Vamos por la "parte 4". Continuamos con el Martes.
Si te has perdido el capítulo anterior pincha en el enlace. ¡Buena lectura!
Laura
regresó del trabajo más contenta de lo habitual, los ojos le brillaban y
sonreía sola.
—Hola señorita, buena mañana ¿no?
—Se me ha pasado volando, ha sido un visto no visto. Ummmmm…
¿Asado con patatas doradas? ¡Gracias! —dice abrazando a la vieja Isolda.
—Sí, les queda un minuto para ir directas al plato. Hoy comeré
contigo.
—Justo el tiempo para ponerme cómoda.
Isolda sonríe, hoy a la señorita se la ve feliz, demasiado feliz.
Caerá, más pronto que tarde, caerá y perdonará, esa niña no sabe guardar
rencor.
—Buenísimas. ¡Cada día te salen mejor!
—Desde niña te gustan.
—Sí, y a Adolfo también, éramos nosotros quienes las robábamos
—confiesa con media sonrisa.
—¿Qué ha pasado esta mañana?
—Nada.
—Esa cara la conozco y no es de nada. ¿Algún pretendiente a la
vista?
—¡Qué cosas tienes! A mi edad, ¿dónde voy a ir yo?
—Hay mucho médico apuesto y disponible.
—Y mucho ocupado que puedo robar como otras, ¿no?
Ambas reían. Pero algo le sucedía e Isolda no era de soltar
huesos.
—No digo eso, mujer, bien lo sabes. Pero se te ve contenta.
—Me has pillado.
—Cuenta.
—Esta mañana he recibido una carta de un admirador.
—¿Un admirador? Suena interesante.
—Seguro es uno de esos pacientes chiflados que tengo, pero que a
una le digan cosas bonitas, aunque sea anónimamente, sienta bien.
—Cierto.
Laura dudaba, siempre ha tenido ganas de preguntar, pero Isolda
era como su madre y una roca impenetrable cuando quería, pero por preguntar, no
perdía nada. Bueno, no, seguro que ha hecho flan de postre y la podía castigar.
Soltó una carcajada sin venir a cuento, a su edad tenía miedo a que la castigasen
sin postre, ridículo.
—¿A qué viene esa risa? Podías compartir el chiste.
Laura comenzó a llorar con un carcajeo incontenible, cuando se
tranquilizó se envalentona, ¿qué podía pasar?
—Quería preguntarte algo.
—¿Y eso tiene tanta gracia como para que te comportes así?
—¿Así?
—Sí, como una niña consentida y malcriada.
—Te conozco desde hace muchos años.
—¡Tantos como tienes!
—En tu vida, ¿has tenido algún romance? No sé, ¿alguna aventura
inconfesable? ¿Un amor imposible?
—Me temo que a la señorita le está afectando la lectura o lo que
sea. Mi vida no es demasiado interesante, aparte de ustedes seis no he tenido
muchas cosas de las que ocuparme.
—No sé, ¿ni un medio novio de esos de hacer manitas?
—¿Sabes?
—Dime.
—Alguien se está ganando quedarse sin postre. Mejor dicho, ya se
lo ha ganado.
Laura retomó el ataque, y sí, se quedaría sin postre, pero con un
humor excelente.
Isolda no estaba castigada, se sirvió una buena ración de ese flan
que pacientemente ha preparado a primera hora de la mañana, y se preguntaba,
por enésima vez, qué tendrían los hombres que hacen a las mujeres tan tontas.
Por más telenovelas que veía no les encontraba nada extraordinario.
Mientras la mujer estaba de espaldas en el fregadero, unas manos
le taparon los ojos y en su cara alguien plantó un beso.
—Ramón, ¿cuándo has llegado? —y abraza como loca al joven que ha
ido a darle la sorpresa.
—Ahorita mismo. Voy a saludar a mamá, y ahora vengo a robar un
poco de ese flan que estoy oliendo.
—¿No está avisada?
—No, es una sorpresa.
Ramón era el hijo mayor de Laura, el ojo derecho de Isolda y el
héroe de sus hermanos. Estudiaba en la capital y venía muy de cuando en cuando.
Hoy martes la casa se vestirá de celebración.
Luisa L. Cortiñas
Luisa L. Cortiñas
CONTINUARÁ.
Siguiente (Este enlace no funcionará hasta la próxima semana).
Si a alguien le mata la intriga (no creo, los políticos me hacen competencia desleal) y no puede esperar, está a la venta, se puede enlazar en la foto de portada.
Del resto, ya saben, que como buena gallega, aparte de los viernes publico cuando me peta.
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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.