viernes, 24 de octubre de 2014

CAFÉ


CAFÉ (Recetas simples para románticos empedernidos)

La despertó un ruido extraño, después de doscientas noches sin compartir lecho la habían desvelado los ruiditos de su acompañante. Si queridos amigos, Noelia había conseguido la noche anterior llevarse a casa un acompañante.
Cogió el móvil que había dejado como todas las noches en la mesilla, las  ocho y cuarto. No disfrutaba de los placeres de la cocina pero tenía tiempo suficiente para preparar un café al desconocido, se lo merecía después de las acrobacias de anoche. Se levantó, se dio una ducha y se dispuso a preparar un aromático café. Debajo del agua le dio por pensar que no tenía ningún sentido preparar un café a alguien con el que sólo había compartido un par de horas de conversación y un par de polvos. Ella misma lo odiaba, desayunaba una cola con donuts ¿y si a él tampoco le gustaba? Casi al mismo tiempo que la idea había rondado su cabeza ésta desapareció. A todo el mundo le gustaba un buen café casi tanto como el buen sexo.

No tenía ropa a mano, decidió quedarse con el albornoz que colgaba triste en el perchero, que no dijera nadie que andaba provocando, no era cuestión de darle de comer al vecindario de amargadas que le había tocado en suerte. Cuando atravesó el salón vio la ropa de la noche anterior esparcida en el mismo orden con el que se sucedieron las cosas, sonrió y entro en la diminuta cocina, casi todo ventanal, dispuesta a preparar el mejor café del mundo. En la despensa, al fondo, siempre guardaba un paquete para por si acaso. Allí estaba, detrás de las galletas y el azúcar, sonrió triunfante. Automáticamente comprobó la fecha de caducidad. ¡Manías de vivir sola! Su rostro quedó mudo, agosto del 98 ¿tantos años lleva sin preparar un desayuno? De repente recuerda que en los últimos años les despacha como si fuera un médico de la seguridad social. Tendrá que bajar a comprar un paquete al chino, los de la esquina tienen de todo, incluso te alquilan niño para casos excepcionales de pretendientes pesados. Se puso el vestido largo de la noche anterior. Bajó las escaleras, no fuera a ser que vestida de esa guisa se topase en el ascensor con algún vecino indiscreto, sorteó las miradas de los curiosos y regresó a casa. La cafetera italiana, recuerdo de su último amante estable, la había guardado en un hueco encima de los muebles de la cocina, se subió a un taburete, casi de forma inmediata algo viscoso quedó prendido de su mano derecha y la rescató envuelta en grasa y polvo. Debería de limpiar más a menudo. Nada más abrirla un extraño olor salió como sintiendo alivio, cogió una bolsa, tiró el artilugio, la cerró con un par de enérgicos nudos y la arrojó a la basura. Nada salía como había planeado. Cogió un vaso, abrió la nevera y cuando se disponía a servirse una cola unos fuertes brazos la asieron por la cintura:
—Me he despertado y no estabas.
—Ya ves, llevo un rato levantada e iba a preparar café.
—Te lo agradezco, pero odio el café, desayuno siempre un refresco de cola.

Noelia le vio todavía más guapo que el día anterior, de metro noventa había pasado a metro noventa y ocho, de moreno a morenísimo, de ojos castaños a color avellana promesa, de labios sensuales a dionisiacos, de un posible affaire a un hombre perfecto que nunca le recriminaría no tener nunca a punto los ingredientes y enseres para preparar un buen café mañanero.
Ingredientes:
Cafetera limpia o al menos en buen uso.
Un paquete de café en fecha.
Leer atentamente las instrucciones de uso.
Consejo:
Difícilmente tiene uno la suerte de Noelia, se me olvido comentarles que es una mujer con una flor por trasero.
®Mª Luisa López Cortiñas

2 comentarios:

  1. Por la curiosidad de saber quién me ha leído, visito tu página. Lo que encuentro me ha gustado. Buen relato.

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Muchas gracias por comentar.

Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.