viernes, 7 de febrero de 2014

Un álbum para CANDELA




Un álbum para CANDELA


Candela tiene cuerpo de espiga, ojos hierba fresca y cabellos hojarasca. Candela huele a frutas silvestres, y sabe a jugo de coco.  Nunca lleva el pelo recogido. Con sus manos, que son como anzuelos de pescar calamares, lo que le gusta, es coger los más rebeldes mechones, y colocarlos detrás de las orejas. Candela hoy cumple siete años, sieeeeete, y hoy es un gran día.


Es viernes y no hay colegio.

A Candela no le gusta que no haya colegio, pero hoy, no sólo hay huelga, hay mani.

A Candela le gusta  ir de mani, sobre todo si es en la Puerta del Sol. Le gusta jugar a perderse, sabe que tiene que buscar el reloj, de la pastelería al reloj veinticinco pasos grandes o cuarenta de los pequeños, pero ella siempre se queda con la nariz pegada en el escaparate de las tartas. Le gustan las tartas y no le gustan los policías de la “escafandra”, pero le gusta su abuelo, que también la lleva cuando cuida de sus abejas.

A Candela le gustan las canciones de las manis, sobretodo una, que habla del pueblo unido, y que suele cantar cuando la realidad no se ajusta a sus deseos. Le gustan las banderitas y pancartas, los chicos que tocan los tambores, y los que van con chiflo. Y lo que más, de lo más, sus tres uniformes. Tres camisetas grandes, tan grandes, que le llegan a la rodilla, y según mamá, “caben cinco como ella”. Las manis del barrio son divertidas, pero tiene que agarrarse muy fuerte a mamá, cuando el sr.Gustavo le hace gestos para que se acerque.

A Candela le gusta el Señor Gustavo, es simpático y gordo, muy gordo, y parece blando, más blando que un almohadón de plumas. De  los bolsillos de su chaqueta asoman insolentes muuuuchas chocolatinas. Pero papá le ha prohibido hablar con él si no hay mayores. Le ha oído decir a papá, que no le gusta como la mira. Ella no encuentra nada raro en sus ojos, pero obedece a papá, porque no quiere que se enfade, y muy en secreto, sabe que le tiene manía porque tiene pelo.

A Candela le gusta hacer listas, cualquieeeer tipo de lista, aunque su favorita, es la de los misterios por resolver.

Papá, muchas veces suspira y dice ¡Más vale robar iPhone que gallina! Pendiente.

Mamá abre la nevera ¡Si entra un ratón se estrella! Casi, casi, lo tengo resuelto.

Candela no entiende, cómo es posible, que mamá siendo tan lista piense que un ratón pueda entrar en la nevera para estrellarse. Ella ha dibujado cientos y cientos de veces un ratón en la nevera, pero no encuentra la forma en que éste pueda abrir la puerta.

A Candela no le gusta su nueva casa. Su casa vieja tenía una bañera grande, un balcón para esperar a papá, y un patio con columpios, tobogán y un pequeño estanque lleno de tortugas. No pudo despedirse de ellas, lloró y lloró, suplicó y suplicó, pero no la dejaron volver. Estuvo cuatro días viviendo en casa de su amiga Rosa, que en vez de papá y mamá, tiene dos mamás que huelen a primavera, y no encienden nuuunca la televisión grande y bonita que tienen en el salón. A Rosa la ha visto un par de veces desde entonces. La echa mucho de menos.

A Candela le gusta la música, tooooda la música, y en especial un CD con canciones que llevan su nombre, y unos poemas que grabó papá y que sólo dicen cosas bonitas.

Cuando por vez primera cruces la calle sola
sabrás que el riesgo y la velocidad
perseguirán tus días para siempre.1


En esta nueva casa, puertas  y ventanas no acaban de cerrar bien. Un día se abrió una ventana, y entró el viento silbando como una serpiente gigante, y ella corría, y corría, y corría, y no podía salir porque había rejas. A Candela no le gustan las rejas.

