viernes, 10 de julio de 2015

SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 10)



Hay sábados en los que todo se precipita, y contra los que no se puede hacer nada. 


SEMANA DE PRODIGIOS (Parte 10)

SÁBADO

Esa noche de viernes al sábado, la casa del antiguo profesor de música se llenó con un par de habitantes silenciosos. Se colaron por uno de los patios vecinos al de su casa, rebuscaron entre las piedras de la cuarta fila del pozo, hasta dar con la falsa y encontrar en sus entrañas una bolsita con hierba.

—¿”María”?

—¿El puto viejo tiene “maría”?

—Sí, aquí no hay nada más, el resto de piedras están bien asentadas.

—¿Tú estás seguro de que oíste bien?

—Sí, tío, ya has visto, en la cuarta fila estaba la piedra.

—Pues eso es una mierda, habrá que entrar a ver qué encontramos.

Rápidamente llenaron el salón, y el recibidor de desorden. Había una puerta cerrada de la que salía un ruido acompasado, un silbido cada treinta segundos, mejor dejar que duerma. En la planta baja no había nada de interés. Hacía años que no veían una tele tan culona.

Decidieron ir a la primera planta, subieron las escaleras con sigilo, incluso sortearon con éxito e ignorancia un escalón destartalado que de habitual crujía.

Las puertas de las estancias de la planta superior estaban todas abiertas menos una. Se decidieron por esa, abrieron con cuidado. Cuando su linterna paseó por la estancia, creyeron que la cosa había merecido la pena, pero no iban preparados para objetos voluminosos.  Empezaron por lo que les pareció que tendría más valor, los atriles, los tuvieron que bajar tal cual, no parecía que fueran plegables, y si lo eran, llevaban tanto tiempo sin plegar que esa funcionalidad la habían perdido. Comprobaron que la puerta que daba a la calle tenía las llaves puestas, decidieron que uno quedara dentro vigilando y el otro iría a la furgoneta a depositar los objetos y traer un par de sacos para seguir llevándose instrumental. Siguieron por lo que consideraron más caro, los estuches grandes, esos seguramente valían una pasta, fue de esa forma como del cuarto desapareció el arpa, el contrabajo, cuatro guitarras. Cuando estaban desplazando éstas últimas Alfonso fue abandonado por Morfeo y escuchó un ruidito en las escaleras. Primero pensó que serían ratas, mañana volvería a esparcir raticida por el patio, pero cuando esos ruidos comenzaron a pasear por el salón, decidió levantarse, encender luces, e investigar procedencia. Fue de esta forma como acabó tendido en el suelo del recibidor de su casa, con la cabeza sangrando y abortando el desmantelamiento total del cuarto de música.
Cuando horas después pudo levantarse, accedió tambaleante al pequeño jardín de  la entrada, avanzó inseguro los cien metros que le separaban de la casa de la doctora. Una vez allí, aporreó el timbre, hasta que ésta asomó por la puerta más fresca que una lechuga y con pinta de salir para hacer footing.

—¿Qué es este escándalo? — En cuanto reparó en el estado de Alfonso, le arrastró hasta el interior del domicilio, dejándolo a buen recaudo en el sofá, mientras iba a buscar al baño su maletín de urgencias. Hizo una primera cura, consistente en limpieza, el golpe era superficial, pero decidió llevarlo a urgencias y que hiciesen un parte de la lesión. Alfonso, entre medias, le había contado un poco lo que había sucedido.

Una vez terminaron cura e interpusieron denuncia, ambos volvieron al domicilio de Alfonso. Él pobre no quería ni saber lo que se habían llevado, pero la policía había insistido en hacer una lista con todo lo que faltase.

—Hemos encontrado una caja fuerte en el patio, ¿tenía ahí dinero, joyas?

—Ni una cosa ni la otra. Un poco de “maría”—. Los policías rieron. De la única estancia de la que parecía que faltaban cosas era de la de música. Alfonso, después de tres años, tendría que entrar.

Allí enumeró los objetos obvios que faltaban y comprobó con disgusto que los cacos no entendían nada de nada. ¡Una pena! Venderían el arpa por dos perras.

—No tienen ni idea de lo que se han llevado. Los atriles eran de plata, valen buen dinero, pero los instrumentos musicales más valiosos, la colección de violines, está intacta.

—Vendrían en busca de joyas y dinero, y al no haber, cualquier cosa que se pueda vender es buena.

Una vez finalizaron los policías las “pesquisas” se había echado encima la hora de comer. Laura decidió que no era bueno que se quedara en casa solo, y después del disgusto, mejor que se trasladase a la suya por un día, tenía dormitorios más que suficientes y allí estaría atendido y vigilado por si surgía cualquier inconveniente.

Alfonso se sentía tan débil que no le apeteció protestar. Le gustó que alguien se ocupase de él sin pedir permiso y sin solicitar nada a cambio.

De esta forma acabó Alfonso un sábado a la una de la tarde en la cocina de su médica de cabecera, disfrutando de un vaso de agua fresca.

En esos pensamientos estaba, cuando una mujer regordeta, de cabellos canos y mirada franca y clara entró en la cocina ocupando todos los resquicios de la estancia.

—Buenos días o tardes —espetó la mujer, observando que el hombre llevaba un discreto vendaje en la parte posterior de la cabeza. Le sonaba su cara pero no conseguía localizar de qué.

—Buenas tardes, ya.

—¿Qué hace usted aquí?

—Lo mismo podría preguntarle yo —esa mujer no le sonaba de nada, pero encajaba perfectamente entre esas cuatro paredes.

