viernes, 6 de febrero de 2015

CIERTOS OFICIOS




Ciertos oficios

De lunes a vienes esperaba los sábados como quien aguarda ilusionado una cita.

Una cita importante, una cita de amor.

Lo aguardaba en pijama, sin prisas, con la televisión encendida, y siempre con la emoción de ir vaciando la nevera, que llenaba el domingo de platos precocinados que compraba en la tienda de la esquina de su casa. Aquella pequeña tienda que le surtía de lo necesario para no tener que salir salvo en caso de urgencia grave.

Los sábados se levantaba temprano, no por obligación, por el mero placer de hacerlo.

Llenaba la bañera hasta el borde y la inundaba de sales. Las sales eran eficaces para dejar en el olvido cinco días de pijama, y él se perdía en ellas hasta que el agua comenzaba a enfriarse.

Después venía la tarea de eliminar cinco días de barba, el placer del masaje y el exquisito olor del perfume que usaba esos dos días.

Vestirse el uniforme, un triste pantalón de pinza negro, una horrorosa camisa a rallas blancas y rojas y una medio gorra que dejaba su calvicie a la intemperie, en su caso se convertía en un rito de torero, si no fuera por la carencia de ayudantes. Le hubiera gustado, en esos momentos, tener con él a alguien que no sólo le ajustase el pantalón, sino que le dijese que estaba impecable. El espejo no era lo mismo.

Ese día comía en la mesa del comedor, por miedo a ensuciarse, y tener que utilizar el sucedáneo que había comprado por su cuenta.

A las tres y media, ni un minuto más ni uno de menos, bajaba las escaleras con la sonrisa ya puesta y con la ilusión de un niño cruzaba la calle, enfrente estaban los cines.

Los Multicines Bogart que daban sentido a su vida. Con los compañeros abría, encendía luces, revisaba papeleras, comprobaba que la máquina estaba tan limpia como la dejó, y sobre las cuatro comenzaba el espectáculo.

Él tenía uno de esos oficios que admiraban al poeta:
por la imaginación desbordante
que sus propietarios por fuerza deben poseer
para sobrellevar la soledad y el silencio:
taquilleras, vendedores de cupones,
maquinistas, vigilantes...
a quien se les ve y no se les mira;
bien es cierto que tampoco ellos nos hacen mucho caso”

En cuanto alguien le pedía palomitas, él se acercaba a la máquina con la pala y movía las caderas al ritmo de la música imaginaria que en ese momento le acompañaba.

Los clientes observaban su trasero, especialmente ellas. Si uno estaba en posición de perspectiva, lo que le atrapaba eran las coreografías que hacia ejecutar a las palomitas recién hechas con la pala, antes de introducirlas en el triste envase de cartón.

Una vez comenzaba la ceremonia, ésta no finalizaba. Reescribía una y otra vez la misma sinfonía. Sin perder la ilusión ni la sonrisa.

Su jefe, en ocasiones, le miraba mientras con una sonrisa de satisfacción, pensaba que era el mejor vendedor de palomitas que habían tenido nunca.

Fue un acierto contratar a alguien así:
Hombre,
666 666 666
vivo enfrente, 2º A
LICENCIADO EN VADEAR EL SILENCIO
©Mª Luisa López Cortiñas



Luis Miguel Rodrigo
“Inclemencias de un cardo borriquero”

Luis Miguel es un poeta nacido en Madrid y que dedica sus días a la psicología, según dicen en una de las entradillas de su primer libro de poemas “Inclemencias de un cardo borriquero”. No sé si ha escrito alguno más, si lo hay, no lo he encontrado.
“Inclemencias...” es un poemario social que entronca en su concepción con lo que podríamos llamar “antipoesía”. En sus versos alcanzan protagonismo el trabajador “precario”, o la inoportunidad de las alergías, porque “cuando uno se pone a vivir no da abasto” y la poesía todo lo admite.


Poema que previamente he destrozado.

Ciertos oficios

Atrapan mi atención ciertos oficios
por la imaginación desbordante
que sus propietarios por fuerza deben poseer
para sobrellevar la soledad y el silencio:
taquilleras, vendedores de cupones,
maquinistas, vigilantes...
a quien se les ve y no se les mira;
bien es cierto que tampoco ellos nos hacen mucho caso.

Me pregunto en qué paraíso fiscal
invertirán sus sueños cuando en el corazón
acampa la madrugada,
qué harán esos años enteros
(que tarde o temprano a todos nos llegan)
que los termómetros marcan bajo cero
a todas horas.

Supongo rodearán con círculos rojos
demandas de empleo en los diarios:
Se necesitan soñadores despiertos
con la imaginación puesta a punto
para cuando arrecie el invierno.

Y en su currículum escribirán en mayúscula:
licenciado en vadear el silencio.

Luis Miguel Rodrigo “Inclemencias de un cardo borriquero” Ediciones Vitruvio

Si quieres leer relatos cortos sin tener que navegar sin remos por el archivo del blog, puedes descargar la temporada 1 desde este ENLACE. Sólo te pedirán e-mail con un enlace muy largo, pinchar y en menos de un minuto Boom ¡en pdf!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por comentar.

Mientras no me maten, seguiré matando el viernes.