Para que esté contenta, le han contado que Colonia Marconi es el centro geográfico de España,  pero ella no está de acuerdo, el centro, no de España, del mundo, es el reloj de la Puerta del Sol, ¡todo el mundo lo sabe! A Candela sí le gusta  Marconi cuando llueve. Los parterres de tierra, se llenan de agua y forman unos charcos marrones, muy marrones. Es entonces, cuando Candela coge las botas de goma de mamá y el chubasquero, y salta en ellos, le da mucha risa que el agua salga disparada en todas direcciones. A papá, aunque a ella no se lo diga, tampoco le gusta el barrio. Le ha oído decir que está lleno de putas, es por eso, que Candela todavía no le ha dicho que quiere ser puta. Antes quería ser médico, pero ahora, prefiere lo de puta, por lo de no pasar frío ¡van siempre tan frescas y elegantes!

A Candela le gusta ver la tele con sus padres. A los pocos días de estar en la casa nueva, unos duendes le quitaron el sonido, según mamá, era de lo poco que les podían quitar, a cambio, ellos comenzaron a poner voces a los personajes, y a inventarse historias. Lo mismo hicieron con telediarios y tertulias, y todo eran buenas noticias. La diversión terminó el día, que un amigo de papá vino a casa con un maletín muy chulo, destripó la tele, y cuando la recompuso, cantaba como un jilguero. Pero cuando llega la hora de los dibujos de Candela, ella se levanta, quita la voz y comienza la aventura.

A Candela le gusta leer, su papá, le enseñó cuando era pequeña, muy pequeña. Cuando comenzó el cole, leía “de corrido”. Casi más que leer, le gusta ir a la biblioteca. Ahora no tiene ninguna cerca, y cuando la llevan, van a otro barrio en autobús y es una fiesta. En cuanto sea un poco más mayor, hará una mani para que construyan una al lado de casa. Lo que más le gusta de la biblioteca, es que es la guardiana de todos los libros del mundo, y además, te los deja  unos días para que los puedas leer tranquilo, aunque no tengas dinero. Le gusta la sección infantil y otra de mayores, de la que papá y ella sacan libros grandes, muy grandes, llenos de fotos de muchos lugares del mundo, y hacen planes para cuando los visiten.

A Candela le gusta su profesora, es redonda, tiene unas tetas grandes y cuando la luz del Sol besa su pelo, éste se vuelve lila. Siempre huele a magdalenas “recién horneadas”, y lleva un bolso gigante lleno de paquetes de galletas. En secreto, les ha enseñado las tablas de multiplicar y los sagrados misterios de la división. Dice papá, que es muy importante saber dividir bien, que al final, todo es un problema de división. También dice, que los que vivimos en España, tenemos una hucha grande, muy grande, pero que los que mandan, reparten mal. Por eso ella quiere aprender a hacer unas divisiones perfectas.

 A Candela le gusta dibujar el mar y el Sol, el mar muy azul y el Sol muy amarillo. Hace mucho que no ve el mar. Recuerda que le molestaba la arena que se colaba entre los dedos de  los pies, y la que se colocaba en la braga del bikini, pero la volvía loca sortear las olas con su colchoneta rosa.

A Candela le gusta darse largos baños de espuma, pero desde que están en la nueva casa, sólo se ducha un día sí y un día no; ahora, lo que le divierte, es aguantar la respiración y esconder la tripa, mientras lo hace, cuenta sus costillas una a una,  mamá dice que parece una extraterrestre. Y ríen.

A Candela le gustan los regalos, hace tiempo que no recibe ni hace regalos que no sean dibujos con corazones y lunas, pero hoy es diferente. Shissss. Esta noche tenía frío, y muy en silencio, ha ido a la cama de sus padres, al levantarse esta mañana, ha tropezado, y ha visto escondida debajo de la cama, una caja grande, muy grande, y sospecha que su abuela Aurelia le ha enviado algo.

