viernes, 25 de septiembre de 2015

UNAS BOTAS PARA GABRIELA




UNAS BOTAS PARA GABRIELA



Recuerdo aquel día como si fuera hoy.

Era marzo. Los días comenzaban a crecer tímidos pero imparables. Como ahora. Había que madrugar al día siguiente. Mucho. Yo no quería perderme ninguno de los acontecimientos que iban a inundar el predio aquella madrugada. El campo no daba para demasiadas novedades.
Mamá me envió a la cama temprano.

Mi habitación era ésta. La hemos pintado de rosa. Espero te guste.

Cuando era la mía las paredes lucían blancas. Papá la pintaba todas las primaveras.

La ventana mira al Oeste. No hay mejor lugar para contemplar una puesta de sol. Allá al fondo está el mar. Mediterráneo del azul de mis ojos. Media hora de paseo a caballo entre manta verde y bosque. Un  placer llegar a la orilla, descalzarse, besar la arena húmeda, y llenar los pulmones de aire para tragarse el mar. Sabe a sal. Me agrada el sabor a sal.

Como te iba contando. Aquel día, más tarde que noche, me acosté después de presenciar el espectáculo del astro. Aunque ya era una experta, estaba emocionada y nerviosa. No podía dejar de acariciarme el cabello. Esa tarde la peluquera me lo había dejado liso, suave, y unos diez centímetros más largo. Había repasado una y otra vez los pasos que tenía que dar en la pista del recinto, cómo debía sonreír a los presentes, y cómo conquistar al jurado. El inevitable jurado. En la vida, como verás, uno nunca se deshace de ellos. Todo un vicio el juzgar.

Una vez en cama, no podía dormir. De un lado al otro me movía, y me escurría entre las sábanas  una y otra vez como una lagartija.
Te gustarán las lagartijas. Son pequeñas y rápidas.

Finalmente encendí la luz de la mesilla, me levanté, y revisé, por enésima vez, la vestimenta para el gran día. Una camiseta blanca de algodón, tejanos azules nuevos, diadema rosa, y las preciosas botas de agua Hunter, que desde Londres, me había enviado la tía Paz envueltas en papel de seda lila. ¡Eran las botas más bonitas del mundo! Media caña. Plástico y suela de caucho, forro de fieltro azul. Color base naranja como mi pelo, adornadas con unas ramas verdes que se enroscaban entre sí, y que coronaban con primor abubillas orgullosas de su pico y de su cresta. Cada bota tenía ocho pajaritos. Les puse nombre. La gente del campo bautizamos a nuestras bestias. Son fáciles de aprender. Los de la bota izquierda, y de abajo arriba las ocho últimas letras del abecedario. Los de la bota derecha, en el mismo orden, los ocho primeros números primos. Paz las envió con una nota en la que decía que cada uno de ellos eran mis pecas, pero yo tenía más pecas que las botas pájaros.

Conservo ambas. Lo verás.  

No sé a qué hora me acosté esa noche, pero cuando sonó el despertador a las cuatro de la madrugada, pulsé el botón de apagado. Desperté a la hora acostumbrada, me vestí y desayuné con una celeridad desconocida. Llegué al polígono de Alaior con mamá poco antes de que abrieran al público el pabellón de muestras.

Allí esperaba mi gran maestra geógrafa: Marilyn, la singular, inmensa y sabia Marilyn. Estaba reluciente. Nuestra Galicia parecía un lucero, y el resto del país se movía al ritmo lento de una música suave. No me cansaría nunca de acariciar nuestra Cantabria y la secreta Asturias. En sus carnes se encerraba la península, y si te fijabas bien, también había restos de otras tierras lejanas.

A las nueve abrieron puertas, y el pabellón comenzó a llenarse de visitantes, que al igual que nosotros aguantaban estoicos las pequeñas goteras. Lo más fácil del mundo era distinguir a las gentes de ciudad de las del campo, no por la piel curtida, sino por la forma torpe y gatuna de acariciar a los animales, como si éstos les fuesen a devorar la mano o algo mucho peor.

