viernes, 21 de marzo de 2014

LA CHICA DEL PARQUE






Salió de casa con la sonrisa puesta, la ilusión en los huesos, y el día libre de polvo y paja. Un sol de invierno vestía la mañana, y esas mañanas somnolientas de festivo, le gustaba pasarlas en el parque que estaba a sólo dos manzanas. Le agradaba el jardín de hierba y tierra, adornado por árboles que en verano daban sombra, y su lugar favorito era el parque infantil que habían instalado en un lateral; cuatro columpios, una casa de madera de arquitectura imposible, y un alto palo al que subirse mediante un enjambre de cuerdas. Sin ton ni son habían repartido cinco bancos de madera, el cercano a una pequeña fuente era el suyo. Salvo lluvia o temperaturas extremas, los domingos se la podía observar allí sentada, enfundada en su chándal rosa, y luciendo sus deportivas de marca.

Ese domingo cumplía todas las condiciones  para que ella no faltara a su cita, si alguien la estuviera esperando, no sería decepcionado.

Cuando llegó al parque, allí estaba su banco, libre, pero con un objeto cuadrado negro depositado con todo cuidado.

Ella se sentó en el centro, como era costumbre, pero en su caso se podría decir que era una mujer de centro en cualquier aspecto de la vida, de ésas que en un curso de filosofía, nunca paso de “la virtud está en el término medio”. Comenzó a mirar a su callado acompañante con curiosidad, alguien le dejó olvidado, seguro que hace unas horas estaba allí donde ahora estaba ella, siendo leído por alguien, un alguien que interrumpió la lectura por una llamada, una llamada importante, y por ello dejó allí el libro olvidado. Ella miró a su alrededor, todavía no había acudido nadie a disfrutar de la mañana salvo ella, cogió el libro con temor, temor de que alguien la pillara en falta en cualquier momento.

Pasta blanda, birrete rojo, una cinta métrica amarilla, el título “La música de los números primos”, le sonaba a historia de amor, pero el aspecto del libro lo contradecía. Desconocía al tal Marcus que lo había escrito, es más, el apellido Sautoy salvo a francés, no le sonaba de nada.

De momento prefería no abrirlo, abrir un libro ajeno a veces es profanación, otras aventura. Pero sí decidió probar con la contraportada, un nadador rojo tirándose al vacío negro, y un breve resumen que hablaba de la belleza y el misterio de las matemáticas. Recordaba los números primos de la escuela, pero nunca le parecieron sujetos de especial atención. A ella no le gustaban, desde temprana edad se le atascaron los quebrados, y las x de las ecuaciones eran material de un cine que no estaba autorizada a ver. Se preguntó qué clase de persona podía leer un libro así.

Sexo: varón.

Estado Civil: divorciado. Un casado feliz no tiene tiempo para estas cosas, un   soltero no recibe llamadas importantes que le desvíen de sus objetivos.

Profesión: profesor, ingeniero o similares.

Usa gafas y es despistado.

Llegó la primera madre al parque rodeada por cuatro niños inquietos, a los que conocía de vista. Uno se llamaba Ramón, debía de ser el peor de todos, esa mujer sólo decía su nombre.

Para que nada fuera extraño, y no se percatase de que ella no era propietaria del libro, decidió abrirlo al azar.

Contaba la historia de un tal Godel, matemático hipocondriaco, que estaba tan convencido de que le iban a envenenar que se dejó morir de hambre. Le pareció un tema muy trillado por la moderna sociología, la profecía que se autocumple que decía Merton.

Los matemáticos eran gente rara, y los que leen las vidas de los matemáticos también lo son, ella prefiere los libros de amor. Le gusta comenzarlos por el final, para asegurarse de que suceda lo que suceda por el camino, el amor triunfará, y si culmina en boda mejor. Le gustan las bodas de las novelas más que las reales, en las novelas son un fin en sí mismo, en la vida, las bodas son el inicio de una escalada que no se sabe cómo va a acabar, unas veces los peldaños, por duros que sean, se suben uno a uno y de la mano, en otras ocasiones los peldaños se enredan entre las piernas, y así no hay forma de continuar juntos el camino. Sin duda, prefiere las bodas de los libros.

El libro está subrayado, no entiende nada, nombres y más nombres de lo que deben ser eminentes matemáticos, axiomas, teoremas, hipótesis, conjetura, teoría del caos. La mención de esta teoría ralentiza el desfile de páginas entre sus dedos, siempre le ha parecido atractiva, pero pronto descubre que no entiende nada.

“No conmutativo significa que el orden con el que se hace algo es fundamental”. Eso lo entendía, desde siempre, su madre le enseñó que debía ser ordenada, y ella finalmente es ordenada, “cada cosa en su sitio, y un sitio para cada cosa”, ese orden le había costado más de un disgusto en su etapa universitaria. Era la rara, la sargento, la que siempre sabía cómo se deben de hacer las cosas.

Cuando  empezó a deslizar las hojas por los primeros capítulos, descubrió que para los matemáticos no hay premio Nobel. De qué cosas se entera una cuando un extraño olvida un libro en un banco, pensó.

Cuando abre la portada, la primera hoja es de color burdeos, y está inmaculada; al pasar a la siguiente  página, editorial, título del libro, y con tinta indudablemente procedente de una pluma, un nombre, Rafael, y una firma, ilegible.

Ella hace un repaso mental de los rafaeles que conoce, son cuatro, y no ha podido ser ninguno de ellos. ¿Cuántos Rafael pueden vivir en este pueblo? ¿Le podrían dar ese dato en el Ayuntamiento? Si fuera así, y el dueño está censado, podría preguntar uno por uno si el libro les pertenece. Son sólo quince mil habitantes, y la tarea seguramente no sea demasiado complicada.

Si además del nombre, le pueden facilitar la dirección, sería cuestión de trazar un pequeño círculo  alrededor del parque, y en esa primera criba es muy probable que aparezca el propietario. Parece un libro querido y caro. Consultará si le pueden facilitar esos datos. Aunque con esa manía que tienen algunos de cumplir la ley, posiblemente la respuesta sea no. A ella le parece un fin muy bonito, pero dicen que el fin no justifica los medios.

Se anima a pasar página, y junto a la ficha técnica, hay una pegatina que dice:

Que el libro es de quien lo encuentre pero que, al finalizar su lectura deberá ser liberado, para que pueda ser disfrutado nuevamente por otras personas.”

Ella se echó a llorar, pensando en la alimaña llamada Rafael que abandono el libro sin remordimientos y a conciencia, un libro que no era un libro, era un señuelo, una boutade, una chanza cruel para una mujer sola, que todavía sueña con un desconocido que le regale flores.

Sin duda, ella no conocía esas campañas tan propias de los nuevos tiempos de “siembre un libro” o “suelta” un sueño.
©Mª Luisa López Cortiñas

GRACIAS POR LA VISITA.

Si el relato se os ha hecho corto u os apetece que os siga dando la chapa, este mes también se publica en “El relato del mes” un cuento para matar el tiempo “EL limpiabotas de Serrano”.


Interesados en las campañas de liberar libros:
Libros libres 21 de marzo. Siembra.
Si aún no has encontrado un libro que compartir y te apetece
Suelta de libros 6 de abril.
Cuando un desconocido te regala una lectura… todo es posible.

Para quejas, sugerencias etc. los lugares acostumbrados, face, blog.

Ayuda: Si alguien sabe porque al pegar de word al blogger éste me cambia el color de letra predefinido y me puede echar un cable AGRADECIDA. Este tema me volverá loca ¡al tiempo!


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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.