A Candela le gusta la fiesta de cumpleaños que le han hecho sus papás. Está Rosa y sus mamás, y nuevos amigos del barrio, Carlos, Laura, María, Juan y Carmen. Rosa le ha regalado una camiseta de mani lila, con el dibujo de un tren, y sus mamás, han dado un sobre a mamá con dinero, para que le compre lo que necesite, pero es mentira, las cuatro saben que se lo gastará en comida para que los ratones no se estrellen.  Sus amigos del barrio, le han regalado  unos pompones, unos dibujos chulísimos y unas pulseras de lana. Candela ya sabe en que pared va a pegar los dibujos, y se pone las pulseras a la velocidad del rayo. Finalmente, mamá aparece en la sala, con la caja muy grande que tenía escondida. Candela aplaude, intenta abrir la caja, pero no hay forma, la tiene que abrir papá, dentro hay un paquete envuelto en papel de regalo. Candela lo deshace en dos segundos,  un abrigo, un abrigo rojo, abre tanto su boca y ojos que parece un pez globo, cuando recupera la respiración y el habla, un grito: lleva etiquetaaaaa. Menos Rosa, seis pares de ojos miran la etiqueta admirados, al suelo cae una bolsa con unos botones,  mamá dice “mira Candela, la abuela ha quitado los botones de pasta, por estos tan bonitos de latón que llevan un ancla”, Candela mira, pero no aprecia el esfuerzo. ¡Un abrigo con etiqueta! Ésta no la voy a cortar.

Los adultos se miran y sonríen. A Candela le gusta mucho su abrigo con etiqueta, pide permiso para estrenarlo.

Rosa le ayuda a ponerse el abrigo, le recoge el pelo en un gurruño imposible, sacan fuera la etiqueta para que se vea. Candela entusiasmada, reclama la atención de todos, y con gesto adusto comienza su discurso:

Papá ya he entendido lo de “más vale robar iPhone que gallina”.

Si uno roba gallina, lo primero que hay que hacer es agarrarla del cuello así  cuenta Candela apretando mucho la mano derecha en torno a la nada. Cuando ya la tienes ahogada, le quitas las plumas y mueve su mano izquierda de arriba abajo a velocidad considerable, después la tienes que cortar a trozos, así hace como si tuviera un cuchillo y estuviera en plena tarea de ensañamiento, y tienes para zampar dos o tres días.

Si robas iPhone, te van a dar, unos sesenta billetes azules de los pequeños   abre mucho los brazos y comienza a moverlos mientras dice, y con los billetes compras gallina, pescado, sopa, filetes, puedes comer muuuuuchas cosas un montóooooon de días.

Los mayores, han asistido atónitos a la explicación y así siguen, a Candela no le gusta la cara que han puesto. El tenso silencio lo rompe papá que aplaude y dice ¡qué hija más lista tengo!

Candela apaga su vela con el número siete, cruzando los dedos para que se cumplan sus deseos. Aplausos y canción.

Cortan la tarta en porciones. Candela sitúa el plato a la altura de sus ojos ¡qué rica tiene que estar! piensa—, decide olvidar normas y modales, y pegar un mordisco a pelo. Mira la tele, están chillando, defendiendo nadie sabe lo qué, abre la boca como un tigre y la hunde en su porción, levanta la cabeza, estalla en risa, y mientras relame la tarta esparcida en los morros y sus dedos la ayudan en la tarea, sus ojos se llenan de rocío. ¡Hasta ahí ha llegado la nata! Papá inmortaliza ese momento y en el álbum familiar, titula,  Candela, siete años, comiéndose el mundo de un “bocao”.
©Mª Luisa López Cortiñas
1. Andrés Neuman “Palabras a una hija que no tengo” de “El tobogán”. Hiperión. 2002.


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Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.