viernes, 13 de junio de 2014

GABRIELA


Advertencia: Relato no apto para menores crédulos.

GABRIELA

Gabriela era la única Gabriela del colegio, la única del pueblo, debía de ser la única Gabriela del mundo. Gabriela sabía que los Reyes Magos no venían de Oriente, que Papá Noel es un invento muy resalao, que el ratoncito Pérez no se queda con los dientes, que Dios no existe y es la única de su clase que se ha quedado sin tablet porque con el viejo portátil de mamá y el nuevo ordenador de papá dicen que tiene más que suficiente. Pero lo había decidido la tarde anterior hablando con Candela. Hoy comenzaría su plan.

Gabriela se levantó esa mañana e informó a sus padres:

—Quiero un vestido blanco como el resto de mis compañeras.

—Ya hemos hablado contigo sobre el tema y— Gabriela interrumpió el discurso que ya conocía de memoria. En su casa no creen en paparruchas.

—Sólo digo que quiero un vestido blanco y una fiesta. Como todas—. Se levanta, y antes de abandonar la cocina levanta la mano y añade— y regalos, muchos regalos.

Cogió su mochila que estaba en el vestíbulo, la cargó a la espalda y salió de casa dejando a los suyos boquiabiertos.

Llevaba días soñando con un vestido blanco corto, uno como de novia. Adoraba los que llevaban sobrepuesta una falda de tul y la pechera con flores. También quería unos elegantes guantes blancos aunque el calor la matara y la hiciera sudar como un pollo. Su larga y poco abundante melena castaña quería que la recogieran en un bonito moño italiano, de esos que por detrás se deslizan como una culebra, pero en la cresta hacen que parezca que tienes mucho pelo. Mamá le dejaría alguna joya de esas que se pone muy de tarde en tarde. Quería su fiesta, una fiesta sólo para ella y sus amigos.

Sus amigos le decían que como no era católica y no había asistido a catequesis no podría hacer la comunión. A ella eso le daba lo mismo, quería su fiesta y su tablet, y tenía un plan, un buen plan.

Había decidido no hablar en su casa hasta que sus padres cedieran. Las palabras de esta mañana serían las últimas que oirían salir de sus labios hasta que se rindieran.

Cuando llegó al colegio después de su tradicional paseo de diez minutos, comunicó a sus allegados que había comenzado el plan. Salvo Candela, nadie tenía confianza en su victoria. Ana decía que los mayores mandan mucho en esas cosas, y Lucía decía que como fuera de casa no pintan nada en casa sólo dan órdenes. Gabriela estaba convencida del triunfo, su padre siempre decía que no se debe comenzar una guerra que no puedes ganar, y ella estaba segura de ganar.                 

Después de cuatro días de completo silencio por parte de Gabriela, sus padres comenzaron a tomar en serio la posibilidad de una fiesta.

El oropel de la Iglesia estaba descartado, la cría no estaba ni bautizada.

Cuando se enteró la abuela materna no cabía en sí de gozo. La mamá de Gabriela estaba que se tiraba de los pelos. Miles de veces le había dicho su madre que los niños a cierta edad quieren ser como todos los demás y quieren hacer lo que toca. La señora ciertamente estaba disfrutando del desafío de Gabriela y decidió apoyarla.

Los padres de Gabriela llevaban horas organizando regalitos, no querían nada convencional y se decidieron por obsequiar a los invitados con unos frasquitos de aceite para los adultos, y de colonias los niños. Habían tenido tan poco tiempo para organizar todo antes de que el colegio finalizase, que la madrugada del mismo día del evento estaban haciendo etiquetas.

—¿Tú crees que estamos equivocados? — pregunta mamá a papá.

—Seguramente no, pero es posible que nos hayamos excedido.

—Por una parte la nena tiene razón.

—¿Sí?

—Sí, quitarle la magia al día de Reyes quizá haya sido un error. A mí me gustaba mucho, aunque cuando supe la verdad me enfadé bastante y prometí que no mentiría a mis hijos. ¡Y mira cómo agradece la verdad!


Gabriela esa noche no podía dormir. Mañana se pondría su vestido blanco, era precioso, lo iba a gastar de tanto mirarlo. También llevaría unos guantes blancos muy finos y elegantes, una bombonera, y la abuela le haría un moño italiano con unas horquillas que llevaban como una perla y que quedarían preciosas. Aparte del vestido, era casi seguro que le regalarían una tablet, soñaba con una desde que Candela tenía una para ella sola y chateaba con los compañeros del curso superior, en realidad los amigos de su hermano Alonso. ¡Era tan guapo Alonso! Por eso todas eran amigas de Candela, menos ella, ella era amiga porque se conocían desde que entraron juntas en la guardería con cuatro meses, aunque de tan extraordinario evento no se acuerda ninguna. Siempre habían sido las únicas no repetidas de nombre en el cole, las únicas que guardaban secretos de mayores, las dos únicas menos con el tema de la Comunión, la Comunión ella era la única única que no la había hecho, y como consecuencia era la uniquisima que se había quedado sin su tablet.

Atosigada por estos pensamientos bañados de ilusión quedó dormida.

La fiesta de Gabriela fue la mejor de todas, sin ceremonia, sin hacer fila, sin curas, y todos los compañeros de clase correteando por el jardín.

A la hora de los regalos Gabriela tuvo su tablet como todos y celebró con Candela que ya podían compartir chat cuando quisieran sin esperar que sus progenitores se lo permitiesen. Gabriela celebraba su victoria mientras sus padres contemplaban la algarabía de su fracaso.

—¿Sabes?

—¿Qué? — preguntó mamá derrotada.

—Creo que nos hubiésemos ahorrado todo este disparate si le hubiésemos comprado la tablet cuando la pidió.

—No creo, le gustaba mucho el vestido.

—Como a todas las niñas a esa edad.

Gabriela y Candela, en un aparte, están instalando todo lo que necesitan para estar comunicadas las veinticuatro horas del día. Su forma de celebrar la victoria.
® Mª Luisa López Cortiñas                                                                                 


                  

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.