—Yo vivo aquí. Soy Isolda —respondió ella con cara de estar perdiendo la paciencia.

Alfonso se levantó como por un resorte, se dirigió a la mujer, cogió su mano derecha, se la llevó a los labios y muy ceremoniosamente dijo:

—En momentos como este me gustaría llamarme Tristán, pero quiso el destino que me bautizaran con el nombre de Alfonso, como mi padre.

—Es mía —retiro despacio Isolda su mano.

—Disculpe. No sabía que la doctora vivía con alguien más que no fueran sus hijos.

—Pues ya lo sabe usted.

Alfonso recuperó su lugar en la silla, las emociones nocturnas le estaban pasando factura.

Cuando Isolda le vio moverse cayó en la cuenta.

—Usted vive unas cuatro casas más abajo, ¿no?

—El mismo.

—¿Es el maestro de música?

—Efectivamente. Sabe usted mucho de mí para que yo no la conozca.

—No me gusta demasiado zascandilear por el pueblo, pero aquí una se entera de todo, aunque no quiera.

—Sepa que una belleza como usted tendría mucho éxito.

Isolda se dio la vuelta enfurecida.

—Un poco de respeto. No nos conocemos.

—Disculpe usted, es que como he visto que no lleva ningún anillo. No era mi intención ofenderla.

—¿Se va a quedar a comer?

—Sí, me ha dicho la doctora que hoy me quede con ustedes, por el golpe, ya sabe —dice señalando el vendaje que lleva en la cabeza.

—¿Qué ha sucedido?

Mientras Isolda y Alfonso entablaban pacíficamente una nueva conversación entre cazuelas, Laura ponía orden en la habitación de invitados, e informaba a sus hijos, quienes bajaron corteses a presentarse a la nueva buena obra de mamá. Todos se conocían de vista, eran unos chicos muy agradables.

A media tarde estaban todos en la terraza jugando a las cartas, fueron interrumpidos por un timbrazo inesperado. Cuando Laura llegó a la verja de entrada, un joven estaba inundado de rosas, rosas y amarillas. Laura conocía al joven, iba frecuentemente al ambulatorio, estaba en un más que discreto programa de deshabituación por metadona, y se atrevió a preguntar.

—¿Quién te ha mandado venir?

—Eso no lo puedo decir, señora.

—Tú vienes al ambulatorio al programa de rehabilitación, ¿verdad?

—Verdad.

—Tú quieres dejar de una vez toda esa porquería, ¿verdad?

—Lo intento señora.

—Sabes que si no me dices quién te manda te puedo quitar del programa. ¿Verdad?

—Verdad. Me manda Ramón. Pero, por favor, no le diga que yo se lo dije.

—No te preocupes. Soy una tumba —el chico no tenía la culpa de que su exmarido fuera un redomado imbécil—. Espérate un minuto, por favor.

—Toma, por las molestias —extendió al joven un billete de veinte euros. Seguro que la rata le había pagado menos por darse el paseo. Cogió el ramo y se dispuso a llenar otro jarrón, las flores tampoco tenían la culpa.

La tarde transcurrió entre partidas y refrescos, y peleíllas chicas. Isolda y Alfonso parecían entenderse la mar de bien después del encontronazo en la cocina.

A Laura le gustaban esas risas. Contrariamente a lo que cabría esperar no se sintió desilusionada por descubrir la identidad de su admirador secreto. Lo sospechaba. Pocos sabían cuáles eran sus flores preferidas. En realidad, tendría que dar las gracias a esa chica. Ella, por sus medios, nunca se hubiera atrevido a separarse, ni siquiera a mencionarlo. Cuando piensa en ello, hacía ya mucho tiempo que sus sentimientos hacia él habían muerto. Con el tiempo, los dos se habían convertido en un par de egoístas. Esa joven mujer con sus argucias le había hecho un favor que nunca le podría pagar.
Luisa L.Cortiñas 



CONTINUARÁ.
Siguiente (Este enlace no funcionará hasta la próxima semana).

Me han dicho que tengo que ser más agresiva con la venta del libro. Allá voy... si alguien se muere de la intriga puede comprar el libro "Semana de prodigios". Incluye trece relatos estupendos, aparte de éste. A mí los que más me gustan son "Sucedió en una sala de estación", "Se busca mujer", "Diez minutos de paseo" y "Volver". ¿Y a ti? ¿Qué cuesta escribir un comentario? 







Y si prefieres leer una novelita corta, también está a la venta "Cuando fuimos ricos" para todos aquellos que nunca han vivido por encima de sus posibilidades... 

Los lectores dicen...

Es muy ameno, alegre e instructivo., "cuando fuimos ricos". Me iba riendo y me quedaba sorprendido cuando me he topado con el personaje de Erica, y cuando monta en la moto para ir a ver al atleti.. Auténtico lo de los 12 euros que no para de ofrecerte el banco, tantas cartas nos han llegado a todos. Y lo del call center, qeu bueno, cuánta basura en contratos de mierda. Te felicito, has logrado poner sorna y diversión a los problemas cotidianos de una sociedad apretada".

Es bastante facil de leer esta historia peculiar ,y son bastante entrañables sus personajes ,tanto como su narrador .

¿Esto es lo suficientemente agresivo? EH EH EH
"PAYOOOO COMPRÁME ARGO, QUE TE LEO LAS CARTAS PARA EL VERANO..."
En el blog tendremos un "blanquito" lo del tinto está muy visto.

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.