Marilyn comenzó a ponerse nerviosa, muy nerviosa. Conocía esa inquietud previa. Dicen que no tienen entendimiento, pero Marilyn sabía cómo pedir las cosas. Preparé el cubo para los deshechos, aparté su cola, y Cataluña expulsó la mayor boñiga que había visto nunca. Recibí mi bautismo como payesa, ante la mirada divertida y orgullosa de papá, y la sorpresa de algunos asistentes. ¡Nunca le he perdonado aquella risa!

Aterrorizada corrí a los baños desangelados y fríos que estaban en una discreta esquina del pabellón. Me quité la camiseta, di gracias por llevar una interior de tirantes, metí la cabeza bajo el grifo del lavabo, a medida que aquella mezcla vegetal y biológica iba saliendo, el pelo se encogía como un muelle. Aguantaba las ganas de vomitar a cada segundo, mientras pensaba en inventar unos pañales para vaca. Para una vaca frisona. Una lechera de campeonato con mierdas 6XL. Tan concentrada estaba en la tarea, que ni siquiera me di cuenta de que mamá había entrado en el baño con una toalla y un frasquito de colonia. ¡Era fascinante todo lo que podía transportar aquella mujer en aquel bolso en el que no me dejaba hurgar nunca! Estaba deseando hacerme mayor para tener uno.

Ese día desfilé con el pelo chorreando, la piel de gallina, los dientes tocando palmas, y el pantalón con un par de churretes color chocolate olor mierda. Sólo permanecieron impecables, las botas, mi sonrisa y la imponente Marilyn, que por tercer año consecutivo volvería a ser la ganadora indiscutible del Concurso Morfológico de vacas frisonas.
Tú desfilarás con Marilyna, su tataranieta o algo así.

Cuando te iba contando esta historia, de repente, comenzó a correr un líquido entre mis muslos, medio transparente y espeso. Nada iba como estaba previsto. Con toda la potencia que mis pulmones y el súbito dolor me permitían chillé, mientras sentía como un gusano se deslizaba entre mis piernas partiéndome en dos. No recuerdo más. Cuando llegaron los hombres estábamos las dos sentadas en lo alto de la escalera. Tú eras un bulto rosa con pelusa negra, yo un manojo de nervios que te abrazaba contra el pecho para darte calor.

Ésta es Gabriela. Alguien le habló de la belleza del mar y le entraron las prisas. Tengo pies. ¿El ternero? —pregunté.Mamá, todos los años me cuentas la misma historia.
Es tu historia.
Es mentira replica  Gabriela con aire de suficiencia.
¿Por qué dices que es mentira?
Mi amiga Lucía dice que nací en un hospital como todas las demás.
Lo que tú digas. ¡Adolescentes!
A-do-les-cen-tes- se burla Gabriela.
¿Usas ya el treinta y ocho?
—¿De qué?
—¡De pie!
Sí. Soy toda pies y nada de cabeza ¿recuerdas?

Mamá desapareció de la cocina, Gabriela aprovechó para subir a su habitación, cogió su mochila, la llenó con dos camisetas blancas, un par de tejanos, unos calcetines, un neceser con lo básico, champú, peine y colonia, y no olvidó el secador de pelo, por lo que pudiera pasar. Mañana tocaba desfilar con Marilyna, que era mucha Marilyna. ¡Cómo su tatara!

Contemplaba con orgullo lo bien que había preparado todo. Mamá asomó por el quicio de la puerta de su habitación con una caja de cartón.La posó en sus manos.

—¿Es para mí? —preguntó la niña ilusionada.          
Sí, aunque dudo que la merezcas.

Cuando Gabriela la abrió, fue saludada por unas botas, unas abubillas y una nota firmada por la difunta tía Paz que hablaba de pecas y aves.
® Luisa L. Cortiñas



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viernes, 18 de septiembre de 2015

BLANCO DE VERANO. Toma 7. TODOS LOS DOMINGOS

HA LLEGADO EL DÍA...
PARA VER EL CUADRO COMPLETO DE DANI MESQUIDA.
NUEVAMENTE GRACIAS.


