viernes, 5 de junio de 2015

SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 5)




Vamos por la "parte 4". Comenzamos con el miércoles.
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MIÉRCOLES

Los miércoles se levantaba con ánimos renovados, era su día preferido de la semana. No había conseguido averiguar nada nuevo sobre las robamaridos, pero decidió vestirse como para ir de caza. Rebuscó en los armarios hasta que dio con la camisa verde que hacía juego con sus ojos, buscó un pantalón vaquero de los desterrados que le quedaba bien. Tuvo suerte con el quinto, ciertamente la grasa había redondeado su cintura. Igual convenía ponerse a régimen, pero no iba a conseguir mucho, ya comía sin grasa y sin sal y continuaba con sus cinco kilos de más.

Cuando vio el conjunto en el espejo consideró que se había quitado uno añitos de encima. Tendría que teñirse para quitar esas canas y parecer más joven, pero le daba vergüenza decir en la peluquería que quería un pelo marrón, un color de esos que salían en la tele. Estaba seguro de que se reirían de él y le acusarían de inicio de chochera.

Las mañanas de miércoles eran grandes, muy grandes. Se dedicaba a uno de sus deportes favoritos, visitar una de las grandes superficies que se habían instalado en los últimos años en el pueblo, y que habían hundido a muchos humildes tenderos. De hecho, la mayoría de los supervivientes eran aquellos a los que faltaba nada y menos para jubilarse, y aguantaban los negocios con pequeñas pérdidas para poder morir con las botas puestas.

Empezó por casualidad, como lo hacían las grandes historias. Un miércoles lluvioso decidió matar la mañana en uno de estos grandes supermercados que tienen charcutería, carnicería, pescadería y frutería. En este último estaba él estudiando la mercancía y precios, del todo excesivos. Y a ello dedicó la mañana, a informar a los clientes que en el mercado, en el puesto de Consu, los tenían de mejor calidad y un poco más baratos, que dijeran que iban de su parte. Así le fue cogiendo afición al tema.

Cuando al encargado del establecimiento, varios dependientes especializados le informaron de estos hechos, en un principio lo tomó por una chaladura de gentes que defendían con demasiado celo sus puesto de trabajo. Hasta que decidió que tenía que conocer la versión del sospechoso, y sí, su actuación era aquella, pero el señor había argumentado que ellos tenían muchos establecimientos, y que él tampoco trataba de convencer a nadie de que comprara en otro sitio, se limitaba a informar. El encargado, siempre había tenido un algo grado de tolerancia hacia los locos de diverso pelaje y decidió ser condescendiente con aquel visitante ocasional. De hecho, todos los miércoles estaban unos minutos de charla, y el hombre, en más de una ocasión, había sugerido ciertos cambios en la presentación de los productos que él había hecho adoptar a los empleados correspondientes con muy buena acogida por parte de la clientela.

Por su parte, Alfonso apreciaba que el encargado no le echara del establecimiento. No sabría ya qué otra cosa hacer los miércoles.

Esa mañana la pasó departiendo con unos y otros. Cuando se dirigía hacia la salida de “Caja sin compra”, un espejo le devolvió las canas que no podía tapar su juvenil atuendo. Decidió dar la vuelta y buscar la sección potingues de pelo. Cuando la encontró, un lineal completo estaba dedicado a los productos que cambiaban los cabellos de color. Los nombres sugerían una juventud lejana y unos reinos desconocidos; “rojizo atrevido”, sonaba a puta barata; “caoba profundo”, eso debía de ser como meterse en una cueva y ver caer la lluvia; “cobrizo ardiente”, invitaba a noches de lujuria que era lo que le faltaba a su mente calenturienta; “chocolate delicioso”, ¡cómo si hubiera chocolates con mal sabor!; “chocolate helado”, un lío, aquello era un lío.

Llegó una joven al mismo lineal con cara de saber lo que buscaba, decidió dejar a un lado los perjuicios y le preguntó:

—Señorita, disculpe. Ya sé que usted no trabaja aquí —conocía a todos los empleados—, pero creo que entiende de esto de los tintes. ¿Cuál le parece a usted que me podría ir bien?

—No se preocupe, encantada le ayudo —sonrió la joven.
Comenzó a dar una vuelta alrededor de Alfonso y éste decidió seguirla girando despacio sobre sí mismo.

—Por favor, estese quieto. Sólo quiero ver qué color le podría ir mejor.

—Disculpe usted y siga con lo suyo. Ya me estoy quieto.

Se decidió por un “castaño dorado radiante”, que a oídos de Alfonso sonó a llevar en la cabeza un aro de ángel. La señorita amable incluso le hizo un breve resumen de las instrucciones, pero que no se preocupara por no quedarse con los datos, en el envase iba un pequeño manual con indicaciones y dibujos muy detallados. La chica le aconsejó seguirlas al pie de la letra.

Cuando pasó por caja, la cajera hizo que le daba un ataque, el visitante de los miércoles nunca compraba nada, y siempre se aseguraba de despedirse, una a una, de las cajeras que estuvieran en su puesto en ese momento.

—No hago sonar una sirena porque no tengo —dijo risueña.

—Un poco caro.

—Pues están de oferta.

—Está todo muy caro. Ya se lo he dicho al jefe.

Alfonso regresó feliz a casa, incluso tuvo dudas de si acudir o no esa tarde a la habitual partida de chinchón. Últimamente le aburrían un poco, en concreto, le aburrían desde que no podían jugarse unos céntimos, jugar con garbanzos le restaba emoción, pero seguramente podría obtener alguna información de la banda de las robonas. ¡A ver si daba con el perfil y echaba una canita al aire, de una vez, con una de esas jovenzuelas!

Mañana tendría tiempo para investigar lo de los tintes, de momento, chinchón y seleccionar la ropa que iba a utilizar para crear su nueva imagen.
©Luisa L. Cortiñas



CONTINUARÁ.
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Si a alguien le mata la intriga (no creo, los políticos me hacen competencia desleal) y no puede esperar, está a la venta, se puede enlazar en la foto de portada.
Del resto, ya saben, que como buena gallega, aparte de los viernes publico cuando me peta.

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.