caja de caudales para ingresar,
sin temor al fisco, el dinero B que su hijo ha recaudado en este último
cumpleaños y en los que le esperan.
®Luisa
L. Cortiñas
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Hip hip...hurra!
ResponderEliminarMe encanta, como casi todo lo que escribes. El casi te lo pongo para que no te lo creas, que te sentará mal.
Muchas gracias anónimo... por comentar y por lo otro jejeje.
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