martes, 11 de febrero de 2014

BRAULIO

VUELVE A POR OTRA con B de Braulio.





Mi hijo, desde hace días, cuando me ve, se queda quieto. Me saluda y me da un breve beso de cortesía, me mira y remira con sus grandes ojos negros de arriba abajo, y de abajo arriba, revuelve sus rizos negros, como si eso le ayudara a pensar. Me da la espalda y se va. A pesar de los quereres, nos tenemos escasa confianza. No me atrevo a preguntar a su nany oiga ¿sabe usted porqué mi hijo me observa de esa forma tan exhaustiva? Algo me dice, que esa simple pregunta, como padre, me dejaría en muy mal lugar.


Hoy, aparte del juego de miradas, ha carraspeado, tosido, tragado saliva y  se ha decidido preguntarme:


—Papá, ¿tú qué usas para chupar la sangre?


Mi cara de sorpresa tuvo que ser de esas de órdago, pónganse en mi lugar.


—¿De qué estás hablando? —pregunto, entre la curiosidad y la consternación.


—Pues eso —me mira como si yo fuera tonto —¿qué usas para chupar la sangre?  Me ha dicho Jairo que su papá dice que tú eres un chupasangres.


—¿Quéeeee?


—Su padre dice que le estás chupando la sangre, ¿cómo le chupas la sangre? No tienes —dice señalando con su mano la boca— ya sabes, colmillos ni nada de eso.


La verdad es que no tengo ni idea de quién es el tal Jairo, y mucho menos quien es su padre.  Parece ser que ellos si saben quién soy.


—Yo no le chupo la sangre a nadie. Braulio, no debes hacer caso de esas tonterías.


—Le has quitado la luz —frunce el ceño —tu eres el que manda en la luz del mundo y se la has quitado —intuyo que de un momento a otro comenzara a llorar —no, no, no —abre los ojos y mueve su cabeza de un lado al otro y reitera —no, no me gusta que no tenga luz y que su mamá llore por las noches como mamá, y no me gusta que su papá te llame chupasangres.


—Yo no chupo la sangre  a nadie —mi tono ve voz va bajando al mismo ritmo en el que me voy percatando de lo que mi hijo pequeño acaba de decir —¿y cuándo has visto tu llorar a mamá?


—¡Uf! —acompaña su respuesta elevando las manos al cielo y mirándome como si fuese tonto perdido —todos los días.


En dos minutos, mi hijo, deja caer sobre mis hombros el peso de mi ausencia.


Me quedo mudo.  Me deja mudo un mico que no levanta ni tres palmos del suelo, y que según me dicen, sigue teniendo problemas con la tabla del seis.


Ahí le dejo, en medio de la cocina, con cara de perro abandonado y rencoroso.


Voy a mi despacho y preparo la agenda del día siguiente.


Punto 1.


En la rueda de prensa de mañana, diré que no hay derecho a que el Gobierno nos acuse de manipular la tarifa eléctrica. Contaré que hasta mi hijo, me ha llamado la atención, y eso no es de recibo. Cualquier padre entenderá mi vergüenza y ganaré puntos ante los consumidores.


Punto 2.


Deberes inexcusables para mi secretaria:


1º) Buscar un buen colegio privado para el niño, en el que lo admitan a mitad de curso, los jesuitas ya no son lo que eran, y dejan entrar a cualquiera.


2º) Comprar dos ramos de flores, uno para mi señora con una nota que diga lo mucho que la quiero; el otro para Elsa con nota para informarla, que de momento, sólo quedaremos los martes.


3º) Nuevo lema: no entablar conversación con mi hijo Braulio, demasiado sensible y poco agradecido. Yo todo lo hago por él.


Informo a la nany que mañana el niño no irá al colegio.


® Mª Luisa López Cortiñas

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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.