Durante unos cuantos meses este cuadro fue creciendo poco a poco ante mis ojos, primero fue una nada de trazos firmes y gruesos, después se transformó en cine italiano en blanco y negro, finalmente me regaló una pequeña historia y un título para "matar este tórrido verano".
Si. La pintura habla al espectador con su lenguaje de colores y formas, a pesar de que muchos sigan sin entenderlo. 
Ustedes lo disfruten.



CUADRO: DANI MESQUIDA

TODOS LOS DOMINGOS


Venía todos los domingos después de la hora de misa.
Yo tenía siete años para ocho, y después de salir de la iglesia por callejones secretos que acortaban el camino, llegaba a la tienda sin resuello, estiraba de lado a lado mi falda negra, que acostumbraba a superar el umbral de la rodilla, me atusaba los cabellos, y comprobaba por enésima vez ese día, que la chaquetilla, los calcetines y los zapatos blancos de domingo estuvieran impecables. Una vez preparada y tras un profundo suspiro, aguardaba ansiosa que él llegara.
Tenía algunos años más que yo y aquella era la única forma, pensaba entonces, de que él reparase en mi presencia.
Los colores subían a mis mejillas en cuanto asomaba por la puerta.

             --  Buenos días Carlos ¿lo de siempre?

              -- Sí. Las dos de blanco.

Y depositaba de forma ruda sobre el mostrador las dos botellas de cristal. 

Eran más grandes que yo, pero me las apañaba para llevarlas a la trastienda, donde mi tío y mi hermano abrían el grifo de los barriles,  y llenaban botellas y botellas de tinto o blanco de la casa. Nunca he podido olvidar aquel olor, y aquellos sutiles charcos que el líquido y el paso del tiempo, gravaban cual escultor sobre la piedra del suelo.

Yo decía “blanco para Carlos” y ellos llenaban las botellas y las acercaban al mostrador. Él siempre llevaba el dinero justo. Yo adelantándome a que él dejara las monedas sobre la mesa interponía la mano para que él las depositara en mi palma.

Alguna vez nuestras manos se rozaban y eso era lo más parecido a  tocar el cielo con las manos.

©Luisa L. Cortiñas 

viernes, 11 de septiembre de 2015

BLANCO DE VERANO. Toma 6. LA CARICIA

BLANCO DE VERANO. Toma 6. 
LA CARICIA

Cuadro: Dani Mesquida

LA CARICIA

Recuerda todavía la mano arrugada con la que le cepillaba el pelo, mientras con la otra, temblorosa y cálida, mesaba su cabello una y otra vez sobre el nacimiento, domando poco a poco los mechones rebeldes hasta que se convertían en dos coletas que parecían alas de ángel. 
Luisa  L. Cortiñas

La primera temporada de Cuentos para matar el viernes la puedes solicitar gratis en el siguiente enlace: http://www.bubok.es/libros/238195/Cuentos-para-matar-el-viernes, solicitarán dirección e-mail, te enviarán un enlace más largo que el pan... seguir la pista y ya lo tienes en formato pdf.

viernes, 4 de septiembre de 2015

BLANCO DE VERANO. Toma 5. Sólo supo dar las gracias.


BLANCO DE VERANO. Toma 5. 
Sólo supo dar las gracias


Cuadro: Dani Mesquida

Sólo supo dar las gracias

El notario no apartaba la mirada de su cuello como si con los ojos le pudiera morder la yugular, y los pies de ella no dejaban de tamborilear contra una pata de la mesa haciendo un clac clac rítmico que se acabó fundiendo con los sonidos de un inmenso e inadecuado reloj de cuco que adornaba una pared llena de títulos muertos.

Mientras él leía con voz ronca y monótona las últimas voluntades de tito Ramón, la vida de ella pasaba ante sus ojos como una colección de ausencias que la iban llenando de cosas… más  cosas… y casas y cosas…

A partir de hoy ya no le quedaba nadie, salvo su ADN carcelario

Al salir del vetusto despacho, la aguardaban un par de hombres de uniforme azul y pistola a la cintura.
Ella sólo supo dar las gracias.
Luisa L. Cortiñas


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