Yo
no soy malo
Hoy toca diana a las
04h30. Oscuridad de lobo y frío polar.
Felipe se va enfundando
en su uniforme, camisa, pantalón, casaca, chaleco con protección delantera y
trasera, protectores de hombros, codos, antebrazos, abdomen y genitales, musleras,
rodilleras, espinilleras, protectores de tobillo y empeines y manoplas para
proteger las manos, botas con puntera reforzadas, escudo y armas
reglamentarias, sólo se pondrá el casco en el momento de salir de la lechera.
Mientras se disfraza, recuerda con añoranza cuando entró en el cuerpo,
también, cuando por fin aprobó los exámenes para antidisturbios… ¡Un puesto
dorado! Mejor sueldo y menos trabajo, mayores riesgos, sí, pero no solía pasar
la cosa de cuatro pedradas, tres contenedores o dos hooligans borrachos. Ahora
las cosas habían cambiado, hoy no iba a proteger a los buenos de los malos,
como le habían enseñado en la academia, hoy era el perro de sus amos… Hoy
tocaba diana para el tercer intento de desahucio de un anciano matrimonio y su
hijo deficiente, en su barrio, a dos números de su casa. El orgullo y entusiasmo que Felipe siempre había mostrado
por su profesión, se había convertido desde hace tiempo en vergüenza. Por
suerte, con el disfraz era difícil reconocerle y ocultaba su profesión como si
fuese un vulgar delincuente.
Felipe conoce al
matrimonio desde niño, lo suyo no fue ninguna aventura inversora, avalaron a
uno de sus hijos, quien después de un matrimonio poco afortunado y un par de
decisiones equivocadas, cayó e hizo caer a los suyos, como fichas de dominó, fueron
dejando años de esfuerzo para que otro recogiera los frutos.
La primera vez, no
podía mirar a don José a la cara, pero éste posó su mano en su hombro y supo
que él sabía. ¡Es que esto no debería ser! Habló con sus mandos para solicitar
que no le volvieran a destinar a este tipo de tareas en su barrio.
—Hoy no tengo efectivos suficientes con
tanto lío. De todas formas, con el casco no es os ve, y los códigos, ya sabes,
hacemos todo lo posible para que no podáis ser identificados. Échale un poco de
cojones.
—Ya, ya…— es tan fácil de decir, pero hace falta una desvergüenza
de la que por momentos carezco, por
suerte, en cuanto me pongo el casco, no sólo soy diez veces más alto, cinco más
feo y dos más fuerte, directamente, me convierto en otro. Un otro que es un
bestia, que cumple órdenes con gran eficiencia y lleva por bandera la
obediencia debida.
Hoy toca diana y
defender a los malos.
Diez lecheras, diez
animales en cada una, cerrar la calle, identificar a cualquiera que se manifieste
o insulte… hace tres días han entrado nuevas leyes y somos los reyes del mambo,
sin razones, sin común sentido, los amos de la calle.
Llegamos pasadas las
cinco de la madrugada, no se vislumbraba ni un alma, hasta una hora después, no
comenzaron a salir los que aun tenían un trabajo. Algunos bajan la mirada
cuando pasan junto a nosotros, otros nos
miran desafiantes, no hay mayores incidentes.
Amanece, pero la
comisión judicial no aparecerá por allí hasta las 09 de la mañana. Vendrán el
secretario y la auxiliar del cinco, son buena gente, les conocemos de otros
eventos parecidos. Como siempre, llegan puntuales y abochornados, aunque está
vez sólo les recibimos nosotros.
Tercer piso sin
ascensor, entramos en fila india, escaleras estrechas y empinadas.
El secretario llama,
escucho una voz que me es familiar, dice
no saber nada del desahucio, que a él le han alquilado el piso hace dos días y
que ahora no se va ir… subo intrigado, me pongo en medio de los funcionarios….
¡No puede ser!
El recién alquilado me
mira, se mira en mis ojos, me reconoce, sonríe.
Bajo las escaleras como
un autómata… Mi cabeza da vueltas, mi hijo, mi propio hijo…
Cualquier día de éstos
me lo encuentro al frente de una manifestación y tendré que actuar. ¡Jamás le
he puesto una mano encima!
Cuando llega a la calle
se sube a la furgoneta más cercana…
—¿Estás bien? —pregunta
preocupado un compañero. Felipe no dice nada, se quita el casco….
— Mírale —dice un compañero a otro, — ¿estás bien? — pregunta a Felipe. —Está blanco
como si hubiera visto a un fantasma — dice a los compañeros que están allí.
Felipe agarra la cabeza
entre sus manos, cabecea y murmura… yo no soy malo, no soy malo.
—¿Qué ha pasado ahí arriba? —pregunta un compañero a uno de los
compañeros que bajan.
— Chisssss, creo que era su hijo, el
mayor, el alquilado que tenían hoy. Lo han vuelto a suspender.
— Es que uno no puede venir a estas cosas
en su barrio. ¡Para qué diablos crearon lo de Eurogendford! —dice un
compañero muy exaltado.
—¡Hombre para éstas cosas tampoco están!-
responde otro.
—Nosotros tampoco —espeta otro
Desde ese día, Felipe,
no ha vuelto a abrir la boca, aunque sonríe mucho. Realiza arduas, y sesudas,
tareas administrativas.
Don José, a fecha de
hoy, sigue viviendo en su casa.
® Mª Luisa López Cortiñas
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P.D.: De forma excepcional interviene la autora: Necesitamos más "felipes" y menos "borbones". Sin más. Espero lo hayan disfrutado. De cuando en cuando uno sueña.
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.