viernes, 18 de septiembre de 2015

BLANCO DE VERANO. Toma 7. TODOS LOS DOMINGOS

HA LLEGADO EL DÍA...
PARA VER EL CUADRO COMPLETO DE DANI MESQUIDA.
NUEVAMENTE GRACIAS.


Durante unos cuantos meses este cuadro fue creciendo poco a poco ante mis ojos, primero fue una nada de trazos firmes y gruesos, después se transformó en cine italiano en blanco y negro, finalmente me regaló una pequeña historia y un título para "matar este tórrido verano".
Si. La pintura habla al espectador con su lenguaje de colores y formas, a pesar de que muchos sigan sin entenderlo. 
Ustedes lo disfruten.



CUADRO: DANI MESQUIDA

TODOS LOS DOMINGOS


Venía todos los domingos después de la hora de misa.
Yo tenía siete años para ocho, y después de salir de la iglesia por callejones secretos que acortaban el camino, llegaba a la tienda sin resuello, estiraba de lado a lado mi falda negra, que acostumbraba a superar el umbral de la rodilla, me atusaba los cabellos, y comprobaba por enésima vez ese día, que la chaquetilla, los calcetines y los zapatos blancos de domingo estuvieran impecables. Una vez preparada y tras un profundo suspiro, aguardaba ansiosa que él llegara.
Tenía algunos años más que yo y aquella era la única forma, pensaba entonces, de que él reparase en mi presencia.
Los colores subían a mis mejillas en cuanto asomaba por la puerta.

             --  Buenos días Carlos ¿lo de siempre?

              -- Sí. Las dos de blanco.

Y depositaba de forma ruda sobre el mostrador las dos botellas de cristal. 

Eran más grandes que yo, pero me las apañaba para llevarlas a la trastienda, donde mi tío y mi hermano abrían el grifo de los barriles,  y llenaban botellas y botellas de tinto o blanco de la casa. Nunca he podido olvidar aquel olor, y aquellos sutiles charcos que el líquido y el paso del tiempo, gravaban cual escultor sobre la piedra del suelo.

Yo decía “blanco para Carlos” y ellos llenaban las botellas y las acercaban al mostrador. Él siempre llevaba el dinero justo. Yo adelantándome a que él dejara las monedas sobre la mesa interponía la mano para que él las depositara en mi palma.

Alguna vez nuestras manos se rozaban y eso era lo más parecido a  tocar el cielo con las manos.

©Luisa L. Cortiñas 

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.