No hagáis nada de lo que yo no haría
Lola
cierra la puerta de su casa…
—Biennnnnnnnnnnnnnnn —levanta los brazos como si
celebrase la victoria de su equipo de fútbol… rídiculo, no le gusta ver fútbol.
Mira la hoja en la que lleva la
cuenta atrás… once años, siete meses, tres semanas y un día que no estaba sola
en casa. Cinco días por delante para no hacer nada, hacer lo que habitualmente
no hace, hacer deshacer o no hacer a su antojo… puede saltar encima del sofá o
de las camas, poner los pies encima de la mesa, hacer un kalimotxo con los
vinos de reserva… Mientras disfruta pensando en cómo iba a matar el tiempo, decide
desperdiciar unos cuantos litros de agua y prepararse un inmenso baño de espuma ¡una recompensa por el
lío de los dos últimos días!… equipaje para arriba y para abajo, que si esta
camiseta sí que si esta no, que el niño ha crecido, hay que comprar pantalones,
pasta de dientes tamaño viaje, que si la mochila tiene suelta una brida, ahuyentador
de mosquitos… ¡sólo pensarlo le da vueltas la cabeza! Sonríe. Abre el grifo de
la bañera, agua caliente, muy caliente, echa bolas de olor que rápidamente se
deshacen, el baño es invadido por olor cereza y vaho. El ruido del grifo es lo
único que la separa del silencio, coloca una banqueta al lado de la bañera y, aunque
no son horas, una copa de Martini, un libro
y mientras se desnuda, piensa que es un preso de Guantánamo al que han
dejado en libertad. ¿Cuánto tiempo hacia que no se daba un baño como éste? ¡Ni
lo recuerda!.
Pronto descubre que leer a la
Montero sin los traqueteos del metro no es posible, se incorpora, se pone el
albornoz, y dejando a su paso un rastro de agua, se dirige a las estanterías
del salón, pasea la vista por los lomos de los libros y decide llevarse “Todo
es comparable” ¡éste, seguro es más legible en tierra firme!
Sale de la bañera como una uva
pasa, es costoso hasta secarse. Consulta la hora… ¡las doooooce! No es posible
que haya estado dos horas en la bañera, pero su piel, el reloj y el libro no
mienten.
Se maquilla y peina como para una
boda, aunque finalmente se enfunda un chándal y unas zapatillas de deporte.
Preparada para matar.
Hoy no se cocina, pide una pizza:
salami, bonito y ternera… todo grasa, helado de chocolate, y ya puestos, un
litro de coca-cola… con su todo.
Se sienta a esperar el encargo en
el sofá, con los pies sobre la mesa.
Llega el pizzero - ¡son rápidos
éstos chicos!.
Prepara una bandeja y enciende la
tele, cinco días de noticias absurdas, playa, montaña, turismo rural… tontería
tras tontería. Apaga. Mientras come, aparece por la puerta el robot friegasuelos que había puesto en marcha al
salir del baño…
—Hola Mateo, me había olvidado de
ti ¿qué tal vas? —sonríe, hoy no escucha eso de — jooo
mamá ¿qué harás si un día te contesta?
Lola se queda absorta observando
a la máquina, detecta los objetos y se da la vuelta. Recoge la bandeja, y de
vuelta al salón, pasa por la habitación de su hijo, coge una pelota de
baloncesto… y prueba… se queda quieta en la línea de acción de Mateo, que la
esquiva con gran agilidad…
Lola tira la pelota hacia Mateo, pero
éste no hace nada con ella, simplemente la desplaza, ella patea nuevamente la
pelota, Mateo la acaricia, continua así un buen rato hasta que se le acaba la
batería, ¡esa máquina no conoce el ocio!
Se pregunta si le apetece quedar
con alguien esta tarde, tira de agenda… ¿Puri? no, cansada de sus ovarios;
¿Pilar? no, bebé a la vista; ¿Raúl?, no, nueva novia; ¿José?, no, se ha
divorciado hace poco; ¿mamá?, no, me vuelve loca con sus achaques; ¿Aurora? no,
hijo adolescente; ¿Yolanda?, no, habla en exceso; ¿Ana?, no, no habla… Paso. No
quedo con nadie.
Decide ver una película, el
pasillo está jalonado por estanterías largas y bajas llenas de DVD, vídeos y
CD… Infantiles, coleccionables de todos los periódicos habidos… y ahí está,
cine francés…
“Los amantes de Pont Neuf” ¡ya ha llovido! Año 91. Le gustó mucho en su momento, salvo
aquel final tan americano y tan absurdo. Se la regalaron hace años. Nunca tiene
tiempo. Hoy es el día. Mientras va hacia el salón, recuerda aquel París oscuro y decrépito, y
aquella publicidad “una historia de amor entre un chico que echa fuego por la
boca y una chica quemada por la vida”.
Lola se dispone a ver la película
¿ palomitas? no, no es peli de palomitas; ¿gominolas? no, ¿un vino de la reserva? ¡Demasiado dispendio
para la indigencia! Recuerda que en la nevera pulula un modesto godello,
¡adjudicado!, botella y copa…
En la pantalla desfila un Paris
oscuro, ese que los turistas no ven, no recordaba ese autobús que iba
recogiendo indigentes, ni sus nombres, ni el juego de la bala… Si recuerda el
baile y los fuegos artificiales, los
carteles del túnel de metro ardiendo… y esa tarde, decide que ella también les hubiera
dado un buen final… Estaba equivocada, era el final perfecto. No puede ser,
mira, remira y vuelve a mirar, la escena publicitaria de titanic es clavadita a
ésta. Sí, es un final americano.
Coge una maleta, mudas, un par de
pantalones, botas, libros, dvd´s, tres tonterías más y …. ¡Mejor les aviso!
Ring, ring, ring…
Quieto, quieto un momento —mira en el teléfono a ver quien
llama – chisssss calla, es mamá. Padre e hijo interrumpen la guerra de agua que
han montado en el baño ¡salpicado hasta el techo!
— Dime…
—¿cuándo viene? —pregunta el niño
—Sí, sí, sí, o sea pillo la nacional…
si, si, si, sabré llegar, si, si, si, lo
llevo… unas tres horas…
Carlitos, durante toda la
conversación, tiene puesta la mano en posición mendicante acosador, cuando
terminan…
—Los cien…
—Cincuenta.
—No —,dice el niño con determinación —cien euros, tú eres el que dice que
no debes apostar más de lo que estés dispuesto a perder.
—Lo que quieres lo aprendes
rápido. Cuando salga del agua te los doy y los escondes bien, antes de que
llegue tu madre. ¿Hace de cena una pizza?
—Sí, sí, y coca-cola con cafeína y
helado de chocolate, bien, bien – dice y celebra Carlitos saltando como un loco
sobre el sofá.
—Toma —extiende dos billetes de 50 hacia
su hijo, éste corre a esconderlos en el bolsillo secreto de su mochila.
Mientras esperan al pizzero
juegan un partido de fútbol en el salón, cenan con los pies sobre la mesa,
eructan, ríen y celebran su libertad, ven, por enésima vez, la final del
Mundial de fútbol que ganó España.
—Tú madre llegará en media hora
más o menos.
—A correr, aquí no tenemos a Mateo
—dice Carlitos
Estirar colchas, recoger ropa,
secar baño, fregar platos, tirar basura, llevar y traer toallas limpias de
recepción…
Cuando acaban suspiran aliviados
y se tiran en el sofá a esperar. Se miran, chocan los cinco.
—¿Cómo sabias que no iba a
aguantar?
—Llora viendo cualquier película —dice Carlitos.
® Mª Luisa López Cortiñas
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.